viernes, 14 de diciembre de 2012

SIN TÍTULO (todavía). O SOBRE LA CRÍTICA Y EL ESPÍRITU CATEQUISTA.




[Publicado originalmente aquí: revista siete. Esta versión contiene alguna variación, en tanto que proyecto en marcha]

     

Yo, Tiresias, viejo de pezones arrugados,
vi la escena, y predije lo demás;
yo también aguardé al huésped esperado
T. S. Eliot


La crítica es una “disciplina” parasitaria. No obstante, esta actitud —paradójicamente— constituye y arma toda su musculatura. Como le sucede a todo ser parasitario, la crítica (como escritura) busca hogares que invadir, lugares atestados de alimento con el objetivo de hacerlos suyos, pero al mismo tiempo, con la intención de abastecerse y, llegado el momento, destruirlos. De la misma forma que un mesoparásito “posee una parte de su cuerpo en el exterior y otra anclada en los tejidos del hospedador de donde obtiene su masa nutritiva”, la crítica diseña en esa frontera entre los diferentes lenguajes (esos tejidos del hospedador) las posibilidades que garantizan su existencia. Se apropia, en definitiva, de lo otro, de eso que denominamos su sombra. Lo podemos visualizar de un modo más sencillo quizá del siguiente modo: su cuerpo/disciplina es y no es suyo al mismo tiempo. Permanece dentro y fuera de aquello con lo que entra en conflicto (obra, sociedad, política, instituciones…), pero eso sí, hace del conflicto su propio destino. ¿Cómo pensar la crítica sino como un ejercicio ruptura?
    Le debe la crítica, por lo tanto, a ese huésped esperado tanto su existencia como su retirada. Esto se hace evidente en su carácter dependiente de aquello que lo hospeda, incluso confortablemente; es decir, ese objeto que permanece ahí, a su disposición nutritiva, ya sea éste una novela, un vídeo o una simple idea. Dicho de otra forma: la crítica carece de cuerpo y como tal sin-cuerpo se construye a partir del lenguaje de aquellos sobre los que parasita (arte, literatura, filosofía, historia, etc.). Podríamos decir que desarrolla sus  discursos desde el a priori de su carencia de territorio. Bajo otra perspectiva podríamos sostener que la critica es igualmente, y a todos los efectos, apátrida y por ello capaz —a su vez— de irradiar significados en muy diversos niveles. En este sentido, la crítica es siempre la crítica de algo, y ese algo  —feliz y desarmado— se convierte en su territorio: lo circunda, lo atraviesa, lo roe, lo esquiva, etc. Pero en este invadir el cuerpo de los otros la pregunta retorna incesantemente: ¿de qué hablamos cuando hablamos de crítica? O, en otros términos: ¿es ésta la pregunta? ¿Reside el problema en la propia pregunta? ¿Es necesaria una pregunta? Es demasiado inocente suponer —al menos ésta sería otra presunción de la crítica— preguntas neutrales capaces de alcanzar en un único interrogante (y en una única respuesta) todo lo expresable. Por ello lo que proponemos es un desvío de esa interrogación tradicional, ese interrogante que atrae a la academia e, igualmente, al mercado. Nos referimos a que la cuestión no residirá ya en la pregunta que interroga por el ¿qué es la crítica?  ni  ¿cuál es su función? sino que el núcleo de la reflexión se desplaza —o podría desplazarse— hacia el más radical gesto que elimina el esencialismo (esa interrogación que tiene al es como eje) de la pregunta anterior. Es decir, el asunto se focaliza —o podría focalizarse— en una cuestión aparentemente más simple, pero sólo aparentemente más simple: ¿qué crítica? ¿cómo la crítica?, pero más aún: ¿qué criticar? La crítica y sus objetos pierden así, ante estas preguntas, su carácter de ancla inamovible, para admitir su parasitismo y, al mismo tiempo, una necesaria vocación de trashumancia. La crítica se dividiría en muchos cuerpos, pero en cada caso o en cada ocasión serviría para ampliar las posibles salidas interpretativas, no para reducir éstas a una única y posible lectura. La crítica en este sentido huye del formalismo greenbergiano (que parece retornar en algunos casos dentro de la red) que nos dice que existe-una-manera-correcta-de ver/leer- una obra.  ¿Cuál sería el sentido de retorno a una crítica fundada en este sentido moral, o mejor catequista? Parece sólo justificable desde un premeditado sentido del efecto. El retorno que se produce en la crítica en Internet a estándares académicos y formalistas de viejo cuño, con el disfraz de lo nuevo y bajo un tono desenfadado, parece comprensible como intento de regresar a una visión cerrada y estrecha de la crítica como destinada a lo que Raymond Williams denominó “encontrar errores”. La crítica tiene la posibilidad, en cambio, de huir de este aspecto moral, y catequista. Es decir, tiene la capacidad de abandonar la idea de una obra aislada frente a una crítica inamovible, actualizándose ambas en el proceso de la escritura. La crítica que  ahora, como en el siglo XIX, se dedica a decirnos “verdades” y hallar “errores”, bajo el postulado de la objetividad, no es más que nuevo retorno de la crítica de corte catequista que surge en épocas de crisis, donde los iluminados pretenden dirigirnos entre tanta confusión.

    Frente a una crítica como tecnología aislable —expresión tomada de Terry Eagleton— la crítica la concebiremos aquí, a falta de una expresión mejor, como un dispositivo mediador. Sin embargo, al instante surge una cuestión ineludible: ¿hacia dónde apunta esa mediación? ¿Cómo reconfigurar un concepto manoseado como el de mediación? En la lectura aquí propuesta ese carácter mediador no pretende dibujarse como dispositivo conciliador entre dos mundos. No es un mediador cariñoso y complaciente esta crítica. No se trata ni mucho menos de llegar a consensos, sino todo lo contrario: establecer disensos. En el primero de los casos, en esa mediación entendida como consenso, se presupone ya un destinatario con el que se va a estar de acuerdo y por tanto concibe el ejercicio mismo de la crítica como un ethos aislable, donde el carácter del crítico se antepone al acto de la crítica. El modo en el que el crítico se expresa parece más importante —tanto para el autor como para el receptor— que lo que el crítico realmente desarrolla. He ahí una mediación como consenso, como tecnología aislable, fácilmente identificable. Por el contrario, la mediación tal y como aquí la tomamos adquiere un sentido radicalmente distinto, pero sobre todo variable. Mediador designa en estas páginas la posibilidad de colocarse entre las diversas realidades por las que se diluye su trabajo. Mediador significa ser capaz de situarse conflictivamente entre tres territorios: lo criticado, el lenguaje y el destinatario, sin olvidar el fondo del escenario: el espacio social y político sobre el que esas realidades se asientan. Desde este conflicto trata de crear una nueva vía de lectura, o cuestionar las lecturas ya dadas o implementar las ya leídas. Mediar implica abrir grietas no conciliar. Mediar, como apuntase Foucault, delata un deseo “de no ser gobernado”. La crítica en este sentido debería dejar de lado su obsesión por convertirse en dispositivo moral, un dispositivo —en las antípodas del dispositivo mediador— cuyo sentido había heredado de la academia, un dispositivo fundado en el yo gobierno. Este dispositivo moral consistía —en líneas generales— en juzgar en base a criterios tales como bueno/malo sosteniendo, como un principio incuestionable, la existencia de criterios objetivos fundados sobre dos piezas: la calidad y la forma (lentos fantasmas que condicionaban todo ejercicio crítico). Este dispositivo moral funcionaba —y funciona de nuevo— del siguiente modo: construye una norma previa (presuntamente incuestionable) sobre la que debe ajustarse la realidad, es decir, vive sobre la idea de que la crítica tiene un lenguaje propio, con sus normas y criterios, principios y esquemas. En el marco de esta crítica (heredada) como dispositivo moral la obra o el texto no es el punto de partida sino que el origen de la crítica sería algo externo, algo así como una idea previa y determinada de lo que es/debe ser una obra o un texto. Un juicio determinante (por usar jerga kantiana) que lleva las riendas de este sistema crítico, donde la propia preconcepción de lo bueno y lo malo obtura toda posible salida interpretativa. Para la crítica como dispositivo moral (catequista) la única función del crítico es la de saber distinguir, como un sumiller, los libros (o las obras) “buenos” de los “malos”, lo cual presupone una concepción de bondad o maldad ajena al propio texto/obra.  Frente a este dispositivo moral la crítica que nos interesa, y que tratamos de desarrollar, tiende a cuestionar el pacto que se encuentra detrás de esta idea moral. Expulsar la idea de bondad o maldad de la crítica sería un buen principio. Adorno alertaba de ello: “Cuando en su mercadillo de la confusión —el arte— los críticos llegan a no entender una palabra de lo que juzgan y se rebajan gustosamente de nuevo a la categoría de propagandistas o censores, se consuma en ellos la inicial insinceridad de su industria”. La censura moral,   fundada en ese espíritu de nuevo catequista, sería la forma de retirada explícita de la capacidad crítica. Lo que no quiere decir que la crítica abandone su posición, al contrario. El hecho de eliminar el postulado moral en el acto crítico lleva el ejercicio critico a su estado más radical: la posibilidad de un encuentro con la obra criticada que elimina del horizonte (o del atrezzo) el presupuesto que exige un juicio cerrado y total. Fuera de esa dicotomía bueno/malo la obra puede abrirse y cuestionarse sobre otros horizontes. Frente a una crítica como tecnología aislable la crítica como tecnología intoxicada. ¿Es necesario ese espíritu catequista?



    Al mismo tiempo, la crítica como dispositivo mediador que aquí defendemos, tiende a huir igualmente de la crítica como ejercicio periodístico que desarrolla fórmulas farmacológicas, críticas-prospecto, donde lo descriptivo impide entrar en lo criticado (ya sea un libro de poemas o una instalación o lo que sea) y, por otro lado, donde la aceptación de una jerarquía construida por los grandes mercaderes de los medios de comunicación imposibilita la crítica como disenso y favorece la crítica como plantilla, como ejercicio algorítmico. Esta crítica algorítmica toma lo crítico como una ocasión para ratificar sus propias ideas, procedentes éstas, en la mayoría de las ocasiones, de grandes grupos empresariales. Tanto lo moral como lo periodístico-farmacéutico son formas de anestesiar la crítica. La crítica aquí esbozada, por el contrario, no tiene como objetivo emitir juicios de valor sino cuestionar todo juicio de valor para ampliar y generar nuevas lecturas críticas. (La crítica frente a la reseña semanal).
    La idea de una crítica como dispositivo mediador no es —como habrá podido intuir el lector— nada nuevo. Roland Barthes, por ejemplo, en un lejano texto titulado Crítica y verdad ya apuntaba primitivamente acerca de estas tensiones inherentes a la crítica. Sin embargo, es necesario reabrir en el contexto de las nuevas tecnologías el debate en torno a los modos desde los cuales la crítica se enfrenta a sus objetos, los cuales nunca son —o no deberían ser a los ojos del crítico— ni pasivos ni neutrales. La crítica como dispositivo mediador tiende a generar posibilidades de ampliación, de apertura de lecturas, lo cual en ocasiones posibilita un cuestionamiento negativo del propio ejercicio crítico al mismo tiempo que un modo de hacer literatura. Esta crítica como dispositivo añade, por lo tanto, un efecto desactivador. Pretende desactivar los planos del sistema crítico dados por cerrados, pero igualmente ese carácter desactivador esconde una aspiración política. La crítica no debe perder de vista su raíz política. 
    Huir de la anestesia, o de la crítica anestesiada por el mercado o la academia o por los nuevos catequistas que juzgan desde criterios de bondad o maldad parece posible a partir de la toma de conciencia de lo apuntado más arriba y que en varios momentos del pasado varios críticos (desde Raymond Williams, por ejemplo) asumieron como lugar previo: no existe lo crítico como tecnológicamente aislable, esto es, como territorio autónomo previo al acto mismo de ejercer la critica. Pero tampoco como teleología, es decir: como finalidad instrumental. La pregunta por el qué es la crítica carece de salida. La crítica sólo existe en tanto que se enfrente a sus sombras, a sus otros actuales y al propio proceso de ser escrita. Pero al mismo tiempo la crítica puede recuperar el carácter político que late en su proyecto, como decíamos. En estas reconfiguraciones la crítica puede abastecerse. La crítica puede armarse de esta forma como un frente activo tanto ante la crítica administrada como ante la critica catequista.

[Esto es un fragmento de un trabajo en camino más amplio, que quizá llegue a algo, o no]

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