domingo, 30 de mayo de 2010
¿POR QUÉ LA POESÍA? NI IDEA
lunes, 24 de mayo de 2010
NO ME MOLA TU TEATRILLO
Hace ya casi treinta años el filósofo Jean Francois Lyotard escribía lo siguiente: «el secreto de un éxito artístico, lo mismo que el de un éxito comercial, radica en una dosificación entre lo sorprendente y lo “bien conocido”, entre la información y el código. Tal es la innovación en las artes: se retoman fórmulas confirmadas por éxitos precedentes, se las desequilibra por medio de combinaciones con otras fórmulas en principio incompatibles y de amalgamas de citas, ornamentaciones, pastiches. [...] De tal modo, se cree expresar el espíritu del tiempo, cuando no se hace sino reflejar el del mercado. La sublimidad ya no está en el arte, sino en la especulación sobre el arte». Por su simplicidad esta afirmación no deja indiferente. Pero cuando Lyoatrd hablaba de innovación en las artes ¿a qué artes se refería? Evidentemente a las artes visuales y si tiramos y deformamos lo dicho, incluso a la novela. De este modo observamos que la poesía caía fuera de su territorio. ¿Poesía y mercado? Parece evidente que no concuerda. Pero no es tan sencillo. La poesía –la poesía española en concreto- parece no haber aprendido la lección, y lo refleja con un retraso sorprendente. ¿Cómo puede la poesía ser reflejo del mercado? Es sencillo, despojando a la poesía de su elemento fundamental: el lenguaje. La innovación no viene por el lado del lenguaje sino por el lado del soporte, y esto, evidentemente, tiene que ver con el aspecto mercantil del hecho poético. Ahora se habla de espectáculos poéticos, de spoken word, y ¿por qué? Porque el mercado no quiere poesía ni lenguaje poético. Un ejemplo: en Nueva York se empezó a utilizar la expresión spoken word debido al hecho del rechazo social, pero sobre todo mercantil, hacia la palabra poesía. Por lo tanto, sacar a la poesía de los libros, que es el modo en el que autores de muy escaso interés en el aspecto literario, en la escritura misma, se torna el objetivo para poder acceder al mercado. Muchos son los poetas y las poetas –o lo que sea- que parecen haber descubierto ayer el cabaret Voltaire, pero ignoran que, como dijo Breton, el dada acabó y que “hace ya mucho tiempo el riesgo está en otra parte y no en el griterío”. Pero claro, la cosa no es que imiten una especie de cabaret Voltaire sino que afirman que es necesario eliminar la opacidad de la poesía, sea eso lo que sea, y que el modo de hacer accesible la poesía al gran público es hacerla regresar a las jarchas y a los trovadores. Alucinante. E incluso se afirma que “vamos a sacar la poesía fuera de los libros para devolverla a la gente, que es a quien le pertenece”. ¿Es así? Pongamos un contraejemplo: imaginen que a un artista visual se le dice que para que su obra abandone la opacidad tiene que regresar a la pintura del siglo XVI. Evidentemente sería una locura. O que a un científico se le diga: mira, la mecánica cuántica, la teoría de cuerdas y demás es muy complicado, ¿por qué no pasamos de todo y regresamos a cuando todo era más simple?
En fin, en estos espectáculos poéticos, como en una perfecta táctica de distracción, se tiende a incidir más en el soporte que en el lenguaje. Parece que poco importan lo que digan sino a través de lo que lo dicen. Así podemos observar verdaderas atrocidades pasadas de moda, verdaderas ridiculeces cursis que, filtradas a través de una pantalla, gritadas a pleno pulmón, u ocultas bajo una guitarra eléctrica, disimulan su escaso interés literario. Holopoesía, perfopoesía, polipoesía, micropoesía, no son más que fórmulas de sometimiento al mercado desde la idea -vaga y ridícula- de querer reflejar lo contrario. El peso cae en el prefijo y es entonces cuando estamos perdidos. Creen reflejar el espíritu del tiempo pero en realidad reflejan el espíritu del mercado.