Hace justo ahora treinta años un
sorprendido Douglas Crimp publicaba un artículo titulado “La apropiación de la apropiación”. En este artículo abordaba, precisamente, el modo en el que las
instancias artísticas e institucionales se “apropian” del “apropiacionismo”.
Su tesis era simple: la apropiación como práctica y estrategia ha mutado en
estilo, peligro del que ya avisase Duchamp en sus escritos, y que implica la transformación del apropiacionismo en estilo museístico. Y la transformación de una práctica crítica en un estilo implica la
claudicación de esa práctica. O dicho de otra forma: alejado el apropiacionismo
de su sentido crítico (y de su propia historicidad) lo que tenemos es simple y
llanamente un nuevo manierismo, fácilmente manipulable. Escribía Crimp en 1982: “La estrategia de la apropiación
ya no evidencia una posición con respecto a las condiciones de la cultura
contemporánea. […] La apropiación, el pastiche, la cita; estos métodos se
extienden a casi todos los aspectos de nuestra cultura, desde los productos más
cínicamente calculados de la industria de la moda y el entretenimiento hasta
las actividades críticas más comprometidas de los artistas. […] Si todos estos ámbitos
de la cultura utilizan esta nueva operación, entonces dicha operación no puede
ser índice de una reflexión específica”. Curiosamente treinta años después la apropiación se
ha mistificado a través de la figura del DJ, por ejemplo, que en lugar de desarrollar un
sentido crítico del apropiacionismo (lo cual implica una crítica a la
orginalidad así como del concepto de autoría) ha aceptado su papel de autor, su
ascenso a lo aurático. Treinta años después, el apropiacionismo es más estilo,
más manierismo, que nunca. Basta leer algunas páginas del libro de Kenneth
Goldsmith titulado Uncreative Writing para ello. Se desactiva la parte crítica del
apropiacionismo (y del situacionismo) y la apropiación se convierte en
ejercicio lúdico, apenas indiferenciable de los mecanismos de la publicidad,
los medios, el mercado o los centros cívicos.
[...]
La
desactivación del apropiacionismo —intuía hábilmente Crimp hace treinta años—
vendría por este camino, por el hecho de su transformación en estilo,
deshistorizado, alejado de su sentido como estrategia. Jacques Rancière ha
incidido en ello igualmente, al hablar de el apropiacionismo actual como una
mezcla de “expositor místico” y de “forma lúdica sin trasfondo”. Escribe: “El
ensamblaje de toda cosa con cualquier otra, que pasaba ayer por subversivo, es
hoy en día cada vez más homogéneo con el reino del todo está en todo periodístico y de la comba
publicitaria”. De la subversión el apropiacionismo ha pasado a ejercicio de ingenio, a broma conceptual, a connivencia con la mercancía.
[...]
Es
necesario, quizá, volver al apropiacionismo por otro camino. Activar sus
sentidos estratégicos y derribar su orden estilístico. Trasformar la información. Desordenar. Desactvar. Quizá, digo. O tal vez
no. O tal vez cabe pensar, como hiciera Lucy R. Lippard, en la apuesta por el “Caballo
de Troya”. Sí. Curiosamente hace casi también treinta años Lippard publicaba “Caballos
de Troya: arte activista y poder”, y allí, al principio, escribía: “Tal vez el
Caballo de Troya fuera la primera obra de arte activista. Basado por una parte
en la subversión y, por otra, en la toma de poder, el arte activista interviene
tanto desde dentro como más allá de la fortaleza sitiada en la alta cultura o “el
mundo del arte””. ¿El Caballo de Troya como ejercicio y estrategia
apropiacionista? [...]
2 comentarios:
Alberto!!! paso por aquí a saludar, avisando que esta semana me meteré un maratón de tu bonito blog. ¡¡Lo tienes muy bonito!! por tus palabras, pensaba que sería el típico de plantilla a pelo... Un abrazo y hasta pronto compañero
-- Cesar aka Observer --
Hola César! Un placer tenerte por aquí. Iremos hablando/leyendo. Van abrazos.
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