domingo, 30 de septiembre de 2012

UNA PREGUNTA, DISTURBIOS, SMITHSON, UN RITO, UN PSEUDO-ACONTECIMIENTO, MANIFESTACIONES (O una mala lectura de Robert Smithson para el presente)









1.
El número de septiembre de 1970 de la revista Artforum está dedicado en una buena parte, bajo el epígrafe “The artist and politics: a symposium”, a plantear a una serie de artistas una pregunta que parecía retornar con fuerza: ¿cuál es la relación entre arte y política? O, mejor ¿cuál es la relación entre el artista y la política? Evidentemente las relecturas de Adorno, pero sobre todo de Benjamin ejercían un tutela importante, aunque sería hacer trampa considerar que tales relecturas estaban exclusivamente detrás de esta pregunta. Las convulsiones sociales de finales de 1969, pero fundamentalmente las sangrientas revueltas estudiantiles de los años setenta, provocaron también que el mundo del arte (y como pieza importante la revista Artforum) retomasen la vieja pregunta. Veamos. A finales de 1969 la atmósfera en Estados Unidos tras la ascensión de Nixon al poder había enrarecido el ambiente debido a la obsesión belicista del presidente. Esta obsesión llevó, por ejemplo,  a que el 16 de noviembre de 1969 , cerca de medio millón de personas se manifestase en Washington. Manifestación que el por entonces gobernador de California Ronald Reagan afirmó haber sido planeada por comunistas amigos de los alemanes orientales. Aunque la gota que colmó el vaso tuvo lugar cuando en abril de 1970 Nixon ordenó la intervención en Camboya, país que se había declarado neutral y que sufrió algunos de los mayores bombardeos del momento. La respuesta estudiantil fue contundente, y se extendió por todo Estados Unidos. A estas manifestaciones el Estado respondió de modo sangriento. El 4 de mayo de 1970, en Ohio, la policía se enfrentó a los manifestantes matando a cuatro de ellos e hiriendo a nueve.  En el college de Jackson, un campus afroamericano del Mississippi, murieron dos estudiantes y nueve fueron heridos por disparos de la policía. Ésta es sólo una pequeña muestra. Los disturbios se extendieron por todo el país y los artistas (pensemos en Artist Workers´ Coalition y su acción en el MOMA frente al “Guernica” en enero de 1970, o que ese mismo año y en ese mismo lugar tuvo lugar la intervención de Hans Haacke MOMA-Poll) comenzaron a planetarse estas cuestiones. Fue en este contexto de convulsión social cuando Artforum se decidió a preguntar a los artistas por su grado de compromiso,  pero, sobre todo, cómo actuar siendo artista. ¿Qué tipo de implicación política debía —o no— tener el arte? La pregunta que aparece en el págia número 35 del número dice lo siguiente:

“Un número creciente de artistas ha empezado a sentir la necesidad de responder a la cada vez más profunda crisis política en América. Sin embargo, entre ellos existen serias diferencias relativas a su relación con las acciones políticas directas. Muchos creen que la implicación política de su obra constituye la acción política más profunda que pueden realizar. Otros, sin negar lo anterior, siguen sintiendo la necesidad de un compromiso político directo e inmediato. Y otros creen que su obra carece de significado político y que sus vida políticas no tienen relación con su arte. ¿Cuál es su posición respecto a los tipos de acción política que deben llevar a cabo los artistas?”


2.
Ante esta cuestión fueron varias las respuestas: Jo Baer, Ed Ruscha, Donald Judd, Carl André… Entre las diversas respuestas me interesa retomar una de las respuestas que en principio podrían parecer de las que podían tener un interés menor —al menos para mí—. Me refiero a la respuesta de Robert Smithson. A Smithson, como es sabido, le gustaba —en ocasiones en exceso— describir en sus escritos —abundantes y muy interesantes— ambientes abultadamente metafóricos, desconcertantes, con referencias a escenas primigenias, etc. En su respuesta a la pregunta de Artforum aparecen, entre otros, Georges Bataille y William Holding, cuyo obra El señor de las moscas, le sirve de hilo conductor. En cualquier caso, a riesgo de parecer simplificador, cuando he releído por casualidad sus respuesta hace unos días me ha sorprendido lo siguiente:

“los disturbios policiales y estudiantiles a un nivel más profundo son sacrificios basados en una contingencia primaria, no en un rito sino en un accidente. No obstante, debido a la intervención de los medios, los disturbios se han estructurado como ritos. Los estudiantes son una “fuerza viva” en oposición a la policía, que es una “fuerza muerta””.

La lectura de Smithson parece tener un referente concreto: las revueltas estudiantiles y los enfrentamientos sangrientos con la policía de comienzos de 1970. Sin embargo, a través de la forma de leer esos disturbios que tiene Smithson, podemos ampliar sus posibles significaciones (se puede leer así) a nuestro presente.  Para empezar Smithson pone sobre la mesa un concepto fundamental: el rito. Podemos tomar este concepto como principio. Según leemos, el problema de todo disturbio, de todo enfrentamiento entre manifestante y policía reside en el momento en el cual —un accidente, es decir: la protesta por los problemas políticos y económicos concretos, inmanentes— se estructura como rito. Como bien dibuja Smithson, es la intervención de los medios de comunicación lo que transforma una protesta en un rito, y aunque esta idea pueda resultar interesante hemos de pensar que el rito desactiva la acción. Los medios ritualizan los gestos, los movimientos, las protestas… Y los ritos se transforman en ejercicios que se repiten, pero sobre todo se transforman en fines en sí mismos. He ahí lo que puede latir tras las palabras de Smithson y podemos volver a comprobar ahora. La manifestación transformada en rito desactiva su carácter de medio (para lograr objetivos) estableciéndose la protesta en tanto que rito como fin en sí mismo, y por lo tanto en mera escenificación. La manifestación ritualizada acaba transformándose en el objetivo en sí mismo, olvidando su carácter de medio para uno o varios fines. Y aquí son los medios de comunicación los que trabajan con el fin de ritualizar la protesta. O dicho de otra forma: el rito transforma la protesta en “fuerza muerta”, en deliberación sin fondo. El rito trascendentaliza y provoca, por ejemplo, que la protesta tenga espíritu cuasi-religioso (o que se pretenda “transformar el mundo” con talleres de reiki, como se ha llegado a leer). Sería interesante, quizá, que ninguna protesta, que ningún disturbio tuviese la forma del rito.


3.
La respuesta de Smithson dibuja, aunque solapadamente, el problema de la reescenificación, lo cual provoca que el carácter de fuerza y sacrificio tome forma de rito. Unos cuantos años antes, concretamente en 1961, Daniel Boorstin, publicaba Image. A Guide to Pseudo-Events (del que creo haber hablado ya en este blog). Parece conectar Boorstin con lo expuesto por Smithson, aunque la conexión pueda ser forzada. Boorstin hablará de psuedo-acontecimientos donde antes leíamos ritos. Boorstin considera el pseudo-acontecimiento con una serie de características más o menos concretas: carece de espontaneidad, y por tanto siempre está organizado con antelación o, cuanto menos, solicitado por alguien; está programado con la finalidad de ser reenviado o reproducido y, con este objetivo, modelado en función de su reproductibilidad en los medios; su éxito es directamente proporcional a la cantidad de atención que en esos medios consigue despertar. Además, y he aquí lo importante, se trata de mostrar el acto estructurado como un rito,  y aquí los medios intervienen ofreciendo la imagen como si fuese ya parte del pasado, es decir, como formando parte de la historia. Y añade Boorstin: “La pregunta “¿es cierto?” es la menos importante de todas, mientras esa otra de “¿qué significa para ti?” ha adquirido un nuevo valor, en el sentido de que ya no nos interesa saber el significado de la cosa en sí, sino lo que piensan sonre ella aquellos con quienes hablamos”.  He ahí la ritualización de los disturbios y la transformación de la fuerza viva en “pseudo-acontecimiento”. No obstante es difícil cerrar la cuestión. La interesante sería —si deseamos extraer alguna conclusión, cosa no necesaria— que toda protesta abandonase su ritualización y se transformase en fuerza, en medio, y no en fin.

4.
O tal vez no. O tal vez, todo lo contrario. O tal vez sea el rito lo único que nos salve.

5.
Lo dudo.



1 comentario:

Alberto Santamaría dijo...

He variado la traducción de pseudo-evento a pseudo-acontecimiento, aceptando la sugerencia de Juan Cárdenas. Sin duda, me parece una traducción más interesante y más acorde con la idea del textos. Muchas gracias por ello.