Contra la alegría de vivir de Phillip Lopate fue publicado originalmente en Estados Unidos en 1991. En
2008 se editó por primera vez en español de la mano de la editorial mejicana “Tumbona
ediciones”, inaugurando una de las colecciones más interesantes del panorama
editorial en castellano, la
colección “Versus”. De Phillip Lopate la editorial “Libros del Asteroide”
ha publicado en España El mercader de alfombras y Segundo matrimonio, ambas bastante interesantes,
aunque a mi modo de ver sea El mercader de alfombras una de sus grandes obras. En El
mercader de alfombras
Cyrus Irani, hijo de inmigrantes iraníes, culto e introvertido, es el dueño de
una tienda de alfombras en el Upper West Side de Manhattan. Es un hombre de
vida relajada, al que le gusta sensación de permanecer en su puesto, viendo
pasar los días mientras lee y escucha música en su tienda. Le gusta la
pasividad del tiempo que transita sin demasiadas complicaciones ni
complejidades, con las visitas de sus amigos y sus charlas. Por motivos ajenos
a su voluntad, de pronto, tras la llegada de una carta, se ve empujado a
cambiar de perspectiva, a vivir de otro modo, pero el se cuestiona ¿por qué? ¿son
buenos necesariamente los cambios? Leamos un fragmento: “Para él era casi una
cuestión de orgullo […] encontrar migajas de satisfacción estética semiocultas
en cualquier cosa que se le diera. Cuando oía hablar de gente que reformaba su
apartamento, echaba abajo paredes y contrataba a un arquitecto para diseñar un
espacio perfecto en el que vivir o trabajar, sacudía la cabeza en señal de
respeto ante su insondable convencimiento de que finalmente lograrían controlar
el mundo circundante. // Sin duda en aquella pasividad acomodaticia suya, la
pereza desempeñaba un papel fundamental, pero todavía había algo más.
Consideraba su estancia en la tierra un subarriendo. Estaba ocupando el sitio
de otros, se tenía por una figura de transición entre quienes habían hollado por primera vez aquel lugar con ardor
de pioneros y quienes le sucederían y le darían una nueva forma si así les placía.
Incluso en su apartamento del piso de arriba, donde había vivido desde que dejó
la universidad, había tratado de conservar en parte la impronta de los antiguos
inquilinos, como un mayordomo que estuviera cuidando de la casa y esperando su
regreso” (p.15). Ese era el maravilloso Cyrus Irani. ¿Cómo enfrentarnos desde
Cyrus Irani a un libro como Contra la alegría de vivir que parece contar —sólo en
apariencia— una experiencia opuesta? El mercader de alfombras se publicó en 1987. Cuatro años más
tarde aparece Contra la alegría de vivir. Una lectura atenta mostrará al lector de Lopate cómo
en este caso asistimos a un evolución o tránsito elemental en el discurrir de
un pensamiento. Como si asumiera la perspectiva mutante de su personaje Irani,
Lopate ya no se cree nada, lo cual le permite abrirse mucho más al futuro. Esa
al menos parece su tesis. Eso es Contra la alegría de vivir: un alegato contra el tiempo y
sus creencias. En él leemos lo que puede tomarse como premisa general de su
pensamiento: “El argumento del hedonista como el del gurú es que si tan sólo
nos abriéramos a la riqueza del momento, si nos concentrásemos en el banquete
desplegado frente a nosotros, estaríamos pletóricos de dicha. He vivido en el
presente de vez en vez y pudo asegurar que está por lo demás sobrevalorado”.
Lo
que viene a decirnos Lopate es que la llamada alegría de vivir es un invento soez cuyo fin es la
venta de un tiempo —ahora— que es y no es nuestro al mismo tiempo, es decir: la
urgencia de los tiempos y por lo tanto su propia banalidad. Nos angustia (y
aliena) no saber qué hay que hacer para disfrutar AHORA de la vida y entonces
construimos fórmulas que nos reconfortan y que nos hacen pensar que estamos
disfrutando del ahora y de nosotros. Pero, afirma, no es posible disfrutar del
ahora, porque el ahora y sus seguidores alegres no son más que cortinas de
humo. Vivir el ahora, disfrutar del presente no son más que fórmulas que
responden a ritos sociales asfixiantes. Contra la alegría de vivir es, en efecto, un alegato contra
la vulgarización de la idea de vivir el presente de un modo desenfrenado que
nos venden los gurús. Quien vive el presente, viene a decirnos, como único
motivo, en realidad no vive la vida sino su propia ficcionalización, su propio
barruntar la muerte. Leamos a
Lopate: “Con el paso de los años he desarrollado una aversión por el espectáculo
[de la alegría de vivir], las triquiñuelas del saber cómo vivir. No es que
desapruebe el disfrute jovial de la vida. Un sentimiento rebosante de felicidad
puede colmarnos en cualquier lugar. […] No, lo que me provoca escozor es la
estilización de esta condición privada en un ritual social intimidante”. Es
decir, esa necesidad de mostrar socialmente lo que disfrutas del la vida y
del ahora y de todos sus placeres. El libro lo nutre Lopate con ejemplos. Entre
ellos cabe destacar el caso del pintor griego Vartas. Lopate fue invitado junto
a muchos otros al velero del pintor, que disfrutaba (o aparentaba disfrutar) de
todos los dones de la vida: todo el tiempo del mundo, tres jóvenes y hermosas
mujeres, un velero de gran tamaño, muchos amigos, etc. Pero lo que resulta de
eso, según Lopate es lo cansado que resulta estar siempre en el límite de la
alegría de vivir.
Escribe: “Entonces el bote, equipado con una vela, zarpó. Debo admitir que me
embargó un placer de aguafiestas cuando los vientos se aquietaron por completo.
No podíamos movernos. A bordo estaban varios miembros de la colonia francesa en
la bahía que balanceaban los pies fuera de borda, pasaban racimos de uvas y
cantaban lo que imaginé eran canciones gálicas de camping. Los franceses saben de
aburrimiento, así que entienden cómo comportarse en situaciones de este tipo”.
Detenidos en mitad del océano se vislumbra la personalidad de esos obsesionados
por la alegría de vivir. Uno de los lemas de los que afirman la importancia de
vivir el ahora, de disfrutar de la vida y sus alegrías presentes, es la monserga
de lo primitivo, cómo si éstos —los primitivos— gozasen incesantemente.
Recuperar lo primitivo que hay en nosotros. “Pero como la ilusión —escribe
Lopate— de lo primitivo pronto se desvanece, […] se vuelve necesario procurar
nuevos iniciados”. Es decir, la alegría de vivir exige sujetos a los que cuales
aleccionar sobre la alegría de vivir. Con lo que siempre es necesario tener a
alguien a quien educar sobre vinos, sobre quesos, sobre veleros, sobre lo que
sea. La alegría de vivir exige su tropa de ignorantes, esto es: nosotros.
Otro
ejemplo que desarrolla es el de las cenas y convites, y la obsesión de algunos
por mostrar en esas ocasiones —ante un público atento— sus dotes y su paladar
como formas de hacer visible su conocimiento de los disfrutes de la vida. Sin
embargo, “yo me salvo de ese paganismo culinario por el hecho de que la comida
me es en gran parte un asunto indiferente. Raras veces pienso demasiado en lo
que me estoy metiendo a la boca. Aunque mi paladar salvaje e iletrado
inevitablemente ha sido educado en alguna media por las muchas comidas que he
compartido con personas que se preocupan en demasía por tales cosas, me niego a
ir más lejos. Tengo la superstición de que el día que regrese un platillo en un
restaurante o haga un viaje complicado sólo por una comida, ese día habré
sacrificado mi libertad y canjeado mi alma por un dios menor”. Por otra parte, “la
conversación en los convites es de un calibre mental entumecedor. Ninguna
discusión de un rigor que clarifique —sea política, espiritual, artística o
financiera— puede ocurrir en un contexto donde cualquier convicción ferviente
está mal vista, y el deseo de seguir el curso de una secuencia de ideas cede
todo el tiempo al revoloteo despreocupado e impresionista entre un tema y otro”.
La
apuesta de Lopate (que podría ser la apuesta de un total y plenamente desengañado
Cyrus Irani) es, en definitiva, la apuesta por un desapego total por el aquí y
el ahora, pero no un desapego que ignore o vuelva a la espalda a lo que aquí
y ahora ocurre
(en el mundo), sino a la idea de que eso que pasa (ahora) no puede leerse
desconectado del pasado, pero sobre todo del futuro. Poner la vista en lo por
venir no es despreciar el presente, el ahora, sino vislumbrar su potencial.
Algo así viene a decirnos Lopate, en lo que podemos leer incluso como un libro
de contra-ayuda.
Finalicemos con otro fragmento clarificador, espero, de su pensamiento: “Se nos
dice que estar decepcionados es de inmaduros, dado que presupone expectativas
poco realistas, mientras que el hombre sabio afronta cada momento sin
preconcepciones, con frescura y desapego, agradecido con lo que sea que
ofrezca. Sin embargo, esta perniciosa enseñanza ignora todo lo que sabemos del
mundo. Si seguimos esperando lo que a la sazón sobreviene, no es porque seamos
ingenuos con nuestras expectativas, sino porque nuestra misma sofistificación
nos enseñó a exigirle a un mundo injusto que sea un poco más parejo”.
Leer
a Lopate es una fantástica manera de amargarse el día felizmente.
2 comentarios:
Parece que merece la pena.
Como dice un amigo mío, prefiero estar deprimido que leer un libro de autoayuda.
"Leer a Lopate es una fantástica manera de amargarse el día felizmente."
Eso pensaba a medida que iba leyendo. Me lo apunto, sí.
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