domingo, 29 de julio de 2012

“CONTRA LA ALEGRÍA DE VIVIR” (TUMBONA EDICIONES), PHILLIP LOPATE [O un libro de contra-auto-ayuda]




Contra la alegría de vivir de Phillip Lopate fue publicado originalmente en Estados Unidos en 1991. En 2008 se editó por primera vez en español de la mano de la editorial mejicana “Tumbona ediciones”, inaugurando una de las colecciones más interesantes del panorama editorial en castellano, la  colección “Versus”. De Phillip Lopate la editorial “Libros del Asteroide” ha publicado en España El mercader de alfombras  y Segundo matrimonio, ambas bastante interesantes, aunque a mi modo de ver sea El mercader de alfombras una de sus grandes obras. En El mercader de alfombras Cyrus Irani, hijo de inmigrantes iraníes, culto e introvertido, es el dueño de una tienda de alfombras en el Upper West Side de Manhattan. Es un hombre de vida relajada, al que le gusta sensación de permanecer en su puesto, viendo pasar los días mientras lee y escucha música en su tienda. Le gusta la pasividad del tiempo que transita sin demasiadas complicaciones ni complejidades, con las visitas de sus amigos y sus charlas. Por motivos ajenos a su voluntad, de pronto, tras la llegada de una carta, se ve empujado a cambiar de perspectiva, a vivir de otro modo, pero el se cuestiona ¿por qué? ¿son buenos necesariamente los cambios? Leamos un fragmento: “Para él era casi una cuestión de orgullo […] encontrar migajas de satisfacción estética semiocultas en cualquier cosa que se le diera. Cuando oía hablar de gente que reformaba su apartamento, echaba abajo paredes y contrataba a un arquitecto para diseñar un espacio perfecto en el que vivir o trabajar, sacudía la cabeza en señal de respeto ante su insondable convencimiento de que finalmente lograrían controlar el mundo circundante. // Sin duda en aquella pasividad acomodaticia suya, la pereza desempeñaba un papel fundamental, pero todavía había algo más. Consideraba su estancia en la tierra un subarriendo. Estaba ocupando el sitio de otros, se tenía por una figura de transición entre quienes habían hollado  por primera vez aquel lugar con ardor de pioneros y quienes le sucederían y le darían una nueva forma si así les placía. Incluso en su apartamento del piso de arriba, donde había vivido desde que dejó la universidad, había tratado de conservar en parte la impronta de los antiguos inquilinos, como un mayordomo que estuviera cuidando de la casa y esperando su regreso” (p.15). Ese era el maravilloso Cyrus Irani. ¿Cómo enfrentarnos desde Cyrus Irani a un libro como Contra la alegría de vivir que parece contar —sólo en apariencia— una experiencia opuesta? El mercader de alfombras se publicó en 1987. Cuatro años más tarde aparece Contra la alegría de vivir. Una lectura atenta mostrará al lector de Lopate cómo en este caso asistimos a un evolución o tránsito elemental en el discurrir de un pensamiento. Como si asumiera la perspectiva mutante de su personaje Irani, Lopate ya no se cree nada, lo cual le permite abrirse mucho más al futuro. Esa al menos parece su tesis. Eso es Contra la alegría de vivir: un alegato contra el tiempo y sus creencias. En él leemos lo que puede tomarse como premisa general de su pensamiento: “El argumento del hedonista como el del gurú es que si tan sólo nos abriéramos a la riqueza del momento, si nos concentrásemos en el banquete desplegado frente a nosotros, estaríamos pletóricos de dicha. He vivido en el presente de vez en vez y pudo asegurar que está por lo demás sobrevalorado”.
        Lo que viene a decirnos Lopate es que la llamada alegría de vivir es un invento soez cuyo fin es la venta de un tiempo —ahora— que es y no es nuestro al mismo tiempo, es decir: la urgencia de los tiempos y por lo tanto su propia banalidad. Nos angustia (y aliena) no saber qué hay que hacer para disfrutar AHORA de la vida y entonces construimos fórmulas que nos reconfortan y que nos hacen pensar que estamos disfrutando del ahora y de nosotros. Pero, afirma, no es posible disfrutar del ahora, porque el ahora y sus seguidores alegres no son más que cortinas de humo. Vivir el ahora, disfrutar del presente no son más que fórmulas que responden a ritos sociales asfixiantes. Contra la alegría de vivir es, en efecto, un alegato contra la vulgarización de la idea de vivir el presente de un modo desenfrenado que nos venden los gurús. Quien vive el presente, viene a decirnos, como único motivo, en realidad no vive la vida sino su propia ficcionalización, su propio barruntar la muerte.  Leamos a Lopate: “Con el paso de los años he desarrollado una aversión por el espectáculo [de la alegría de vivir], las triquiñuelas del saber cómo vivir. No es que desapruebe el disfrute jovial de la vida. Un sentimiento rebosante de felicidad puede colmarnos en cualquier lugar. […] No, lo que me provoca escozor es la estilización de esta condición privada en un ritual social intimidante”. Es decir, esa necesidad de mostrar socialmente lo que disfrutas del la vida y del ahora y de todos sus placeres. El libro lo nutre Lopate con ejemplos. Entre ellos cabe destacar el caso del pintor griego Vartas. Lopate fue invitado junto a muchos otros al velero del pintor, que disfrutaba (o aparentaba disfrutar) de todos los dones de la vida: todo el tiempo del mundo, tres jóvenes y hermosas mujeres, un velero de gran tamaño, muchos amigos, etc. Pero lo que resulta de eso, según Lopate es lo cansado que resulta estar siempre en el límite de la alegría de vivir. Escribe: “Entonces el bote, equipado con una vela, zarpó. Debo admitir que me embargó un placer de aguafiestas cuando los vientos se aquietaron por completo. No podíamos movernos. A bordo estaban varios miembros de la colonia francesa en la bahía que balanceaban los pies fuera de borda, pasaban racimos de uvas y cantaban lo que imaginé eran canciones gálicas de camping. Los franceses saben de aburrimiento, así que entienden cómo comportarse en situaciones de este tipo”. Detenidos en mitad del océano se vislumbra la personalidad de esos obsesionados por la alegría de vivir. Uno de los lemas de los que afirman la importancia de vivir el ahora, de disfrutar de la vida y sus alegrías presentes, es la monserga de lo primitivo, cómo si éstos —los primitivos— gozasen incesantemente. Recuperar lo primitivo que hay en nosotros. “Pero como la ilusión —escribe Lopate— de lo primitivo pronto se desvanece, […] se vuelve necesario procurar nuevos iniciados”. Es decir, la alegría de vivir exige sujetos a los que cuales aleccionar sobre la alegría de vivir. Con lo que siempre es necesario tener a alguien a quien educar sobre vinos, sobre quesos, sobre veleros, sobre lo que sea. La alegría de vivir exige su tropa de ignorantes, esto es: nosotros.
      Otro ejemplo que desarrolla es el de las cenas y convites, y la obsesión de algunos por mostrar en esas ocasiones —ante un público atento— sus dotes y su paladar como formas de hacer visible su conocimiento de los disfrutes de la vida. Sin embargo, “yo me salvo de ese paganismo culinario por el hecho de que la comida me es en gran parte un asunto indiferente. Raras veces pienso demasiado en lo que me estoy metiendo a la boca. Aunque mi paladar salvaje e iletrado inevitablemente ha sido educado en alguna media por las muchas comidas que he compartido con personas que se preocupan en demasía por tales cosas, me niego a ir más lejos. Tengo la superstición de que el día que regrese un platillo en un restaurante o haga un viaje complicado sólo por una comida, ese día habré sacrificado mi libertad y canjeado mi alma por un dios menor”. Por otra parte, “la conversación en los convites es de un calibre mental entumecedor. Ninguna discusión de un rigor que clarifique —sea política, espiritual, artística o financiera— puede ocurrir en un contexto donde cualquier convicción ferviente está mal vista, y el deseo de seguir el curso de una secuencia de ideas cede todo el tiempo al revoloteo despreocupado e impresionista entre un tema y otro”.
       La apuesta de Lopate (que podría ser la apuesta de un total y plenamente desengañado Cyrus Irani) es, en definitiva, la apuesta por un desapego total por el aquí y el ahora, pero no un desapego que ignore o vuelva a la espalda a lo que aquí y ahora ocurre (en el mundo), sino a la idea de que eso que pasa (ahora) no puede leerse desconectado del pasado, pero sobre todo del futuro. Poner la vista en lo por venir no es despreciar el presente, el ahora, sino vislumbrar su potencial. Algo así viene a decirnos Lopate, en lo que podemos leer incluso como un libro de contra-ayuda. Finalicemos con otro fragmento clarificador, espero, de su pensamiento: “Se nos dice que estar decepcionados es de inmaduros, dado que presupone expectativas poco realistas, mientras que el hombre sabio afronta cada momento sin preconcepciones, con frescura y desapego, agradecido con lo que sea que ofrezca. Sin embargo, esta perniciosa enseñanza ignora todo lo que sabemos del mundo. Si seguimos esperando lo que a la sazón sobreviene, no es porque seamos ingenuos con nuestras expectativas, sino porque nuestra misma sofistificación nos enseñó a exigirle a un mundo injusto que sea un poco más parejo”.
         Leer a Lopate es una fantástica manera de amargarse el día felizmente.

2 comentarios:

F dijo...

Parece que merece la pena.
Como dice un amigo mío, prefiero estar deprimido que leer un libro de autoayuda.

Dara dijo...

"Leer a Lopate es una fantástica manera de amargarse el día felizmente."

Eso pensaba a medida que iba leyendo. Me lo apunto, sí.