jueves, 14 de agosto de 2014

¿PINTURA DE HISTORIA?


Jacques Rancière, Figuras de la historia. Ed. Eterna Cadencia,  Buenos Aires, 2013.
[Una versión de esta reseña apareció en la revista Arte y Parte, nº 109, febrero-marco, 2014]

Figuras de la historia de Jacques Rancière fue publicado originalmente en Francia en 2012 y en él se recogen dos textos: “Lo inolvidable” y “Sentidos y figuras de la historia”. Ambos textos fueron escritos entre 1996 y 1997 y pensados como textos para dos exposiciones de ese momento. Esto hace que este libro pueda verse como un libro marginal, que quizá no llega a la altura de textos como El espectador emancipado  o  El destino de las imágenes y es cierto. Sin embargo, este libro, sus dos textos, no dejan de contener apreciaciones interesantes y modos de pensar la relación historia e imagen que él mismo analizará posteriormente en profundidad en otros trabajos de mayor voltaje. Así que Figuras de la historia habría de leerse desde la posición de una obra periférica dentro de su trabajo pero que desgrana puntos clave de su pensamiento. Y en este doble movimiento reside el interés de este trabajo. La pregunta que empuja el libro es cómo hacer historia desde las imágenes, más aún, ¿es posible?
El primero de los textos lleva por título “Lo inolvidable”. En éste, el tema central es el modo desde el cual el cine es capaz de producir modos de ver y, por lo tanto, producir Historia. Esta tesis es, sin duda, una vía muy productiva para Rancière. Parte de una imagen del trabajo de Chris Marker La tumba de Alejandro  para apuntar una de sus ideas clave. La relación historia y cine se funda en la posibilidad de decir esto ha sido. La cuestión siguiente es: ¿cómo decirlo? ¿Cómo ponerlo en imágenes? Con respecto a la película de Marker señala: “Nos dice menos y más: que esto ha sido, que pertenece a una historia, que es historia”. Sin duda es interesante su lectura –aunque sea rápida- del problema del negacionismo. Señala que la historia  es el modo a través del cual se configuran y se entrelazan los hechos, es decir, el modo de irradiar narrativas. No se trata, creo, de una defensa del historicismo, sino de ver la historia como un proceso de múltiples causalidades. ¿Qué ocurre con los negacionistas? Suprimen esa multiplicidad. Escribe: “Porque para negar lo que ha sido, como hasta hoy nos lo muestran los negacionistas, ni siquiera hace falta suprimir demasiados hechos. Basta con retirar el lazo que los vincula y los transforma en historia”. Dicho esto la imagen recoge en su modo de hacer un registro tan amplio dentro del cual esa multiplicidad mencionada puede darse como narrativa. De hecho, el mismo Rancière escribe: “La historia es el tiempo en el que aquellos que no tienen derecho a ocupar el mismo lugar pueden ocupar la misma imagen”. “La máquina –ha dicho pocas líneas antes-  no hace diferencias”. Y más adelante confirma esta idea: “El privilegio de la imagen cinematográfica es que depende “naturalmente” de esa significancia indeterminada que, en la edad de la historia y de la estética, en la edad romántica para decirlo con una sola palabra, convierte a cualquier vida sin importancia en materia del arte absoluto”.  En cualquier caso, para Rancière las imágenes no hacen historia a partir de su modo de darse sino por su propio proceso  de desplazamiento. Hablando de la película Listen to Britain escribe: “La película no muestra ni bombardeos ni destrucciones. […] ¿Qué hace esta película militante para certificar la misión histórica de un pueblo resistente? Nos presenta lo extraordinario de la guerra como algo exactamente semejante a lo ordinario de su existencia pacífica”. El efecto comprometedor de esta película reside en darse como un territorio de nadie entre lo ordinario y lo extraordinario. En este desplazamiento narrativo la película muta como documento histórico bajo la forma de construir o desvelar una forma diferente de mirar. En este sentido el historiador debería aprender del cine la forma de producir heterogeneidad. “Hoy en día la capacidad del cine para hacer historia aparece ligada a otra manera de ficcionalizar: la que interroga la historia del siglo a través de la historia del cine y esta historia misma a través de la cuestión de la historia que organizan los signos del arte”. A lo que añade: “si la historia no atestigua sin la construcción de una ficción heterogénea, es que ella misma está hecho de tiempos heterogéneos, hecha de anacronismos”. 
            La segunda parte, “Sentidos y figuras de la historia”, podría leerse como una ejercitación de los presupuestos anteriores, como su extensión pictórica. La historia se desplaza (e incluso se cuestiona a sí misma) en función de sus sentidos y figuras. “Historia se dice en varios sentidos”, escribe al inicio. En concreto destaca cuatro formas de decir: “colección de ejemplos, arreglo de la fábula, potencia historial de destino necesario y común, entramado historizado de lo sensible”. En el primer caso, asistimos a una visión de la historia entendida como archivo de una memoria determinada, es decir, “la colección de lo que es digno de ser convertido en memoria”. A ello responde Rancière: “Aquellos que nos dicen que miremos bien la representación de las abominaciones de nuestro siglo y que meditemos bien sus causas profundas para evitar su retorno se olvidan de una sola cosa: los tiempos de la historia/memoria no son los de la historia/verdad”. En segundo lugar nos habla de historia entendida en función del cumplimiento de una imagen ejemplar que irradia sentido en una dirección concreta. El caso modélico sería la pintura de historia, la cual pretende erigirse como caso real de la historia.  Escribe: “La historia que construyen la composición de las partes y la disposición de las formas en la tela afirma su exacta coincidencia con la función memorial y ejemplar de la historia”. En tercer lugar Rancière destaca la concepción de la historia entendida como forma de cumplir un destino necesario (pero también prefigurado). Así, “la historia como movimiento orientado hacia un cumplimiento, definiendo las condiciones y las tareas del momento, promesas de futuro pero también amenazas para quien desconoce el encadenamiento de las condiciones y las promesas”. El cuarto modo de decir señala hacia la sensibilización histórica de las pequeñas historias. Por ello señala que el “tiempo de la historia no es solamente el de los grandes destino colectivos. Es aquel en el que cualquiera y cualquier cosa hacen historia y dan testimonio de la historia”. Es para Rancière el entralazamiento e incluso la tensión oposicional entre estas formas de decir la historia lo que provoca diferentes maneras de producir “relaciones entre los géneros pictóricos y los poderes de la figuración”. Según señala Rancière es fundamental complejizar esta relación entre historia y representación, y sobre todo señalar que el “sistema representativo no es lo [opuesta a] lo irrepresentable”. Y es aquí donde desarrolla tres poéticas o tres formas de desarrollar formas de hacer  esa historia. La primera de ellas tendría a Barnett Newman (pintor fetiche para otros teóricos como Lyotard o Didi Huberman) como modelo. La pintura de historia como un ejercicio de desplazamientos. Escribe: “La pintura posterior a las dos grandes guerras mundiales ya no puede, nos dice [Barnett Newman] pintar como si no pasara nada flores, desnudos, recostados o violoncelistas. pero tampoco puede entregarse al puro juego de las formas de significación que supondría  consentir al desorden americano del mundo”. ¿Qué queda entonces? Para Newman  lo que queda es “la posibilidad de concebir la tela como la organización de la idea en elementos plásticos que son también los elementos  de un ritual religioso”. Una segunda manera de representar la historia sería aquella que juega “con la permanente remisión de la gran historia, con sus retratos, sus emblemas y sus discursos, a la pequeña  con sus puestos de mercancías o de desechos, sus retratos de familia o la exhibición de sus fantasmas.” En este caso las referencias que esgrime, entre otras, son los nombres de Mimo Rotella o Jacques Villéglé. La tercera poética o forma de decir o hacer la historia a través de la pintura es la que señala hacia la tradición de Giorgio de Chirico,  donde es la ausencia de historia lo que desemboca en una mayor profundización sobre el problema de la historia. Igualmente, sostiene que no “pinta los horrores de la guerra o de las dictaduras, no las olvida en provecho de las fruteras o de las meras formas coloridas. Pinta lo que no provoca ni horror ni indiferencia: el devenir-inhumano del sujeto. “Ausencia humana en el hombre” […] Pintar lo “inhumano”  es disponer los lugares y las figuras de una  pintura de historia que se recusa a sí misma”.

            Así Rancière apunta hacia un modo de pensar la historia a través de imágenes que cuestionan su propio sentido como historia. “La historia no ha terminado de contarse en historias”, así concluye. Para Rancière la imagen es siempre imagen de conflicto y por tanto cada imagen irradia un sentido de historia que, en cierto sentido, tiende a cuestionar su propio sentido como historia. Es este cuestionamiento, o mejor, la forma en que Rancière plantea la potencialidad de este cuestionamiento, el elemento vertebrador (y de mayor voltaje) de este libro. Un libro, sin duda, altamente recomendable.

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