miércoles, 9 de septiembre de 2015

ESTO NO ES UN ÁRBOL

(Este texto se publicó originalmente en la revista Litoral, nº 257, pp. 147-149)



Hay unos versos de José Luis Hidalgo que me hipnotizan. Se trata de unos versos que forman parte de un poema fascinante titulado “Fijaos bien”, y que apareció dentro de uno de esos libros al mismo tiempo fascinantes titulado Raíz (1944). Al inicio del poema (al que he regresado gracias a mi amigo Rafael Fombellida) escribe Hidalgo: “Aquí un árbol seco como una flauta de alambre / lleno de corazones diminutos que le cuelgan de las pestañas”. Estas palabras de Hidalgo han sido leídas (con más o menos interés) desde ángulos distantes, pero creo que quizá se ha perdido la lectura de superficie. Por ejemplo: se ha hablado mucho de ese árbol, de su relación surrealista, de su simbolismo, etc., pero para mí es el aquí el eje real del texto. Simplemente: aquí. ¿Aquí? No me desviaría demasiado si dijera que lo que nos proponía Hidalgo desde ese poema es un retrato, un autorretrato mejor dicho, donde él es el aquí y es el árbol, al mismo tiempo. El yo es algo que se esparce. Cualquiera que haya visto una imagen del propio Hidalgo se percatará al instante de este carácter de autorretrato. Estamos ante una reflexión, quizá, sobre el papel central de la confusión en la vida y en la escritura antes de la muerte. Cuando he vuelto a este poema lo he visto: el poeta es un árbol, pero un árbol seco que ve en la proximidad de la muerte una forma de soportar su aquí. Raíz es el título del libro de Hidalgo, pero es más que eso. La raíz, nuestro origen, es el enemigo. Raíz es el nombre de nuestra condición de posibilidad en el mundo. Y el lenguaje es la raíz del poema, y contra ese lenguaje el poeta lanza su enemistad. El poeta es el enemigo declarado del lenguaje conformado bajo el orden dominante de la raíz. Una etimología no es más que otra forma del poder, del dominio. Odiar las etimologías debería formar parte del trabajo del poeta.
Los corazones diminutos de Hidalgo son el poema, el fruto, y ambos (poema y fruto) son formas de cuestionar el origen. El poeta es así tan contradictorio como un árbol. “En el campo / soy la ausencia / de campo” escribe Mark Strand. Si nos detenemos un segundo comprobamos que en realidad Hidalgo y Strand están hablando de lo mismo desde lugares diferentes. Son poetas hermanos en la distancia. ¿No es el poeta esa permanencia que juega entre lo presente y lo ausente? ¿Desciende el poeta hacia alguna raíz? No. En absoluto. No hay descensos heideggerianos. Hemos pensado demasiado en raíces y rizomas, pero poco en el ramaje, en la imposibilidad de salir ileso del lenguaje confuso de las ramas. Y por ello hablaba de superficie hace un momento. El árbol es pura superficie, frente a la raíz, frente a lo rizomático que incluye toda esa semántica del ocultamiento, de la desproporción, etc. Creo que la lección que nos da el árbol es la capacidad de la contradicción, o quizá sea mejor decir, de la confusión. Las ramas se nos ofrecen, son aquí, como dice Hidalgo, pero al mismo tiempo no las vemos, las despreciamos como simples portadoras de confusión. Habitar la confusión, al menos en mi caso, es la misión del poeta. No confundir, sino saberse confuso y propagar esa confusión. El poeta como propagandista de la confusión, así como el árbol es un propagandista del caos dentro del paisaje. El orden es sólo un efecto de lo real, no es su causa. Ordenamos lingüísticamente el mundo, lo escrutamos, lo taxonomizamos, lo etimologizamos, porque odiamos lo confuso, no sabemos qué hacer con ello. La lección del árbol es la lección del poeta: la confusión es nuestra perspectiva. El orden es un momento de aceptación del fin, la aceptación de un modo (que se nos da ya empaquetado) de leer el fin. Y aquí hay un claro misticismo que no niego, pero un misticismo que reniega de toda trascendencia, de todo orden ritual, un misticismo del aquí, del árbol como forma y lugar. Un misticismo de la confusión. Creo en el árbol, creo en la lección del árbol, en su contradicción, no en su taxonomía. No me interesan las especies de árbol, ni siquiera las conozco, ni me interesa su misión en el mundo, ni su procedencia, ni su posible belleza. No hay ecologismo en el orden lingüístico del mundo. El poeta desearía ser un árbol (como el novelista ser una vaca). Recuerdo que el crítico inglés Wiliam Hazlitt escribía: “Coleridge me comentó que le gusta componer mientras pasea por un terreno accidentado o sea abre paso a través de un ramaje enmarañado”. Abrirse paso sería esa forma renovada de misticismo. El poeta se enfrenta como un árbol ante el mundo y ante sí mismo. En lo alto no hay ideas sino confusión. Parafraseando: “no ideas sobre las cosas sino árboles”. Las ideas son siempre tentativas de ordenar el mundo, mientras que el poema, visto desde este ángulo, tiene como misión confundir aún más el mundo. ¿No es Ideas de orden de Stevens el gran monumento a la ironía poética? En cualquier caso he de decir que no me gustan los simbolismos. Puede ser contradictorio, y lo acepto. Cuando escribimos, o bien cuando simplemente enunciamos, creamos relaciones de fuerza. Decir que el árbol es símbolo del poema me parece someter al árbol y al poema a una relación de fuerza. ¿Y si el poema fuese realmente el símbolo del árbol? El árbol fue antes que el poema y el poeta. El árbol es el que provoca el poema, el poder es del árbol y no de la palabra. ¿Y si el árbol tuviese la capacidad de elegir? ¿Cuál sería su símbolo?
            En fin, el poeta es el aquí del poema de Hidalgo, el aquí un árbol seco. Aquí, en concreto este árbol, no todo árbol, sino este que ahora, en este momento, me dibuja en el papel.  ¿Cómo continuar entonces? La confusión es la necesaria lección que el árbol imparte al poeta. Podemos seguirla… o no.


5 comentarios:

VINICIO SANTOS dijo...

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Atentamente:
Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
Documento de identificacion personal:
1999-01058-0101 Guatemala,
Cédula de Vecindad:
ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
Ciudadano de Guatemala de la América Central.

Unknown dijo...
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