[Publicado originalmente aquí: revista siete. Esta versión contiene alguna variación, en tanto que proyecto en marcha]
Yo, Tiresias, viejo de pezones arrugados,
vi la escena, y predije lo demás;
yo también aguardé al huésped esperado
T. S. Eliot
La crítica es una “disciplina” parasitaria. No obstante, esta actitud —paradójicamente— constituye y arma toda su musculatura. Como le sucede a todo ser parasitario, la crítica (como escritura) busca hogares que invadir, lugares atestados de alimento con el objetivo de hacerlos suyos, pero al mismo tiempo, con la intención de abastecerse y, llegado el momento, destruirlos. De la misma forma que un mesoparásito “posee una parte de su cuerpo en el exterior y otra anclada en los tejidos del hospedador de donde obtiene su masa nutritiva”, la crítica diseña en esa frontera entre los diferentes lenguajes (esos tejidos del hospedador) las posibilidades que garantizan su existencia. Se apropia, en definitiva, de lo otro, de eso que denominamos su sombra. Lo podemos visualizar de un modo más sencillo quizá del siguiente modo: su cuerpo/disciplina es y no es suyo al mismo tiempo. Permanece dentro y fuera de aquello con lo que entra en conflicto (obra, sociedad, política, instituciones…), pero eso sí, hace del conflicto su propio destino. ¿Cómo pensar la crítica sino como un ejercicio ruptura?
Le
debe la crítica, por lo tanto, a ese huésped esperado tanto su existencia como su
retirada. Esto se hace evidente en su carácter dependiente de aquello que lo
hospeda, incluso confortablemente; es decir, ese objeto que permanece ahí, a su disposición nutritiva, ya
sea éste una novela, un vídeo o una simple idea. Dicho de otra forma: la crítica
carece de cuerpo y como tal sin-cuerpo se construye a partir del lenguaje de
aquellos sobre los que parasita (arte, literatura, filosofía, historia, etc.).
Podríamos decir que desarrolla sus
discursos desde el a priori de su carencia de territorio. Bajo otra perspectiva podríamos
sostener que la critica es igualmente, y a todos los efectos, apátrida y por
ello capaz —a su vez— de irradiar significados en muy diversos niveles. En este
sentido, la crítica es siempre la crítica de algo, y ese algo —feliz y desarmado— se convierte en su
territorio: lo circunda, lo atraviesa, lo roe, lo esquiva, etc. Pero en este
invadir el cuerpo de los otros la pregunta retorna incesantemente: ¿de qué hablamos
cuando hablamos de crítica? O, en otros términos: ¿es ésta la pregunta? ¿Reside
el problema en la propia pregunta? ¿Es necesaria una pregunta? Es demasiado inocente
suponer —al menos ésta sería otra presunción de la crítica— preguntas neutrales
capaces de alcanzar en un único interrogante (y en una única respuesta) todo lo
expresable. Por ello lo que proponemos es un desvío de esa interrogación
tradicional, ese interrogante que atrae a la academia e, igualmente, al
mercado. Nos referimos a que la cuestión no residirá ya en la pregunta que
interroga por el ¿qué es la crítica? ni ¿cuál es su función? sino que el núcleo de la reflexión
se desplaza —o podría desplazarse— hacia el más radical gesto que elimina el esencialismo
(esa interrogación que tiene al es como eje) de la pregunta anterior. Es decir, el asunto se
focaliza —o podría focalizarse— en una cuestión aparentemente más simple, pero
sólo aparentemente más simple: ¿qué crítica? ¿cómo la crítica?, pero más aún: ¿qué criticar? La crítica y sus objetos pierden
así, ante estas preguntas, su carácter de ancla inamovible, para admitir su
parasitismo y, al mismo tiempo, una necesaria vocación de trashumancia. La crítica
se dividiría en muchos cuerpos, pero en cada caso o en cada ocasión serviría
para ampliar las posibles salidas interpretativas, no para reducir éstas a una única
y posible lectura. La crítica en este sentido huye del formalismo greenbergiano
(que parece retornar en algunos casos dentro de la red) que nos dice que existe-una-manera-correcta-de
ver/leer- una obra. ¿Cuál sería el sentido de retorno a una
crítica fundada en este sentido moral, o mejor catequista? Parece sólo
justificable desde un premeditado sentido del efecto. El retorno que se produce en la
crítica en Internet a estándares académicos y formalistas de viejo cuño, con el
disfraz de lo nuevo y bajo un tono desenfadado, parece comprensible como
intento de regresar a una visión cerrada y estrecha de la crítica como
destinada a lo que Raymond Williams denominó “encontrar errores”. La crítica
tiene la posibilidad, en cambio, de huir de este aspecto moral, y catequista.
Es decir, tiene la capacidad de abandonar la idea de una obra aislada frente a
una crítica inamovible, actualizándose ambas en el proceso de la escritura. La
crítica que ahora, como en el
siglo XIX, se dedica a decirnos “verdades” y hallar “errores”, bajo el
postulado de la objetividad, no es más que nuevo retorno de la crítica de corte
catequista que surge en épocas de crisis, donde los iluminados pretenden
dirigirnos entre tanta confusión.
Frente
a una crítica como tecnología aislable —expresión tomada de Terry Eagleton— la crítica la
concebiremos aquí, a falta de una expresión mejor, como un dispositivo mediador. Sin embargo, al instante surge
una cuestión ineludible: ¿hacia dónde apunta esa mediación? ¿Cómo reconfigurar un concepto
manoseado como el de mediación? En la lectura aquí propuesta ese carácter mediador no pretende dibujarse como
dispositivo conciliador entre dos mundos. No es un mediador cariñoso y
complaciente esta crítica. No se trata ni mucho menos de llegar a consensos,
sino todo lo contrario: establecer disensos. En el primero de los casos, en esa
mediación entendida como consenso, se presupone ya un destinatario con el que se
va a estar de acuerdo y por tanto concibe el ejercicio mismo de la crítica como un ethos aislable, donde el carácter del
crítico se antepone al acto de la crítica. El modo en el que el crítico se
expresa parece más importante —tanto para el autor como para el receptor— que
lo que el crítico realmente desarrolla. He ahí una mediación como consenso, como tecnología aislable, fácilmente
identificable. Por el contrario, la mediación tal y como aquí la tomamos
adquiere un sentido radicalmente distinto, pero sobre todo variable. Mediador
designa en estas páginas la posibilidad de colocarse entre las diversas realidades por las
que se diluye su trabajo. Mediador significa ser capaz de situarse
conflictivamente entre tres territorios: lo criticado, el lenguaje y el
destinatario, sin olvidar el fondo del escenario: el espacio social y político
sobre el que esas realidades se asientan. Desde este conflicto trata de crear
una nueva vía de lectura, o cuestionar las lecturas ya dadas o implementar las
ya leídas. Mediar implica abrir grietas no conciliar. Mediar, como apuntase
Foucault, delata un deseo “de no ser gobernado”. La crítica en este sentido
debería dejar de lado su obsesión por convertirse en dispositivo moral, un dispositivo —en las antípodas
del dispositivo mediador— cuyo sentido había heredado de la academia, un dispositivo
fundado en el yo gobierno. Este dispositivo moral consistía —en líneas generales—
en juzgar en base a criterios tales como bueno/malo sosteniendo, como un principio
incuestionable, la existencia de criterios objetivos fundados sobre dos piezas:
la calidad y la forma (lentos fantasmas que condicionaban todo ejercicio crítico).
Este dispositivo moral funcionaba —y funciona de nuevo— del siguiente modo:
construye una norma previa (presuntamente incuestionable) sobre la que debe ajustarse
la realidad, es decir, vive sobre la idea de que la crítica tiene un lenguaje
propio, con sus normas y criterios, principios y esquemas. En el marco de esta
crítica (heredada) como dispositivo moral la obra o el texto no es el punto de
partida sino que el origen de la crítica sería algo externo, algo así como una
idea previa y determinada de lo que es/debe ser una obra o un texto. Un juicio
determinante (por usar jerga kantiana) que lleva las riendas de este sistema crítico,
donde la propia preconcepción de lo bueno y lo malo obtura toda posible salida
interpretativa. Para la crítica como dispositivo moral (catequista) la única
función del crítico es la de saber distinguir, como un sumiller, los libros (o
las obras) “buenos” de los “malos”, lo cual presupone una concepción de bondad
o maldad ajena al propio texto/obra.
Frente a este dispositivo moral la crítica que nos interesa, y que
tratamos de desarrollar, tiende a cuestionar el pacto que se encuentra detrás
de esta idea moral. Expulsar la idea de bondad o maldad de la crítica sería un
buen principio. Adorno alertaba de ello: “Cuando en su mercadillo de la confusión —el arte— los críticos llegan a no entender una palabra de lo que juzgan y se rebajan
gustosamente de nuevo a la categoría de propagandistas o censores, se consuma
en ellos la inicial insinceridad de su industria”. La censura moral, fundada en ese espíritu de nuevo catequista, sería la
forma de retirada explícita de la capacidad crítica. Lo que no quiere decir que
la crítica abandone su posición, al contrario. El hecho de eliminar el
postulado moral en el acto crítico lleva el ejercicio critico a su estado más
radical: la posibilidad de un encuentro con la obra criticada que elimina del
horizonte (o del atrezzo) el presupuesto que exige un juicio cerrado y total.
Fuera de esa dicotomía bueno/malo la obra puede abrirse y cuestionarse sobre
otros horizontes. Frente a una crítica como tecnología aislable la crítica como
tecnología intoxicada. ¿Es necesario ese espíritu catequista?
Al
mismo tiempo, la crítica como dispositivo mediador que aquí defendemos, tiende
a huir igualmente de la crítica como ejercicio periodístico que desarrolla fórmulas
farmacológicas, críticas-prospecto, donde lo descriptivo impide entrar en lo
criticado (ya sea un libro de poemas o una instalación o lo que sea) y, por
otro lado, donde la aceptación de una jerarquía construida por los grandes
mercaderes de los medios de comunicación imposibilita la crítica como disenso y
favorece la crítica como plantilla, como ejercicio algorítmico. Esta crítica algorítmica
toma lo crítico como una ocasión para ratificar sus propias ideas, procedentes éstas, en
la mayoría de las ocasiones, de grandes grupos empresariales. Tanto lo moral
como lo periodístico-farmacéutico son formas de anestesiar la crítica. La crítica
aquí esbozada, por el contrario, no tiene como objetivo emitir juicios de valor
sino cuestionar todo juicio de valor para ampliar y generar nuevas lecturas críticas.
(La crítica frente a la reseña semanal).
La
idea de una crítica como dispositivo mediador no es —como habrá podido intuir
el lector— nada nuevo. Roland Barthes, por ejemplo, en un lejano texto titulado
Crítica y verdad
ya apuntaba primitivamente acerca de estas tensiones inherentes a la crítica.
Sin embargo, es necesario reabrir en el contexto de las nuevas tecnologías el
debate en torno a los modos desde los cuales la crítica se enfrenta a sus
objetos, los cuales nunca son —o no deberían ser a los ojos del crítico— ni
pasivos ni neutrales. La crítica como dispositivo mediador tiende a generar
posibilidades de ampliación, de apertura de lecturas, lo cual en ocasiones
posibilita un cuestionamiento negativo del propio ejercicio crítico al mismo
tiempo que un modo de hacer literatura. Esta crítica como dispositivo añade,
por lo tanto, un efecto desactivador. Pretende desactivar los planos del sistema crítico dados
por cerrados, pero igualmente ese carácter desactivador esconde una aspiración
política. La crítica no debe perder de vista su raíz política.
Huir de la anestesia, o
de la crítica anestesiada por el mercado o la academia o por los nuevos
catequistas que juzgan desde criterios de bondad o maldad parece posible a
partir de la toma de conciencia de lo apuntado más arriba y que en varios
momentos del pasado varios críticos (desde Raymond Williams, por ejemplo)
asumieron como lugar previo: no existe lo crítico como tecnológicamente aislable,
esto es, como territorio autónomo previo al acto mismo de ejercer la critica. Pero tampoco como teleología, es decir: como
finalidad instrumental. La pregunta por el qué es la crítica carece de salida. La crítica sólo existe en
tanto que se enfrente a sus sombras, a sus otros actuales y al propio proceso de ser escrita. Pero al mismo tiempo la crítica
puede recuperar el carácter político que late en su proyecto, como decíamos. En
estas reconfiguraciones la crítica puede abastecerse. La crítica puede armarse de
esta forma como un frente activo tanto ante la crítica administrada como ante
la critica catequista.
[Esto es un fragmento de un trabajo en camino más amplio, que quizá llegue a algo, o no]
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