lunes, 25 de agosto de 2008

LEYENDO SUTURA

CARLOS ALCORTA: Sutura. Hiperion, Madrid, 2007.


Sutura es el título del último trabajo del poeta Carlos Alcorta (Torrelavega, 1959). Desde el título, pues, observamos que la intención del autor es establecer un nuevo estado de cosas, un nuevo límite, pero en ningún caso un fin de trayecto. Sutura ha de entenderse creo como tránsito entre las distintas formas que tiene el sujeto de darse o construirse. Toda sutura es la marca, el signo más palpable de los hechos que somos y nos conforman. Al igual que el agua se transforma en sólido, líquido o gaseoso sin dejar de ser agua, el poeta nos dibuja sus diferentes estados tales como pensamiento, memoria o recuerdo dejando diluir de un modo integrador su identidad en cada uno de ellos. Así a diferencia del agua el poeta es todo al mismo tiempo. Los accidentes —mal leyendo a Aristóteles— son también episodios basales de su identidad. Tiempo y espacio son, en efecto y por encima de todo, los hilos precisos de esta sutura, a partir de la herida que ha abierto la memoria.
De un modo más implosivo y directo que en sus anteriores trabajos Trama (2003) o Corrientes subterráneas (2003) se ahonda en Sutura en vías y raíles que se adentran en los procesos personales de la identidad. Toda búsqueda de identidad, algo que sabemos desde Wordsworth, es también y sobre todo la búsqueda o el brote de la diferencia. La identidad, ese yo que ahora nos hospeda o que hospedamos, tangentea su propia realidad para buscar entre los restos de la memoria algo desde lo que erigirse. El poeta es un observador. Alcorta, estructurando su escritura sobre una sólida arquitectura lingüística, rica en imágenes reflexivas, establece un doble diálogo consigo mismo a lo largo de los trece movimientos que componen el libro. Por una parte hacia fuera, es decir hacia el estado y el espacio visual de los objetos y hechos del mundo, pero por otra parte y en función de eso, el poeta establece un vínculo poético consigo mismo que lo lanza vertiginosamente hacia espacios de una profunda visualidad interna. Hallamos, pues, en el libro un vértigo, que tomando palabras de Eugenio Trías, podríamos decir que “resulta de la doble inclinación hacia fuera (atracción del abismo) y hacia dentro (tendencia a la conservación)”. Un vértigo que se relaciona con la contemplación. “El vértigo —continúa Trías— tiene la prerrogativa del contemplar”. Este es precisamente el motivo que hallamos al inicio del libro, en el primer poema cuyo cierre nos pone sobre la pista: “Quien aprende a mirar, aprende a ser” (p. 10). Esta forma del contemplar supondrá uno de los ejes más importantes e interesantes de esa construcción poética de la identidad. Alcorta, en efecto, construye lo poético desde ese doble diálogo dentro-fuera donde la sutura y el vértigo son espacios centrales, pero fundados en todo caso sobre una clara y bien trazada imaginería óptica. Así lo hallamos a lo largo del libro: “Buscabas en el fondo de sus ojos […] / Buscabas al fondo de su retina” (p. 11), “… mirando el mundo / que te rodea con la desconfianza / del humillado” (p. 23), “Tu mirada refleja la nada del pasado” (p. 27), “Esa íntima pulsión de la mirada” (p. 31), “Miras hacia abajo, hacia lo que existe / fuera del tiempo” (p. 39). Desde la mirada pues, no una simple mirada física, sino como proceso dialógico y temporal contra uno mismo, se va formando y desarrollando esta sutura. El tercer movimiento es un claro ejemplo: “Observas el paisaje con fingida / indiferencia. En nada se parece / a la luminosa extensión campestre / que examinabas al nacer el día, / a las desiertas y escarpadas lomas / cuyas laderas nunca recorriste”. Es esa observación, este proceso o ajuste de cuentas, lo que construye el poeta desde el vértigo de la memoria que más arriba señalábamos. Un vértigo que surge de esa doble inclinación hacia fuera y hacia dentro. Así, en ese tercer movimiento del libro, y en una de sus sugerentes secuencias parentéticas queda perfectamente dibujado el doble trazado: a) “(El cortante zumbido de las hélices / de un bimotor que asciende sobre los edificios, / su gélido sonido amortiguado / cuando atraviesa el macizo de nubes”. Hasta aquí el proceso es, dicho de un modo ambiguo, centrífugo, es decir, describe una serie de hechos externos que permanecían como señales en la memoria, pero dando un paso más el poeta dibujará qué implican en el fondo y así de un modo centrípeto vuelven hacia dentro, lentamente, como hondas. De esta forma leemos el final de la secuencia: b) “…temporalmente inmóviles / dificulta esa íntima indagación, / de carácter no sólo defensivo, / hacia la que deriva la escritura.)” (p. 16). Este es un ejemplo de un proceso continuo y bien delineado a lo largo de la obra. Escritura como vértigo contra sí mismo, quizá como poética, que queda igualmente reflejada cuando afirma: “El vértigo de lo desconocido, / como un falso deshielo, recrudece / en el porvenir el caudal del alma” (p. 12) o “Síntomas de extrañeza anidan dentro / de ti […] /… entre dolor y gozo, oscilas” (p. 13) o “¿Del desencanto y de la rebelión / contra uno mismo nace la escritura?” (p. 43), o “¿Eres quien se sustenta / en el poema, un temerario actor / inmune al veneno del desengaño / o es que acaso el dolor retrospectivo duele sólo de modo imaginario / en las negras palabras que lo nombran y esa merma estimula la osadía?” (p. 33). De esta forma la mirada y la escritura van tejiendo esa sutura, ese ajuste de cuentas. El propio poeta traza la respuesta: “Gracias a la anestesia del olvido, / a la consumación del ser en la escritura / toleras el tormento de vivir / y a ti mismo, inactivo, a la espera de qué” (p. 30).
Sutura supone en su conjunto una obra de plena solidez donde lo reflexivo no queda vagamente enramado en las alturas sino que se entrelaza con un tejido de sensibilidades plenas y variadas. La memoria, base fundamental del texto, se alía a los sentidos para construir el yo presente del poema y del poeta, más allá de lo simplemente confesional; espacios donde es posible hallar hondos interrogantes metafísicos de resonancias rilkeanas: “¿Quién, ángel o demonio, / toma las riendas del deseo y muestra, / en el hogar frecuente, de la dicha / su verdadero asiento, el desafío / de querer ser la nada si nada te complace?” (p. 41). Memoria, palabra y poeta, es decir, el reducto elemental de la identidad, del yo, sostienen, en fin, esta interesante obra. El cierre del libro, pues, no deja nada desatado:

Estás aquí. Son tuyas las palabras
que entonan un canto de gratitud
por la simple razón de estar presente.
Esta es tu victoria, tu recompensa.
Guarda por siempre bajo siete llaves
la refulgente bala de plata que atraviesa,
cuando el fervor se acalla, los muros del olvido.




(Publicado en El maquinista de la generación, n-15, julio 2008)

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