La visión instaurada —extrañamente hegemónica— de Marcel Duchamp invita a unos a odiarlo hasta el extremo y a otros a mitificarlo como un héroe en continua lucha. Las dos posiciones, la de luciferino destructor del arte por un lado, y la de salvador a través de las cosas por el otro, suponen una obturación, una imposibilidad elemental de establecer un verdadero diálogo con el sujeto Marcel Duchamp. En un lado están sujetos como Marc Fumarolli o Donald Kuspit que lo consideran el destructor mismo de eso llamado arte. En el otro extremos están personajes como Nicolas Bourriaud (un tipo que parece tener mucho predicamento en el universo cool de la filosofía y la estética pero que sus textos, leídos en profundidad, carecen de mucho sentido y están llenos de incongruencias argumentativas). Para Bourriaud, el padre del ready-made lo es todo, y lo que es peor, se toma el ready-made como una forma de expresión. En fin, tiene que existir a la fuerza un Duchamp intermedio. Y éste es el Duchamp que escribe. El Duchamp que habla de arte y que casi siempre es obviado por ambas facciones. Este año se ha publicado un breve —brevísimo— resumen de sus cartas: Cartas sobre el arte. 1916-1956 (Elba editorial). En ellas descubrimos al Duchamp preocupado por el desarrollo del arte y al Duchamp que dirige sus ataques no contra el arte en sí, ni contra la burguesía, sino contra los artistas. En carta a Katherine Dreier escribe: “Cuanto más vivo entre artistas, más me convenzo de que son unos impostores en cuanto tienen el menor éxito. Esto quiere decir también que todos los perros en torno al artista son unos timadores. Si ve la asociación que hay entre los impostores y los timadores, ¿cómo puede ser capaz de conservar algún tipo de fe (y en qué)?”. Esta breve muestra de sus cartas nos ofrece a un Duchamp preocupado por el arte y por el hecho de que son los propios artistas, los propios pintores “geniales” con sus fantasías de éxito y dinero los que están destruyendo eso llamado arte, no él con sus ready-made. No es de extrañar que acuñe la famosa frase: “tonto como un pintor”. El libro incluye como apéndice un texto titulado “El acto creativo”, donde Duchamp desgrana lo que él denomina “coeficiente artístico”, elemento clave para que exista la obra de arte. Este coeficiente se calcula, dice, del siguiente modo: lo que quiso decir el artista y no dijo + lo que dijo finalmente y no quería decir. A esto hay que añadir dos factores más: el espectador ante la obra y la historia ante la obra. Se trata, en fin, de un texto muy breve pero lleno de hallazgos.
Otro texto sobre arte publicado en 2010 es el de Víctor del Río: Factografía. Vanguardia y comunicación de masas (Abada). En este texto se establece una muy interesante doble lectura que va desde la revisión historiográfica de muchos de los elementos propios de la vanguardia hasta su vinculación con un tema como es el de las estrategias de la comunicación de masas. El tema, como punto de partida, contiene la siguiente pregunta: ¿cómo narrar la realidad? La factografía nace en el contexto soviético con el curioso fin de narrar los hechos de la manera más aséptica posible, lo menos intrusiva posible, pero, finalmente, el régimen estalinista lo instrumentalizó, eclipsando todo su sentido. Rosa Benéitez, en Afterpost, lo describió perfectamente: “El itinerario trazado por Víctor de Río comienza con la contextualización histórica, política y social del marco artístico y cultural en el que la factografía fue formulada, en tanto que repulsa del arte burgués —tal y como venían desarrollando los diferentes movimientos de vanguardia— y estrategia de intervención en el orden estético imperante del régimen de Stalin. El paso de la política de la “revolución permanente” de Trotski a la del “socialismo de un sólo país” instaurada por Stalin marcará el desarrollo del LEF (Frente Izquierdista de las Artes, aglutinado por Maiakovski en 1922) y su pretensión de situarse como contrapartida al programa totalizador postulado por el nuevo dirigente. Este grupo de artistas representó la reorientación ideológica de los movimientos constructivistas y formalistas presentes en el entramado artístico del momento, con un giro hacia un claro posicionamiento de acción directa sobre la vida social, defendido por los productivistas y que recuperaba en cierto modo esa política de “revolución permanente” aludida anteriormente.” En definitiva, un libro indispensable como herramienta para una revisión historiográfica de los mecanismos a través de los cuales “nos cuentan la película”.
Idioteca (El gaviero), de Raúl Quinto. Vale. Aquí hice yo el prólogo, pero eso nada tiene que ver para sostener que es uno de los mejores de 2010. Quiero decir, de los que más me han gustado de 2010. ¿Por dónde empezar? Se trata de un libro alucinado y alucinante, pero en el sentido que le gustaba a José Hierro, es decir, como intromisión de elementos opuestos en un universo reconocible. ¿Qué universo pueden compartir Sonic Youth y Francisco de Goya? De eso se ocupa el museo fantasmal que nos ofrece Raúl Quinto. Dejo un fragmento del prólogo: “ONCE. Introducirse en esta Idioteca, que ahora tiene el lector entre sus manos, es como entrar en un viaje alucinado, en una fascinante conjunción de tiempos, en un museo sin paredes, en una furgoneta llena de pasado y presente, en un cine donde el Coyote protagoniza junto Brueghel una película gore, en donde alguien manda un mensaje en una botella, en donde Newton y William Blake son apariciones perfectamente trenzadas sobre un estadio de fútbol, en donde Nick Cave espera en alguna frontera, en donde Fuseli dibuja su pesadilla sobre la camilla en la que una mujer intenta dormir rodeada de electrodos, en donde… Podría leerse de múltiples formas este libro, y regresarse una y otra vez a él como quien regresa a un museo para ver de nuevo el mismo cuadro, aquél que ha visto tantas veces, y darse cuenta de que nunca es el mismo, o como el que ve de nuevo una vieja película —esa que ha visto ya varias veces— pero ante la cual siempre tiene la sensación de estar viendo otra cosa. Y sin embargo, lo que muta no es el objeto —el mismo siempre: el cuadro, la película, la imagen— sino el relato que nosotros creamos y en el cual nosotros nos miramos. Esto es la Idioteca: un relato entendido como una forma de mirar y habitar las imágenes.” Un libro que no dejará indiferente.
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