En ocasiones, la capacidad de fabular de un crítico implica la construcción de, por un lado, verdaderas fantasías críticas y, por otro lado, "alucinantes" composiciones intercambiables en función del libro criticado. Se trata de textos vacíos de sentido en función de su ambigüedad interna a los que es posible asignar significaciones diferentes en función del texto. No se trata realmente de críticas literarias sino de constelaciones en torno al libro publicado. Un ejemplo reciente de esta tendencia alegórica de los críticos: la reseña que J. M. Pozuelo Yvancos dedica al último libro de Javier Marías, Los enamoramientos. E insisto: alegoría —al modo benjaminiano— como modo de vaciar de sentido un objeto para que pueda significar cualquier cosa. Escribe Pozuelo Yvancos: “Lo primero que sorprende a cualquier lector [de este libro] es que algunos de los temas allegados (la envidia, la iniquidad que queda impune, la exención de la culpa de un delito por su delegación en intermediarios, la memoria que deja en los vivos la muerte de un ser querido), estando ahí siempre, parece que, cuando Marías los trata, estuvieran esperándolo, como si nadie los hubiera dicho antes”. La dificultad de establecer una medida coherente de esta “espera” es evidente. ¿Esperar? ¿Cómo te esperan? O leyendo entrelíneas: los temas son los de siempre, pero… Es cierto, lo que más llama la atención es la idea de “la espera” y del estar “allegados”. La simple idea de un escritor que es esperado por sus temas para que estos —los mismos de siempre— sean maquillados de nuevo resulta extraña. En realidad quizá asistimos a un proceso retórico donde la ambigüedad crítica tiende a favorecer tanto al crítico como al escritor que, con el uso de estos procedimientos, queda ya perfectamente encerrado —si no lo estaba ya— en una urna de cristal a prueba de cualquier bala crítica. Un escritor al que le esperan los temas es un escritor fuera de toda lógica literaria, fuera de todo sistema artístico. No sólo es esperado sino que además es lo “primero que sorprende”. Es por ello que acto seguido, el propio crítico, reconduce la situación y añade: “Ciertamente no de la misma forma”. Ese no de la misma forma es donde el crítico asienta la posibilidad de una variación, pero dicha variación no es más que un sentido difuso, creo, de una pretendida trascendentalidad o pseudofilosofía. Por ello señala que Marías no trata esos temas de siempre “con ese laboreo incesante del pensamiento que queda suspendido, se inicia primero tímido, y se va acrecentando conforme la novela avanza, hasta ofrecer finalmente todos sus matices”. Hagamos recuento: son los temas de siempre, nos los trata de igual modo, sino que como niños huérfanos le esperan, lo que implica una sorpresa para el lector. Ahora bien, no constituyen un pensamiento que queda suspendido [sea eso lo que sea], además de que como en un cortejo esos temas de siempre [que lo esperan pero que no quedan suspendidos] se inician tímidos para mostrar, finalmente, todos sus matices. El trasfondo de estas palabras no queda establecido ni ejemplificado en la crítica. ¿Qué quiere decir? ¿Cómo se identifica esto textualmente? En realidad no hay tal crítica sino un proceso de aceptación de los presupuestos de Marías que por lo tanto desactivan la crítica como tal. O dicho de otro modo: ¿de qué está hablando? ¿De un pensamiento que no se suspende sino que se somete al peso de la gravedad? ¿De una caja llena de temas a la espera? ¿De una novela? ¿No es más bien un prospecto que una crítica? Pero avancemos. El párrafo siguiente, que se inicia bajo el manoseado epígrafe “El espejo del alma”, es muestra de esa forma alegórica de crítica intercambiable. Escribe: “Iniciado en scherzo, como los motivos beethovenianos que tanto gustaron al Brahms de cámara, y desde un resquicio casi imperceptible de lo cotidiano, va sometiendo Marías ese motivo a todas sus variaciones, hasta entregar al final de la novela el espejo del alma humana en el que el lector se mira y se reconoce”. Este fragmento es paradigmático y clave. Es decir: los temas —de siempre— son transformados para ser de nuevo los de siempre: (una sospechosa concepción de) lo cotidiano, espejo del alma, lector que se mira y se reconoce… Si la palabra “Marías” fuese móvil podríamos poner en su lugar cualquier otro nombre de siglos pasados y de condición diferente y tendríamos otra crítica con iguales caracteres. [Por ejemplo: “desde un resquicio casi imperceptible de lo cotidiano, va sometiendo Corin Tellado ese motivo a todas sus variaciones, hasta entregar al final de la novela el espejo del alma humana en el que el lector se mira y se reconoce”.] Esta cuestión de saber tratarlo de otro modo la vuelve a justificar en el siguiente epígrafe: “Altas dosis de intriga”. Escribe: “Cuando todo parecía que iba a ser de un modo se inicia un gran cambio”. En realidad esa podría ser una definición intuitiva de trama. En este sentido, se ve impelido a añadir un elemento elevado, de altura teórico-literaria, que justifique la simplicidad de su definición anterior, o mejor dicho, que blinde las posibles críticas al autor. Ese “gran cambio”, esa "intriga", se inicia “como si fuera un adagio en una estructura dialógica entre las voces del piano y el violín”. Intriga, pero con adagios, pianos y violines, y estructuras dialógicas. En esto la narradora y Díaz-Varela —apostilla el crítico— van desvelando “los insondables pliegues del crimen”. Pero eso no es todo: “todavía dará la novela otro vuelco que no me perdonaría el lector que revelase”. Además, otra cuestión a tener en cuenta en esta revisión de los temas que estaban-ahí, a la mano, para ser curados, es que esta novela “se lee así toda ella sin poder dejarla, como una apasionante indagación, con altas dosis de intriga, en los recovecos del alma humana”. Este fragmento es otra muestra de ese proceder retórico: no se puede dejar de leer, pasión, indagación, intriga, alma… ¿No podría ser perfectamente éste el texto de solapa de una de esas antiguas novelitas de vaqueros o de Danielle Steel? [Unas cuantas veces se repite la expresión “alma humana” en la crítica]. En realidad, quizá, no estamos ante una crítica sino ante el proceder (farmacológico) de una crítica descontextualizada y básicamente inane. Eso lo demuestra el final de la reseña, donde el crítico, tratando de llegar con la lengua fuera en la escritura de una crítica en la que se ha propuesto descriticar o preescribir (y en la que tiene que llegar a un mínimo de caracteres con o sin espacios), concluye: “y todo se hace con un manejo de los condicionales, los subjuntivos, el lujo del idioma en sus tiempos y verbos más ricos para que la gran literatura aparezca otra vez aquí con su rostro verdadero”. Notablemente cansado de esta escritura (y presumimos que del libro que está criticando) nos advierte del uso de condicionales y subjuntivos en el libro.
Resumen de lo leído: Los enamoramientos es una novela que trata de temas que están “ahí desde siempre”, en la que se piensa mucho de modo grave (no en suspenso(¿?)), en la que se habla mucho del alma humana (en la que uno se puede reflejar) y sus recovecos, donde hay “insondables pliegues” y pasiones en torno a un crimen y donde se manejan condicionales, subjuntivos y tiempos verbales a lo largo del libro con mucho lujo y boato, apareciendo aquí -dado que es "gran literatura"- “con su rostro verdadero”.
1 comentario:
Despiadada.
En la novela famosa de Isaac Asimov, Fundación, se menciona el tipo de mejores políticos: aquellos que son capaces de hablar durante más tiempo sin decir nada. Esto se considera un arte o una ciencia. No recuerdo bien porque la leí de chico, pero el detalle se me quedó,y la realidad me da la oportunidad de recordarlo cada poco.
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