1.
El fracaso del dadaísmo en su
intento por destruir determinados elementos convencionales en el mundo (no sólo)
del arte puede leerse de múltiples modos. Si bien es cierto que dadá fracasa en su
intento de conciliar plenamente el arte y la vida, y así mismo fracasa (o
naufraga) en el espacio de lo político, lo cierto es que de estos fracasos se
ha nutrido casi todo el arte posterior a la Segunda Guerra Mundial. Es decir,
ambos fracasos son relativos, en tanto que en sí mismo el concepto de fracaso
es contextual. Dicho esto, uno de los elementos clave de dadá se sitúa en que no
se postula como estilo (¿puede hablarse entonces de fracaso?). A diferencia de
otros movimientos de vanguardia, por ejemplo el cubismo, dadá carece de estilo,
en tanto que el estilo es otra forma de decir mercado, esto es, es otra forma
de decir mercancía. La historia la conocemos: el estilo se hace fetiche, se
deshistoriza, vagabundea por la historia y se convierte en mercancía. Un paseo
por la sección de Hogar de Carrefour o por Hipercor nos sirve para comprobar
para qué ha quedado Hopper o la abstracción. Dadá trató de intuir
esto. Dadá quiso huir de eso. Hizo del azar, de la ruptura, de lo efímero su
sentido. Sí. Es cierto. Hay muchos dadás, tantos como intenciones. De eso
somos conscientes, más aún cuando en los últimos meses hemos acudido a una
recuperación (necesaria) de textos de nombres importantes del movimiento dadá:
Haussmann, Grosz, Ball, Serner, etc. Los últimos en comparecer: Arthur Cravan (Cartas
de amor a Mina Loy) y Marcel Duchamp (Escritos). Nos centraremos
ahora en el primero. Sobre Duchamp —cuya edición es clave—, nos centraremos en
un post más adelante.
Decía
antes que dadá supone una fractura con la idea misma de obra de arte, pero en la misma
medida, introduce o expande la idea, precisamente, de acto artístico. Y es que,
como ya vimos con Serner, el dadaísmo incluye una forma de vida. La fractura es
total. No es que la vida sea arte, sino que el arte se desintegra en la vida
(lo que implica otra forma de superar todo fracaso). Vidas dadá, es decir, vidas
que huyen del concepto mismo de estilo, que tratan de desintegrarse en lo real
llevándose consigo todo lo que pueden. Serner, por ejemplo, creó un manual para embaucadores y trató de vivir en los bajos fondos. Pero, sin duda, es difícil
superar a Arthur Cravan, quien hacía gala constante de ser sobrino de Oscar
Wilde, así como de sus trofeos como púgil. Cravan era un personaje difuso:
viajero, boxeador, poeta, editor, etc., pero sobre todo dadá, es decir, inaprensible,
tanto que su desaparición en 1918 deja aún dudas en los investigadores. Lo que
nos faltaba de esa incapacidad para cerrar su figura era otro rostro más a
sumar a su condición huidiza: su obsesión amorosa. Y de esa obsesión amorosa da
buena fe la edición que acaba de publicar Periférica: Cartas de amor a Mina
Loy.
Pero vayamos por partes.
2.
Estas
cartas tienen como punto de partida el Nueva York de 1917. El 10 de abril de
1917 se había inaugurado allí la Primera Exposición Anual de la Sociedad de Artistas
Independientes. Como es de sobra conocido, es en esa exposición donde se rechaza el
urinario de R. Mutt, seudónimo de Marcel Duchamp. En buena medida, esa exposición
pasará a la historia por esa pieza, Fuente. Ahora bien, no debemos olvidar
que fue en el contexto de esa misma exposición en la que Cravan —Picabia
mediante—aparece estelarmente. El 19 de abril imparte allí su conocida
conferencia sobre los artistas independientes en Francia y América. La
conferencia consistió en su aparición tarde y borracho, y en ir desnudándose e
introduciendo su ropa en una maleta y acabar en una sonada pelea con el
personal de seguridad. O algo así cuenta la leyenda. En cualquier caso, Cravan
ya era conocido en el grupo de artistas neoyorkinos, y sobre todo, en el círculo
de Walter Arensberg, pieza central en la recepción de la vanguardia europea en
Estados Unidos. Y era conocido por su carrera como boxeador y por su sonado
combate con el campeón mundial Jack Johnson, al igual que por sus combates amañados.
Su estancia en Estados Unidos no es muy extensa pero sí lo suficientemente
intensa como para amplificar su figura. Y es aquí donde entran en juego estas
cartas, que suponen un material indispensable para aproximarse (que no
entender, ya que esto es tarea imposible) al personaje Cravan.
Cravan
tiene una especie de obsesión sin límites por la poeta Mina Loy, una poeta
anticonvencional y de una modernidad arrebatadora. Arthur y Mina comienzan una
historia que tendrá en estas cartas sus mayores testigos, lo que implica que
nosotros nos convirtamos en confidentes. Pero sobre todo encontramos la
desesperación de Cravan. La primera de las cartas se fecha en julio de 1917,
unos meses después de su acción en la exposición, y de lo sucinta que es nos
llena de intriga: “Querida amiga: ¿has dormido bien?”. Desde ese momento
asistimos al proceso en caída libre de Cravan. Las cartas se convierten no en
un simple confesionario sino en un proceso de metamorfosis de sí mismo, que lo
acaba convirtiendo en un sujeto vacío. ¿Es en realidad amor lo que trasmiten
estas cartas? Es difícil responder, pero desde un punto de vista literario (que
no deberíamos obviar, y que sustenta buena parte de estas cartas) asistimos al
proceso de mutación de un hombre hacia la soledad como territorio.
Las
cartas suponen un recorrido; un viaje espacial y mental que va de Nueva York
hasta Méjico, desde julio hasta diciembre de 1917. Un proceso lleno de
delirios, amor, temor, espera, etc. Escribe, tras declarar a Mina que le gustaría
estar con ella: “No sé si alguna vez seré zoológicamente superior: ¡he visto
tantas cosas, pero tengo tantas ansias de ver! He tenido nuevas ideas y las
analogías han empezado a comunicarse entre sí. Vivo en un delirio casi perpetuo”.
Este estado de casi euforia va progresivamente dando cabido a un estado de
cansancio, de fin, de agotamiento. Pocos días después escribe: “Llueve. No sé
qué pensar y estoy muerto de cansancio”. Hasta que poco más tarde el tono varía:
“Sólo vivo con la esperanza de recibir una carta tuya. El país se vuelve cada
vez más salvaje. Lástima que no esté conmigo. Te echo de menos más allá de lo
imaginable. Te abrazo con ternura y te digo hasta pronto”. Por una parte
asistimos al viaje de Cravan junto al poeta Robert Frost, por otro lado al
silencio de Mina Loy, y en tercer lugar a la caída libre de Cravan. Las cartas
delatan esta obsesión progresiva que él mismo reconoce en un pasaje que bien
pudiera tomarse como literatura de alto nivel: “Llegó la noche. Siempre
pensando en ti. los niños del posadero juegan como payasos y, es increíble,
pienso en tus hijos. Es como cuando uno está mareado y la luna te parece un
camembert. Obsesión”. O, en otro momento: “Envíame un mechón de tu cabello, o
mejor aún: ven con todo tu cabello”. Y añade: “Nunca he tenido tantos “delirios”
como desde hace tres o cuatro meses”. Los delirios y obsesiones van en aumento.
Le pide insistentemente el número de The Soil en el cual aparece junto a Jack
Johnson. Así, tan pronto habla de cómo le van las clases de boxeo en Méjico
como de lo difícil que se le hace vivir sin ella. Se siente enfermo, débil e
incluso se muestra obsesionado con la muerte. El 30 de diciembre escribe: “Estoy
tan hundido que cualquiera sabe. Moriré de la muerte más atroz sin haber
recibido el menor consuelo. ¡Ay, pobre corazón mío! He envejecido diez años. Te
deseo, como se suele decir, un año bueno y feliz. Mi carta te dirá el resto”. Y
el mismo día, en otra carta: “Hazme un regalo, Mina, el más hermoso de mi vida:
envíame un telegrama. Pido a Dios ansiosamente que llegues en mi auxilio, pero
creo que Dios me ha abandonado. tengo que dejar de escribir para llorar. […]
Olvida el pasado. Yo estaba lleno de mentiras, y ya no quiero vivir más que en
la verdad”.
Estas
cartas suponen una fascinante aproximación al universo Cravan, y, por extensión,
al contexto del arte de vanguardia. Pero lo que no debemos olvidar es la parte
literaria de las cartas, el proceder psicológico que estas cartas presentan, así
como la intensidad con la que las mismas generan un recinto personal obsesivo y
asfixiante. “Adiós, adiós, adiós. Todo, todo. La vida es atroz”, así acaba la última
carta escrita desde Méjico el 31 de diciembre de 1917.
Mina
Loy llegará finalmente a Méjico. Será su salvación, al menos durante un tiempo.
Se casarán allí, y viajarán ferozmente por todo el continente americano, hasta
que meses después Cravan desaparezca para siempre en el golfo de Méjico a bordo
de una barca. Mina estaba embarazada. Pero ésa es ya otra historia. Lo
interesante aquí es observar al personaje Cravan en su propio recinto obsesivo
y delirante. Toda una expresión de otro Cravan.
2 comentarios:
mmmm el qué mejor supo ver el fracaso de dadá fue Hugo Ball... Qué tal Alberto, te enviaron ¿el cuestionario de Plaza Crítica por si querías participar? Yo respondería al estilo dadá.
Perdón, se me pasó este comentario. Totalmente de acuerdo con lo de H. Ball. Él y su esposa atisbaron perfectamente el fracaso dadá, auqnue a día de hoy habría que matizar eso de fracaso.
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