lunes, 20 de octubre de 2014

CON PASOLINI, CONTRA LAS TERTULIAS





1.
No me atrevería a señalar desde aquí una nueva lectura de Pier Paolo Pasolini. Eso sería un alto grado de arrogancia. Pasolini fue, en realidad, algo así como su propio investigador, como un espeleólogo de sí mismo y, a la vez, de su entorno. No me atreveré, he dicho, pero sucede que estas semanas ha aparecido una recopilación de artículos del pensador/etc. italiano bajo el sugerente título de Demasiada libertad sexual osconvertirá en terroristas (Errata naturae, 2014). Como señalan los editores se trata de “recuperar un conjunto de textos que dan cuenta del pensamiento crítico de Pier Paolo Pasolini en relación con un amplio campo de intereses. […] Atendiendo tanto a su vitalidad intelectual y a su alcance histórico como a la belleza y a la fuerza de su escritura, todos ellos son textos de primer orden que dan cuenta del mejor Pasolini, pensador transgresor y ajeno a cualquier tipo de concesiones”. Y es cierto. El espíritu de esta recopilación es entablar de nuevo una serie de diálogos con Pasolini, con su pensamiento, con sus obsesiones… Ahora bien, no podemos quedarnos en la simple complacencia –superficial– que nos da el texto. No me cabe duda de que el espíritu combativo de Pasolini exige una lectura desfetichizada de su obra, es decir, la necesidad de traer o atraer hacia nosotros las perspectivas críticas que él puso sobre la mesa. Es ahí, en esa lectura a contrapié, donde podemos enfrentarnos a Pasolini, y donde su pensamiento nos puede sacudir. ¿Cómo? He ahí la cuestión. En mi caso, y valga de ejemplo, ha habido un texto que me ha empujado a escribir todo esto. El texto lleva por título “Contra la televisión”, escrito en 1966 y no publicado en vida. ¿Qué nos encontramos aquí? Un enfrentamiento directo y crítico con la televisión como medio y espacio de representación. Es curioso el desplazamiento. O mejor dicho: los desplazamientos. En el marco intelectual occidental se ha pasado de la crítica feroz por parte de los intelectuales de izquierdas al medio televisivo, en tanto que propaganda capitalista, engaño para las masas, etc., hacia una forma de tomar la televisión incluso como superior ejercicio literario de nuestro tiempo. Raro es hoy el intelectual que se atreve a cuestionar la televisión, a señalar su honda estupidez, y aquel que se atreve es sometido indiscriminadamente bajo el rótulo de retrógrado o casposo. Lo más curioso es comprobar cómo son los filósofos de mayor edad los que con mayor ahínco defienden el medio televisivo y su alcance. La televisión es la nueva literatura, he llegado a escuchar (no, sin aguantar la risa, he de decir). El caso es que en 1966 Pasolini se enzarza en un análisis intenso de la televisión cuya estructura puede seguir sirviéndonos como espacio para la crítica. Si bien, como acabo de decir, la lectura de Pasolini puede sonarnos a trasnochada, sin embargo, lo que es altamente efectivo es la estructura de su crítica. No podemos quedarnos en la superficie (esto es: la crítica a la televisión italiana de los años sesenta) sino que hemos de dirigirnos hacia el modo crítico dentro del cual se sitúa Pasolini, alguien que, por lo demás, sabía perfectamente cómo funcionaba ese medio. Escribía Pasolini:

La televisión exhala algo que es terrible, algo peor que el miedo que debió de producir en el pasado sólo pensar en el tribunal de la Inquisición. En efecto, en lo más profundo de la televisión hay algo que se parece al espíritu de la Inquisición: una división clara, radical y chapucera entre los que pueden pasar y los que no. Sólo pueden pasar los imbéciles, los hipócritas, los que son capaces de decir frases y palabras vacías, o los que saben callarse –o callar cuando hablan- o al menos callan en el momento oportuno

2.

Durante varios días, bajo prescripción pasoliniana, decidí permanecer pegado a la televisión en mis ratos libres, saltando de tertulia en tertulia, a modo de trabajo de campo. Y para empezar he podido descubrir que la máxima de Pasolini sigue siendo cierta: la televisión (en concreto las tertulias y los tertulianos) exhala algo terrible. Así declaraba Pasolini su punto de vista, su premisa: “Como llevo un mes gravemente enfermo, postrado en cama,  y apenas puedo leer, he visto la televisión todas las noches. Y es inmensamente peor y más degradante de lo que podría suponer la imaginación más desaforada”. La tertulia política es, sin lugar a dudas, un profundo foso de degradación intelectual (y cómica, como ese momento en el que en “El cascabel” de 13tv riñen a Ramón Tamames por salirse del guión o cuando el presentador, tras defender a capa y espada el imperio de la ley y de la moral cristiana, ofrece a todos sus espectadores, cual galán de los años cincuenta al que se le empieza a ver el cartón, lo último en detectores de radares o medidores de alcoholemia para que no, y cito, “les frían a multas”). Y esta degradación no nace siempre de las  palabras de los tertulianos, sino al contrario, de sus silencios. Realmente la tertulia política en la televisión se dibuja en función de lo teatral.  (Teatral es Ernesto Ekaizer cuando afirma, cual sibila o triste futurólogo comprometido, lo que menganito va a destapar en unos días. Sin embargo, lógicamente, no suele pasar…).


John Brown, "The Ham Rome"
Otro elemento de interés se sitúa dentro de la falacia que sostiene que "salir mucho en la tele es estar cerca del pueblo", como si "el pueblo" o "la ciudadanía" fuesen un recinto exacto y perfectamente definido y la televisión algo así como una maquina que se acerca a ese "lugar" llamado "pueblo".  Es una falacia estúpida: la televisión es una máquina alegorizadora cuya finalidad es crear buenos y malos, y no sirve, si nos centramos en las tertulias políticas, más que para remarcar posiciones que bufonizan siempre al emisor del mensaje. De este modo, la televisión (las tertulias políticas en este caso) aleja a los que salen en ella de la realidad, o dicho en otros términos, la televisión i-realiza o cosifica a los sujetos que salen en ella. Retomando a Pasolini, las tertulias políticas en la televisión convierte a los que salen en ellas en personajes de época, en cuadros. Es decir, la aparición continuada en televisión, como supo imaginar Pasolini, lo que provoca es la alegorización del personaje/tertuliano, que en lugar de acercarse más "al pueblo" se construye en tanto que identidad cerrada, en tanto que emisor de un mensaje y no como sujeto situado en un horizonte de cercanía respeto de los ciudadanos. Dicho esto las tertulias hoy suplen a aquel estilo pictórico tan burgués y tan del siglo XVIII que se denominó conversation piece, piezas de conversación, que como adivinó Pasolini, era el modo de esclerotizar toda perspectiva disonante al encajonar toda posición en una foto fija.

Sir Joshua Reynolds, 1760



Es por ello que en ninguna tertulia es posible ver hoy espacios para la formación de una opinión pública o para la construcción de lo político, al contrario, lo único posible es la observación de la representación de  una opinión prefabricada. Lo curioso igualmente en todo esto es la consideración de la existencia de una alta y baja tertulia, como si hablásemos de alta y baja cultura. “Al rojo vivo”, por ejemplo, es alta tertulia, “Sálvame” es baja tertulia. Pero ¿es tan simple? O mejor, ¿es creíble? (Otro paréntesis: ¿qué diferencia hay entre las burradas políticas de Isabel San Sebastián o los delirios de Eduardo Inda y las palabras de Mariló Montero? Pocas. Ninguna, diría yo). Si algo tiene el medio televisivo es, en su degradación intelectual, el homogeneizar, el igualar toda perspectiva. Posiblemente la capacidad de influencia y de construcción de “opinión” pública esté en cualquier otro lado de la televisión (pero sobre todo fuera de ella) antes que en las llamadas tertulias políticas (alta tertulia). “En aquel momento, –escribe Pasolini–, yo era un telespectador […]. Lo que me gustaría poner de manifiesto es que ellos habían aceptado en silencio el silencio. Se autocensuraban y sabían perfectamente cuándo no debían continuar. Sabían perfectamente lo que no debían decir, como si fuesen niños a los que vigila su padre”. Lo que destaca Pasolini es la idea de que una vez aceptada la negativa a construir una opinión y, por tanto, dada la aceptación de la teatralidad de la representación de una opinión ya prefabricada, lo importante de las tertulias son los silencios. Para Pasolini la idea del silencio en la tertulia es central. La tertulia está construida para dar forma a los límites de lo decible. Se pueden enfrentar posiciones antagónicas, se pueden defender posiciones opuestas, pero jamás se ponen las cartas sobre la mesa. Pueden gritarse, quitarse la palabra, solapar sus voces… pero todo ello no es más que parte de la escenificación. (Ah…. ese momento impagable, delicioso y muy habitual en el que, por ejemplo, “intelectuales” como Alfonso Rojo o Carlos Cuesta o “Chani” se ponen a construir un argumento y aquello acaba en un delirio sin pies ni cabeza en el que ellos mismos acaban perdidos; argumentos más propios de “Hora de aventura” o de una fábula mental de Belén Esteban). Pasolini de nuevo: “Es consuelo de tontos saber y decirse a uno mismo que en otros países romper un silencio como éste significa una condena.  El hecho es que estos intelectuales, al hablar, no se juegan una condena a Siberia, sino el ostracismo de la televisión, que se traduce en una pérdida de prestigio y popularidad. Así pues, callan”. Es decir, la tertulia sirve para representar un papel en la comedia de la política, así que, una vez asignados los papeles se trata de escenificar lo presupuesto. ¿Qué puede significar salirse de ese papel? La defenestración, la imposibilidad de que se deje de visibilizar tu marca. Es por ello que con certeza añade Pasolini:


La televisión los convierte a todos en bufones: resume sus discursos haciéndolos quedar como idiotas […]  o en lugar de expresar  sus ideas, lee sus interminables telegramas, evidentemente sin resumirlos pero igual de idiotas; idiotas como lo es toda expresión oficial. La televisión es una caja terrible que encierra a toda la clase de dirigente de la opinión pública, servilmente servida para obtener el servilismo absoluto

Escuela irlandesa
Pensar que lo que dice en el medio televisivo–estrictamente ahí, insisto­– Jorge Javier Vázquez es menos importante que lo que dice Antonio Carmona o Cristina López Schlichting o Francisco Marhuenda o Ana Pastor carece de sentido. Puede ser a nivel intelectual de mayor enjundia (algo presuntuoso en alguno de los mencionados), es cierto, pero el medio iguala, nivela, homogeiniza, bufoniza (usando términos pasolinianos) pero sobre todo –es lógico– visibiliza construyendo identidades. Lo que va a decir Iñigo Errejón o Francisco Marhuenda, es decir, lo que van a representar ya lo sabemos de antemano, a pesar de matices o leves variaciones. En este sentido, a los espectadores se nos pide única y estrictamente que seamos hooligans de una u otra opinión, de uno u otro tertuliano, nada más, es decir, bien poco. De esta forma la “alta tertulia” carece de efectos reales, es “alta impostura”, más allá de la escenificación. (Luego hay casos tragicómicos si debemos analizar discursos como los de, por ejemplo, Montse Suárez o de Miguel Ángel Rodríguez, personajes para los que un argumento es sinónimo de laberinto). Esto es: la tertulia política hoy, o ya desde hace tiempo, simboliza el abandono de la posibilidad de crear o construir opinión, es decir: abandono de lo político en favor de lo teatral, y por tanto del silencio.

3.


Dicho esto, quiero apuntar que no estoy defendiendo una crítica total a la televisión, algo ridículo e inútil, por otro lado. Como dice Pasolini, la televisión, en ese “algo terrible que exhala”, en esa “degradación” que apunta, nos atrae en la misma medida que nos rechaza. Considero que la televisión es necesaria, totalmente, y el gesto más aberrante me parece la actitud cínica de los que se ufanan de no tener televisión. Esos son los peores, porque ellos aún consideran que hay esperanza. Ver la televisión debería ser obligatorio para entender los límites de lo decible (y por tanto de lo callable) en cada época.






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