«Por la
cita anterior he demostrado que el lenguaje de la prosa puede adaptarse muy
bien a la poesía, y he afirmado anteriormente que una buena parte del lenguaje
de todo buen poema puede no diferir en absoluto del de una buena prosa»
William
Wordsworth
Sólo un apunte breve. Apenas una
nota para apuntar algo sobre cuatro libros de poesía que he leído
recientemente, cuatro libros —de los que me apetecía mucho hablar— que forman
parte de un montón demasiado elevado de “pendientes de leer”. Sin embargo, más allá
de feo tópico de “lo por leer”, no deja de gustarme que eso “pendiente” sea
siempre la poesía, el género que es en sí todos los géneros. Desde de mi punto de vista el
poema es la búsqueda constante de la huida del sentido de causalidad propio de
lo novelístico. El poema, así al menos lo pienso, es aquello que siempre está
en el límite de lo no-poético. Un poema juega continuadamente con sus límites:
la narración, la temporalidad, sus espacios emocionales, etc. Quizá uno de los
lugares más interesantes para que el poema adquiera alto voltaje es,
precisamente, el terreno de la narración. Es decir, tratar de extraer a la
narración del imperialismo de la novela. Narrar no es patrimonio de la novela.
El poema es narrar a contrapelo, es la imposibilidad misma de la narración. En
ese límite, en ese territorio construido como la extracción del flujo
causal-novelesco de un “acontecimiento” del que no conocemos ni su pasado ni su
futuro, ahí, en ese lugar, es donde aparece el poema. Y aparece no como una
revelación sino como un pleno estado de confusión. La confusión, en definitiva,
como principio y fin del poema, como principio y fin de todo acto comunicativo.
Cuatro libros recientes. Antibiótico de Agustín Fernández Mallo (La
Coruña, 1967). A más de uno quizá le sorprenda que lo incluya, pero sinceramente: es uno de los libros de poesía leídos recientemente que más me ha interesado. Aunque últimamente no estamos de acuerdo en muchas cuestiones —por
así decir— estéticas, sin embargo, he de decir que —para mí— éste es su mejor
libro. No digo su mejor libro de poemas, sino su mejor libro. Por una parte, es
cierto, se ajusta plenamente a una poética personal asentada y desarrollada en
trabajos como Postpoesía. Es posible no estar de acuerdo con su apuesta o con las bases
procedimentales (y epifánicas) de su trabajo, pero es cierto que ha sabido como pocos cercar
sus intereses en torno a un proyecto claro. Por otro, es Antibiótico un libro construido con una
perspectiva inclusiva y sólida, donde lenguajes, formas y ritmos diferentes se unen para
formar un único poema de 100
páginas donde quizá el tiempo (o la deriva del tiempo) sea el arma que vertebra
la “soledad de este poema”. En este sentido, creo que es en este libro donde
Fernández Mallo profundiza en esos límites del poema, en ese filo con lo narrativo, con lo
musical, con lo no-poema en general. Leemos un fragmento: “después, casualmente, leyendo un
artículo sobre criptografía, me di cuenta de que en cualquier texto lo
suficientemente extenso [y en todo idioma o alfabeto], el número de
repeticiones de cada letra es siempre, más o menos, el mismo, así que, en
cierto modo, todos los poemas que puede concebir una persona en cualquier
idioma son el mismo poema, presentan idéntico carácter cómico y dramático en
términos plásticos: una curva que desciende. / no podemos huir de ese mapa”. Me interesa la poesía que juega con sus propios límites o que, más bien, descree de ellos.
Fresa y herida es el título del libro de poemas
de Berta García Faet (Valencia, 1988). No me cabe duda de que entre la poesía
más joven (nacidos a mediados y finales de los ochenta) se están produciendo
muy interesantes discursos poéticos. Hace unos meses hablaba justo de ello en
este artículo. En Fresa y
herida son varias
las líneas de fuerza, aunque quizá sea la línea que va de la posibilidad de
una identidad al
territorio de la escritura lo que más fuerza otorga a este trabajo. Berta
García Faet escribe con un ritmo sólido pero al mismo tiempo capaz de permitir
la filtración de elementos reflexivos. Un lenguaje directo y narrativo pero que
no se queda en la simpleza de la anécdota. O dicho de otro modo, hace saltar
por los aires toda posible anécdota aunque parezca que sea ésta la que
originalmente organiza el texto. También la ironía y todas su tensiones son
capaces de dar forma al desarrollo de los poemas más interesantes del
libro. Leemos: “la penosa teoría
que establece una pendiente positiva / entre el tiempo que pasa / y la persona
que se especifica; / la penosa teoría que establece (y aquí viene lo malo) /
una pendiente oscura y fina / asquerosamente positiva / entre la persona que se
especifica / y la dificultad del encuentro compatible”. Y la fragilidad como
tema: “Pero ¿frágil? / ¿Dices frágil? / Nunca paras. Nunca paras. / Rompes
cosas, moderadamente / te sientes mal un tiempo; si te despiezan / los labios,
/ los brazos-adminículos-topográficos-que-se- / enganchan / en los labios del
otro que siempre es incrédulo // simplemente / lloriqueas / cinco minutos y te
limpias”.
Orientación del sentido de Benito del Pliego (Madrid, 1970).
En este caso un libro breve dentro de una editorial que apuesta por ediciones
cortas, pero que está publicando algunas de las piezas más interesantes de la
poesía en español, me refiero a Ediciones Liliputienses. La poesía de Benito
del Pliego se desarrolla como un ejercicio de desorientación. El poeta trata de enfrentarnos a
su imagen, o hacia una imagen de sí mismo que es siempre imposible de cazar.
Escribe: “Me gusta la imagen del pliego arrugado para describir su orografía; y
la ferocidad del santo que sustituye a mis santos; / lo que jode es mirarse al
espejo y verse con barba”. Y ya antes nos ha confesado: “Baja la ladera
cifrando sus pasos sobre la nieve. Sube pensando en lenguaje, de quién es ese
tú con el que habla, por qué ese tú es un yo, por qué la identidad hace
sentido”. Pero sería hacer trampa decir que este libro trata sobre la identidad
o su imposibilidad, sino que como en el caso anterior, es la tensión entre el
lenguaje y la realidad, entre el poema y su límite lo que otorga fuerza a la lectura
de estos poemas: “Amable escritura, amable el movimiento sin destino, el
péndulo, la pulsación que dice que estás vivo, que dice lo que viste en otra
voz, bajo otro brazo. Así, escribiendo escritura como la esgrima esgrime y
hiere la herida. // Esto dice otra cosa, dice indecible, dice algo que no los
abarca pero viaja entre ellos”. Un libro verdaderamente fascinante, donde el
paisaje es vivido como ocasión para hacer que el poema quepa dentro: “Appalachian
Riff”, “Yellowstone: sobre piedra
amarilla”, etc.
Un cuarto libro. Quizá el más
difícil de situar. Se trata de Encima del subsuelo de Kostas Vrachnos (Kalamata,
Grecia, 1975), poeta griego con estrechos vínculos con España. El libro, en
edición bilingüe, se publica dentro del marco del 8º Festival Internacional de
Poesía de Granada (Nicaragua). Confieso que es Vrachnos un poeta que me
entusiasma, y en este caso especialmente. El libro se compone de treinta poemas donde
el poema se forja a través de la degradación de la imagen del propio poeta como
sujeto ante la muerte. Así arranca: “Quiero que me llaméis limón podrido / o
lombriz de tierra y encima impaciente”. Y así concluye el libo: “Qué soy? ¿Una
ruta? ¿Una rata / que roe la cama del motel de la ruta? / Una nada. Una nada
entristecida. / Una rata que se comerán los gusanos / en cuanto se acabe por
ahora / el rompecabezas del corazón”. Entre uno y otro poema desarrolla
Vrachnos una fuerza poética insólita, capaz de construir poéticamente su
destrucción y camino hacia la muerte. Eso sí, haciendo de la ironía —palabra
fetiche— lugar de acción del lenguaje. Un poema, por ejemplo, “Nenúfar de la
vaguedad”. El título ya escenifica una situación. El poeta a la deriva. Leemos:
“Lo peor es ser comparsa y tener / que actuar estrictamente / todo el día toda la vida toda la eternidad, / pero
ante el espejo del salón / hacer una cosa y que aquel haga otra, / estar en el
mar fresco / pero no prestar juramento sobre el agua. […] / Pero luego empeora
mi sombra, / tintinea el esquelto por entro, se profundiza el peso / y el
espejo del salón se empaña de repente de muy mala manera.” La descomposición
del yo y del sentido van de la mano en su poesía: “Conócete a ti mismo aunque
no existas exactamente / o alguien esté serrando tu rama en pleno mediodía. /
Sin embargo, yo o nosotros seguiré mirando en plena noche, / opinando y
orinándome a mi antojo en la cama”.
Cuatro libros de poemas. Tan sólo
una breve referencia. Podrían ser de hecho varios libros más. Y espero poder
entrar en esos “otros” pronto, muy pronto. Cuatro libros destinados a deshacer
la unidad del sentido y a presentar sobre el escenario un lenguaje inclusivo
capaz de producir grietas sobre lo real y su lenguaje. Cuatro libros donde la
narración se transforma en espacios extraídos del flujo causal-novelesco para
hacer aparecer el acontecimiento del poema como imposibilidad de un sentido
cerrado. Que así sea.
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