1.
El número de septiembre de 1970 de
la revista Artforum está dedicado en una buena parte, bajo el epígrafe “The artist and
politics: a symposium”, a plantear a una serie de artistas una pregunta que
parecía retornar con fuerza: ¿cuál es la relación entre arte y política? O,
mejor ¿cuál es la relación entre el artista y la política? Evidentemente las
relecturas de Adorno, pero sobre todo de Benjamin ejercían un tutela
importante, aunque sería hacer trampa considerar que tales relecturas estaban
exclusivamente detrás de esta pregunta. Las convulsiones sociales de finales de
1969, pero fundamentalmente las sangrientas revueltas estudiantiles de los años
setenta, provocaron también que el mundo del arte (y como pieza importante la
revista Artforum)
retomasen la vieja pregunta. Veamos. A finales de 1969 la atmósfera en Estados
Unidos tras la ascensión de Nixon al poder había enrarecido el ambiente debido
a la obsesión belicista del presidente. Esta obsesión llevó, por ejemplo, a que el 16 de noviembre de 1969 ,
cerca de medio millón de personas se manifestase en Washington. Manifestación
que el por entonces gobernador de California Ronald Reagan afirmó haber sido
planeada por comunistas amigos de los alemanes orientales. Aunque la gota que
colmó el vaso tuvo lugar cuando en abril de 1970 Nixon ordenó la intervención
en Camboya, país que se había declarado neutral y que sufrió algunos de los
mayores bombardeos del momento. La respuesta estudiantil fue contundente, y se
extendió por todo Estados Unidos. A estas manifestaciones el Estado respondió
de modo sangriento. El 4 de mayo de 1970, en Ohio, la policía se enfrentó a los
manifestantes matando a cuatro de ellos e hiriendo a nueve. En el college de Jackson, un campus
afroamericano del Mississippi, murieron dos estudiantes y nueve fueron heridos
por disparos de la policía. Ésta es sólo una pequeña muestra. Los disturbios se
extendieron por todo el país y los artistas (pensemos en Artist Workers´
Coalition y su acción en el MOMA frente al “Guernica” en enero de 1970, o que
ese mismo año y en ese mismo lugar tuvo lugar la intervención de Hans Haacke MOMA-Poll) comenzaron a planetarse estas
cuestiones. Fue en este contexto de convulsión social cuando Artforum se decidió a preguntar a los
artistas por su grado de compromiso,
pero, sobre todo, cómo actuar siendo artista. ¿Qué tipo de implicación
política debía —o no— tener el arte? La pregunta que aparece en el págia número
35 del número dice lo siguiente:
“Un número creciente de artistas
ha empezado a sentir la necesidad de responder a la cada vez más profunda
crisis política en América. Sin embargo, entre ellos existen serias diferencias
relativas a su relación con las acciones políticas directas. Muchos creen que
la implicación política de su obra constituye la acción política más profunda
que pueden realizar. Otros, sin negar lo anterior, siguen sintiendo la
necesidad de un compromiso político directo e inmediato. Y otros creen que su
obra carece de significado político y que sus vida políticas no tienen relación
con su arte. ¿Cuál es su posición respecto a los tipos de acción política que
deben llevar a cabo los artistas?”
2.
Ante esta cuestión fueron varias
las respuestas: Jo Baer, Ed Ruscha, Donald Judd, Carl André… Entre las diversas
respuestas me interesa retomar una de las respuestas que en principio podrían
parecer de las que podían tener un interés menor —al menos para mí—. Me refiero
a la respuesta de Robert Smithson. A Smithson, como es sabido, le gustaba —en
ocasiones en exceso— describir en sus escritos —abundantes y muy interesantes—
ambientes abultadamente metafóricos, desconcertantes, con referencias a escenas
primigenias, etc. En su respuesta a la pregunta de Artforum aparecen, entre otros, Georges
Bataille y William Holding, cuyo obra El señor de las moscas, le sirve de hilo conductor. En
cualquier caso, a riesgo de parecer simplificador, cuando he releído por
casualidad sus respuesta hace unos días me ha sorprendido lo siguiente:
“los disturbios policiales y
estudiantiles a un nivel más profundo son sacrificios basados en una
contingencia primaria, no en un rito sino en un accidente. No obstante, debido
a la intervención de los medios, los disturbios se han estructurado como ritos.
Los estudiantes son una “fuerza viva” en oposición a la policía, que es una
“fuerza muerta””.
La lectura de Smithson parece
tener un referente concreto: las revueltas estudiantiles y los enfrentamientos
sangrientos con la policía de comienzos de 1970. Sin embargo, a través de la
forma de leer esos disturbios que tiene Smithson, podemos ampliar sus posibles
significaciones (se puede leer así) a nuestro presente. Para empezar Smithson pone sobre la
mesa un concepto fundamental: el rito. Podemos tomar este concepto como principio. Según
leemos, el problema de todo disturbio, de todo enfrentamiento entre
manifestante y policía reside en el momento en el cual —un accidente, es decir:
la protesta por los problemas políticos y económicos concretos, inmanentes— se
estructura como rito. Como bien dibuja Smithson, es la intervención de los
medios de comunicación lo que transforma una protesta en un rito, y aunque esta
idea pueda resultar interesante hemos de pensar que el rito desactiva la
acción. Los medios ritualizan los gestos, los movimientos, las protestas… Y los
ritos se transforman en ejercicios que se repiten, pero sobre todo se
transforman en fines en sí mismos. He ahí lo que puede latir tras las palabras de
Smithson y podemos volver a comprobar ahora. La manifestación transformada en
rito desactiva su carácter de medio (para lograr objetivos) estableciéndose la
protesta en tanto que rito como fin en sí mismo, y por lo tanto en mera
escenificación. La manifestación ritualizada acaba transformándose en el
objetivo en sí mismo, olvidando su carácter de medio para uno o varios fines. Y
aquí son los medios de comunicación los que trabajan con el fin de ritualizar
la protesta. O dicho de otra forma: el rito transforma la protesta en “fuerza
muerta”, en deliberación sin fondo. El rito trascendentaliza y provoca, por
ejemplo, que la protesta tenga espíritu cuasi-religioso (o que se pretenda
“transformar el mundo” con talleres de reiki, como se ha llegado a leer). Sería
interesante, quizá, que ninguna protesta, que ningún disturbio tuviese la forma
del rito.
3.
La respuesta de Smithson dibuja,
aunque solapadamente, el problema de la reescenificación, lo cual provoca que
el carácter de fuerza y sacrificio tome forma de rito. Unos cuantos años antes,
concretamente en 1961, Daniel Boorstin, publicaba Image. A Guide to
Pseudo-Events
(del que creo haber hablado ya en este blog). Parece conectar Boorstin con lo
expuesto por Smithson, aunque la conexión pueda ser forzada. Boorstin hablará
de psuedo-acontecimientos donde antes leíamos ritos. Boorstin considera el
pseudo-acontecimiento con una serie de características más o menos concretas: carece de
espontaneidad, y por tanto siempre está organizado con antelación o, cuanto
menos, solicitado por alguien; está programado con la finalidad de ser
reenviado o reproducido y, con este objetivo, modelado en función de su
reproductibilidad en los medios; su éxito es directamente proporcional a la
cantidad de atención que en esos medios consigue despertar. Además, y he aquí
lo importante, se trata de mostrar el acto estructurado como un rito, y aquí los medios intervienen
ofreciendo la imagen como si fuese ya parte del pasado, es decir, como formando
parte de la historia. Y añade Boorstin: “La pregunta “¿es cierto?” es la menos
importante de todas, mientras esa otra de “¿qué significa para ti?” ha
adquirido un nuevo valor, en el sentido de que ya no nos interesa saber el
significado de la cosa en sí, sino lo que piensan sonre ella aquellos con
quienes hablamos”. He ahí la
ritualización de los disturbios y la transformación de la fuerza viva en
“pseudo-acontecimiento”. No obstante es difícil cerrar la cuestión. La interesante
sería —si deseamos extraer alguna conclusión, cosa no necesaria— que toda
protesta abandonase su ritualización y se transformase en fuerza, en medio, y
no en fin.
4.
O tal vez no. O tal vez, todo lo
contrario. O tal vez sea el rito lo único que nos salve.
5.
Lo dudo.
1 comentario:
He variado la traducción de pseudo-evento a pseudo-acontecimiento, aceptando la sugerencia de Juan Cárdenas. Sin duda, me parece una traducción más interesante y más acorde con la idea del textos. Muchas gracias por ello.
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