lunes, 24 de diciembre de 2012

NOTA APRESURADA SOBRE CUATRO LIBROS DE POESÍA


«Por la cita anterior he demostrado que el lenguaje de la prosa puede adaptarse muy bien a la poesía, y he afirmado anteriormente que una buena parte del lenguaje de todo buen poema puede no diferir en absoluto del de una buena prosa»
William Wordsworth



Sólo un apunte breve. Apenas una nota para apuntar algo sobre cuatro libros de poesía que he leído recientemente, cuatro libros —de los que me apetecía mucho hablar— que forman parte de un montón demasiado elevado de “pendientes de leer”. Sin embargo, más allá de feo tópico de “lo por leer”, no deja de gustarme que eso “pendiente” sea siempre la poesía, el género que es en sí todos los géneros. Desde de mi punto de vista el poema es la búsqueda constante de la huida del sentido de causalidad propio de lo novelístico. El poema, así al menos lo pienso, es aquello que siempre está en el límite de lo no-poético. Un poema juega continuadamente con sus límites: la narración, la temporalidad, sus espacios emocionales, etc. Quizá uno de los lugares más interesantes para que el poema adquiera alto voltaje es, precisamente, el terreno de la narración. Es decir, tratar de extraer a la narración del imperialismo de la novela. Narrar no es patrimonio de la novela. El poema es narrar a contrapelo, es la imposibilidad misma de la narración. En ese límite, en ese territorio construido como la extracción del flujo causal-novelesco de un “acontecimiento” del que no conocemos ni su pasado ni su futuro, ahí, en ese lugar, es donde aparece el poema. Y aparece no como una revelación sino como un pleno estado de confusión. La confusión, en definitiva, como principio y fin del poema, como principio y fin de todo acto comunicativo.



Cuatro libros recientes. Antibiótico de Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967). A más de uno quizá le sorprenda que lo incluya, pero sinceramente: es uno de los libros de poesía leídos recientemente que más me ha interesado. Aunque últimamente no estamos de acuerdo en muchas cuestiones —por así decir— estéticas, sin embargo, he de decir que —para mí— éste es su mejor libro. No digo su mejor libro de poemas, sino su mejor libro. Por una parte, es cierto, se ajusta plenamente a una poética personal asentada y desarrollada en trabajos como Postpoesía. Es posible no estar de acuerdo con su apuesta o con las bases procedimentales (y epifánicas) de su trabajo, pero es cierto que ha sabido como pocos cercar sus intereses en torno a un proyecto claro. Por otro, es Antibiótico un libro construido con una perspectiva inclusiva y sólida, donde lenguajes, formas y ritmos diferentes se unen para formar un único poema de  100 páginas donde quizá el tiempo (o la deriva del tiempo) sea el arma que vertebra la “soledad de este poema”. En este sentido, creo que es en este libro donde Fernández Mallo profundiza en esos límites del poema, en ese filo con lo narrativo, con lo musical, con lo no-poema en general. Leemos un fragmento: “después, casualmente, leyendo un artículo sobre criptografía, me di cuenta de que en cualquier texto lo suficientemente extenso [y en todo idioma o alfabeto], el número de repeticiones de cada letra es siempre, más o menos, el mismo, así que, en cierto modo, todos los poemas que puede concebir una persona en cualquier idioma son el mismo poema, presentan idéntico carácter cómico y dramático en términos plásticos: una curva que desciende. / no podemos huir de ese mapa”. Me interesa la poesía que juega con sus propios límites o que, más bien, descree de ellos.



Fresa y herida es el título del libro de poemas de Berta García Faet (Valencia, 1988). No me cabe duda de que entre la poesía más joven (nacidos a mediados y finales de los ochenta) se están produciendo muy interesantes discursos poéticos. Hace unos meses hablaba justo de ello en este artículo.  En Fresa y herida son varias las líneas de fuerza, aunque quizá sea la línea que va de la posibilidad de una identidad al territorio de la escritura lo que más fuerza otorga a este trabajo. Berta García Faet escribe con un ritmo sólido pero al mismo tiempo capaz de permitir la filtración de elementos reflexivos. Un lenguaje directo y narrativo pero que no se queda en la simpleza de la anécdota. O dicho de otro modo, hace saltar por los aires toda posible anécdota aunque parezca que sea ésta la que originalmente organiza el texto. También la ironía y todas su tensiones son capaces de dar forma al desarrollo de los poemas más interesantes del libro.  Leemos: “la penosa teoría que establece una pendiente positiva / entre el tiempo que pasa / y la persona que se especifica; / la penosa teoría que establece (y aquí viene lo malo) / una pendiente oscura y fina / asquerosamente positiva / entre la persona que se especifica / y la dificultad del encuentro compatible”. Y la fragilidad como tema: “Pero ¿frágil? / ¿Dices frágil? / Nunca paras. Nunca paras. / Rompes cosas, moderadamente / te sientes mal un tiempo; si te despiezan / los labios, / los brazos-adminículos-topográficos-que-se- / enganchan / en los labios del otro que siempre es incrédulo // simplemente / lloriqueas / cinco minutos y te limpias”.



Orientación del sentido de Benito del Pliego (Madrid, 1970). En este caso un libro breve dentro de una editorial que apuesta por ediciones cortas, pero que está publicando algunas de las piezas más interesantes de la poesía en español, me refiero a Ediciones Liliputienses. La poesía de Benito del Pliego se desarrolla como un ejercicio de desorientación. El poeta trata de enfrentarnos a su imagen, o hacia una imagen de sí mismo que es siempre imposible de cazar. Escribe: “Me gusta la imagen del pliego arrugado para describir su orografía; y la ferocidad del santo que sustituye a mis santos; / lo que jode es mirarse al espejo y verse con barba”. Y ya antes nos ha confesado: “Baja la ladera cifrando sus pasos sobre la nieve. Sube pensando en lenguaje, de quién es ese tú con el que habla, por qué ese tú es un yo, por qué la identidad hace sentido”. Pero sería hacer trampa decir que este libro trata sobre la identidad o su imposibilidad, sino que como en el caso anterior, es la tensión entre el lenguaje y la realidad, entre el poema y su límite lo que otorga fuerza a la lectura de estos poemas: “Amable escritura, amable el movimiento sin destino, el péndulo, la pulsación que dice que estás vivo, que dice lo que viste en otra voz, bajo otro brazo. Así, escribiendo escritura como la esgrima esgrime y hiere la herida. // Esto dice otra cosa, dice indecible, dice algo que no los abarca pero viaja entre ellos”. Un libro verdaderamente fascinante, donde el paisaje es vivido como ocasión para hacer que el poema quepa dentro: “Appalachian Riff”,  “Yellowstone: sobre piedra amarilla”, etc.



Un cuarto libro. Quizá el más difícil de situar. Se trata de Encima del subsuelo de Kostas Vrachnos (Kalamata, Grecia, 1975), poeta griego con estrechos vínculos con España. El libro, en edición bilingüe, se publica dentro del marco del 8º Festival Internacional de Poesía de Granada (Nicaragua). Confieso que es Vrachnos un poeta que me entusiasma, y en este caso especialmente. El libro se compone de treinta poemas donde el poema se forja a través de la degradación de la imagen del propio poeta como sujeto ante la muerte. Así arranca: “Quiero que me llaméis limón podrido / o lombriz de tierra y encima impaciente”. Y así concluye el libo: “Qué soy? ¿Una ruta? ¿Una rata / que roe la cama del motel de la ruta? / Una nada. Una nada entristecida. / Una rata que se comerán los gusanos / en cuanto se acabe por ahora / el rompecabezas del corazón”. Entre uno y otro poema desarrolla Vrachnos una fuerza poética insólita, capaz de construir poéticamente su destrucción y camino hacia la muerte. Eso sí, haciendo de la ironía —palabra fetiche— lugar de acción del lenguaje. Un poema, por ejemplo, “Nenúfar de la vaguedad”. El título ya escenifica una situación. El poeta a la deriva. Leemos: “Lo peor es ser comparsa y tener / que actuar estrictamente / todo el día  toda la vida toda la eternidad, / pero ante el espejo del salón / hacer una cosa y que aquel haga otra, / estar en el mar fresco / pero no prestar juramento sobre el agua. […] / Pero luego empeora mi sombra, / tintinea el esquelto por entro, se profundiza el peso / y el espejo del salón se empaña de repente de muy mala manera.” La descomposición del yo y del sentido van de la mano en su poesía: “Conócete a ti mismo aunque no existas exactamente / o alguien esté serrando tu rama en pleno mediodía. / Sin embargo, yo o nosotros seguiré mirando en plena noche, / opinando y orinándome a mi antojo en la cama”.

Cuatro libros de poemas. Tan sólo una breve referencia. Podrían ser de hecho varios libros más. Y espero poder entrar en esos “otros” pronto, muy pronto. Cuatro libros destinados a deshacer la unidad del sentido y a presentar sobre el escenario un lenguaje inclusivo capaz de producir grietas sobre lo real y su lenguaje. Cuatro libros donde la narración se transforma en espacios extraídos del flujo causal-novelesco para hacer aparecer el acontecimiento del poema como imposibilidad de un sentido cerrado. Que así sea.

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