Valencia, 1944. José Hierro, Vicente Gaos y José Luis Hidalgo |
[Notas a partir del poema "Historia para muchachos", aquí, por ejemplo]
1.— Hierro era un historiador,
aunque él mismo, tal vez, no lo supiera. Él mismo fue un historiador al
revés. Un
historiador a contrapelo. Un historiador alucinado. ¿Qué es si no “Acelerando”?
¿Qué si no “Historia para muchachos”? Que Hierro es un poeta al que le interesa
el tiempo es evidente. El tiempo modula y capitanea buena parte de su poesía.
Cualquiera que se haya acercado a su obra lo habrá comprobado rápidamente. El
tiempo como vector. El tiempo como vacío. El tiempo como principio de la
escritura. Pero sobre todo el tiempo como un relámpago que ilumina todo el
pasado en un ahora;
en un ahora
que es el acto mismo de escribir. Pero, ¿qué historia, qué tiempo? Decía
Aristóteles, en uno de los topos más frecuentados de la filosofía, que la poesía era
superior a la historia debido al hecho fundamental de que la poesía hace
referencia a lo posible, o a lo que de hecho no ha ocurrido o no ocurrirá
jamás, mientras que la historia permanece atada a los hechos. Aristóteles en su
Poética lo
expresaba del siguiente modo: "No corresponde al poeta decir lo que ha
sucedido, sino lo que podría suceder, esto es, lo posible según la
verosimilitud o la necesidad. En efecto, el historiador y el poeta no se
diferencian por decir las cosas en verso o en prosa [...] la diferencia está en
que uno dice lo que ha sucedido, y el otro, lo que podría suceder. Por eso
también la poesía es más filosófica y elevada que la historia, pues la poesía
dice más bien lo general y la historia, lo particular". Hierro, yendo un
poco más allá, ha construido en sus poemas una forma de hacer el tiempo a través del lenguaje y sus
relámpagos.
2.— El pasado se construye sólo
azarosamente en la imaginación de los que lo han vivido. En esta senda apuntará
lo siguiente Hierro: “(Imaginar y recordar / se superponen y confunden; /
pueblan, entrelazados, un instante / vacío con idéntica emoción. / Imaginar y
recordar.)”. De ese instante hablaba Walter Benjamin en su Sobre el concepto
de historia donde
escribía: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo “como
verdaderamente ha sido”, significa adueñarse de un recuerdo tal como éste
relampaguea en un instante de
peligro”. Es ese instante de peligro, ese relámpago desde donde se
construye el poema. Insistirá Hierro en esa imagen benjaminiana y rilkeana del
relámpago para describir el modo de actualización del pasado en el presente,
para dar forma a esa anacronía que se abre en el instante de la escritura. Así
lo vemos en poemas como “Alucinación submarina” (Libro de las alucinaciones) donde leemos: “es ya pasado. Y
nada vemos. Y sólo recordamos / el instante, el relámpago, en que camino y
juventud coincidieron”. Pero en “Historia para muchachos” despliega o lleva más
lejos, precisamente, toda esa imaginería anacrónica que hace que el lenguaje se
vuelva tiempo dislocado, pero sobre todo poesía. El final de poema, por
ejemplo, es claro al respecto: “Y hay un niño / que soy yo. Él es mi padre. “El
niño tiene cuatro años” / acaba de decir”. Me atrevería a decir que la anacronía es el lugar —al menos desde mi
punto de vista— donde Hierro construye sus momentos poéticos clave, e “Historia
para muchachos” es el lugar para lo imprevisible, la para anacronía, para la
poesía, en una palabra.
3.— El poeta, el artista en
general, observa el pasado como un todo abierto y actuante en el presente y
para el presente. “Todo es presente”, escribirá el propio Hierro, sintetizando
lo que vamos a estudiar. O dicho de otro modo: todo es actualizado en la
escritura. “Historia para muchachos” condensa todo el pasado en el acto mismo
de ser escrito. “Probablemente ya era viejo cuando nací”, dice en ese poema.
Nacimiento y vejez forman parte del mismo acto. Y por ello esta historia es una
historia al revés, no sólo porque el orden temporal se disloque sino porque en
lugar de pensar el tiempo en un sentido lineal, Hierro poetiza el tiempo como
un ahora completo, global, esquizofrénico. Y ahí reside la maravilla de la
poesía de Hierro. El tiempo (pasado o presente) no se divide en departamentos
estancos, en épocas o etiquetas como si fuesen latas de albóndigas en los
estantes de un supermercado. No debemos perder de vista que uno de los autores
por los que Hierro sentía especial debilidad, no sólo como poeta sino como
pensador, era Paul Valery, quien escribió: “la única cosa continua es la noción
de presente”.
4.— Los hechos, las ideas, el
pasado en general no son objetos —cajas— que hay que recoger, catalogar, y
luego olvidar tras ser situados en su lugar en la estantería, sino algo que ha
de ser actualizado constantemente para ser producido. Benjamin lo tiene claro:
no hay historia más que desde la actualidad del presente, y por lo tanto,
añadirá Didi-Huberman, no hay historia sin anacronismo. El anacronismo es el
modo, señalará, en que el presente puede enfrentarse al pasado. No hay otra
forma de historiar, de autobiografiarse, de escribirse que no sea desde el
choque con el presente que nos descubre el anacronismo —presente-pasado—. Ese
choque y su resultado es el que destaca Hierro. Dicho de otra forma, la
historia no es —como escribía Aristóteles— la datación de lo sucedido, sino
simplemente su posibilidad, y por lo tanto necesita de lo que se conoce como
anacronía. George Didi-Huberman lo dirá de un modo tajante: “La historia no es
exactamente la ciencia del pasado porque el “pasado exacto” no existe”. Es
decir, ¿cómo puede ser objeto de una ciencia algo que no es objeto racional de
conocimiento? Añade Huberman: “Sólo hay historia anacrónica: es decir que, para
dar cuenta de la “vida histórica” […] el saber histórico debería aprender a
complejizar sus propios modelos de tiempo, atravesar el espesor de memorias
múltiples, tejer de nuevo las fibras de tiempos heterogéneos, recomponer los
ritmos de los tempi dislocados”. El propio Huberman añade que “el historiador debe
renunciar a otras jerarquías
—hechos objetivos frente a hechos subjetivos— y adoptar la escucha flotante del
psicoanalista atento a las redes de detalles, a las tramas sensibles formadas
por las relaciones entre las cosas”. Esta última frase del filósofo e
historiador creo que puede ser la clave: las tramas sensibles formadas por
las relaciones entre las cosas. Esta idea junto a la otra de renunciar a las
jerarquías entre hechos objetivos frente a hechos subjetivos forman la idea de construcción
poética, de escritura que me interesa. Para alcanzar este objetivo Huberman se basa en el
ya mencionado Benjamin para quien el pasado debía ser considerado como el
almacén de un trapero, y, evidentemente, el historiador debía transformarse en
trapero. Se trata, evidentemente, de una metáfora llena de sugerencias. El
trapero trata con desperdicios (el pasado), pero que sean desperdicios no
quiere decir que no tengan algún sentido, que no contengan alguna historia a
medio contar; como piezas de un puzzle del que desconocemos el dibujo total. De
esta forma, el hecho de ser pasado, para una cosa, no significa solamente que
está alejada de nosotros en el tiempo, sino que constantemente puede hacerse
presente, de múltiples modos.
5.— Otros ejemplo: “Piensa sólo un
instante que has roto los diques y flotas sin tiempo en la noche”, escribe
Hierro en el poema “Amanecer”,
incluido en Agenda.
Y ya antes, en el magistral “Yepes Cocktail” escribía: “(Dime si merecía
/
la pena, Juan de Yepes, / vadear
20 noches, llagas, olvidos, hielos,
hierros,
/ adentrar en la nada el cuerpo, hacer /
que de él nacieran las
palabras vivas,/
en silencio y tristeza, Juan de Yepes... /
Amor, llama,
palabras: poesía,
/ tiempo abolido... Di si merecía /
la pena para esto...)”. Pero en igual medida poemas muy
anteriores como “Réquiem” o muy posteriores, como los que aparecen en Cuaderno de
Nueva York,
“Rapsodia en blue” es un buen ejemplo, ofrecen —de modo directo— esta perspectiva
del tiempo abierto, de la revisión poética de los hechos del mundo, sin un
tiempo claramente lineal o causal. “¿Cómo sobrevivir, escribir, liberarme del
tiempo?”, escribe en este su último libro. Liberarse del tiempo es la única forma de escribir, pero
también es, para Hierro, la frontera entre la muerte y la escritura. Un
liberarse del tiempo, de la exacta cronología de los hechos, que ya le acosaba
en 1947, cuando escribía: “¡Ojalá no soñara nunca!
/ No recordarte, no
mirarte,
/ no nadar por aguas profundas,
/ no saltar los puentes del tiempo
/
hacia un pasado que me abruma,
/ no desgarrar ya más mi carne
/ por los
zarzales, en tu busca”. Pero sobre todo es en el poema “Momento eterno”, del
mismo libro Alegría, donde señala cómo el recordar siempre presupone el anacronismo , ya
que es desde el ahora desde donde se genera el recuerdo. Escribe: “pero somos
la suma / de instantes sucesivos / que el tiempo no destruye / Aquel que ahora
recuerdo / seguirá siempre en sombras / aun cuando el sol me alumbre”. Una suma
de instantes donde nada del pasado es destruido, pero tampoco descifrado. El
mencionado Valery escribió: “Todos los términos de lo sucesivo corresponderán a
una simultaneidad”. En el poema “Episodio de primavera”, incluido en Cuanto
sé de mí insiste
a través de la siguiente fórmula: “(Sumido / en la vida de hoy, alcanzo / la
vida de ayer.)”. Ahora bien, esta producción del pasado desde el presente, como
observamos en el poema anterior, siempre lleva aparejada la sombra de la
incertidumbre, la crueldad del desconocimiento. Por eso el mismo poema continúa
así: “No he dicho / todavía qué me dicta / estos pensamientos…”. Este intento
de producción y reescritura del pasado desde el presente, esta anacronía,
regresa en el que podemos considerar su libro capital, El libro de las
alucinaciones,
donde la presencia de esas tensiones temporales es mayor. Escribe en el poema
“Retrato de un concierto”: “¿en dónde está tu realidad, / suma de instantes
armoniosos, / alimento para el recuerdo?”. Consumir el pasado es producir el
pasado, construirlo, pero de nuevo aparecen las sombras. Así continúa el mismo
poema: “Cuando empiezas a dibujarte / en humo, se desata el viento / y te barre
de la memoria”. Un dislocamiento
de tiempos que produce la anacronía, en tanto que descubrimos que el pasado no
es asimilable como un todo ordenado, que acaba acumulando recuerdos diferentes,
amontonándolos, como decía Benjamin, en el presente. De este aparente caos
surge la imagen del tiempo. Así lo observamos en el poema “Alucinación en
Salamanca”: “Quién disipó el lugar / (o el tiempo) que me daba / su sangre, el
que escondía / el lugar (o era el tiempo) / no vivido. Y por qué / recuerdo lo
que ha sido / vivido por mi cuerpo / y mi alma. Qué hace / aquí, por mi
memoria, / este avión roto, un viejo / Junker, bajo la luna / de diciembre. La
niebla, / la escarcha, aquel camino / hasta el silencio, aquella / mar que
estaba anunciando / este mismo momento / que no es tampoco mío”. Esta ruptura de tiempos, esta suma de
instantes amontonados para los que carece de conocimiento o justificación, es
un tema sobre el que insiste en “Marina impasible”: “Ojos fijos en su tesoro, /
presente inmóvil —sin recuerdos,
sin propósitos—, soy ahora. / Todo está sometido a un orden / que yo no
entiendo. Pero embarco”. Una ignorancia del descubrimiento muy en la línea de
Valery, que vemos retratada en un poema como “Cae el sol”: […] Pero se me ha
borrado / la historia (la nostalgia) / y no tengo proyectos / para mañana, ni
siquiera / creo que exista ese mañana. / Ando por el presente / y no vivo el
presente”. Y en el arranque de Agenda regresa a ese sentido de actualización del pasado
en la escritura al escribir: “Esto, tan real y tan absurdo, / sucedió, pero
sigue sucediendo. / Y no sé lo que significa”. Al anular el tiempo meramente
causal —anecdótico como eje del poema— puede ocurrir cualquier suceso en la
palabra, en la escritura. Una escritura entendida como un ahora que se encamina hacia un
territorio, el pasado, del que ignora por completo su sentido. Su única arma es
el ahora. Liberarse del tiempo significa abrir nuevos caminos entre lo real y
lo irreal, entre lo racional y lo irracional.
6.— El poeta no construiría así su
obra como un trabajo encerrado y ordenado en los límites ficticios de una
presentación-nudo-desenlace. Lo que nos puede interesar del
tiempo, del pasado y del presente, no es su imagen falsa de algo cerrado como
imitación —novelesca— de la realidad sino el intervalo hecho visible, la
grieta, el fragmento, el pliegue que nos permite ampliar su sentido y crear una
nueva interrogación. Hierro en “Historia para muchachos” crea una historia
imposible de contar de otro modo, que sólo existe ahí como acontecimiento del lenguaje. Y en esta imposibilidad de contar de otro modo reside el lugar del
poema. Lenguaje, tiempo, e ideas se con-funden para generar una pieza imposible
de ser abordada de otro modo que desde la propia poesía. Esta historia es, en
fin, una parodia del mismo concepto de “historia” como tránsito ordenado de
sucesos. E ahí, también, su lado fascinante.
[Este texto se publicó originalmente en la revista Nayagua 18, aquí]
Pablo García Baena, José Hierro y Ángel González, 12 de octubre de 1985. |
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