domingo, 30 de mayo de 2010

¿POR QUÉ LA POESÍA? NI IDEA

Entre los motivos que los defensores de este “teatrillo” de lo “poético” esgrimen como necesidad de sacar la poesía de los libros y devolver a la gente a la poesía que es a quien pertenece (falacias evidentes) está la premisa de origen ilustrado de que, por una parte, todo el mundo debe admirar la poesía y que además ellos, como elegidos, sabrán administrarla en buenas dosis. Por otra parte, consideran que el problema está en la educación, es decir, que el problema de que no nos guste la poesía es porque no nos la enseñan, no nos instruyen en ella. Me centraré sobre manera en esa segunda premisa. La primera creo que no necesita demasiado añadido. Esta segunda premisa que lleva a la conclusión errónea de que ellos “enseñan al pueblo” la poesía, retrata no sólo a los del teatrillo sino en general a determinada postura de corte ilustrado muy asentada hoy día. El problema: la cultura de masas, la baja cultura, ocupa mucho más terreno que la cultura elevada, donde estaría la poesía. La solución: poesía para los que no leen poesía, poesía a través de soportes atractivos propios de la cultura de masas, los niños y la poesía, hay que educar con poemas, etc. Todo esto está muy bien, pero no creo que esa sea la solución. Evidentemente mi postura no es ilustrada, no procede de la ilustración sino que más bien es de corte materialista. Veamos. A nadie, en el colegio le enseñan la música de Bisbal, ni le enseñan la historia del Barça, ni el diario de Patricia, sino música de Mozart, Barroco, Platón. Y sin embargo, tras años y años de enseñarnos estas cosas, seguimos prefiriendo al llegar a casa cultura de masas, cultura del entretenimiento. Encender la televisión. Y nada hay de malo en ello. El problema no está en el sistema educativo, donde se enseña lo que se tiene que enseñar, sino en otra parte. En 1939 Clement Greenberg ya lo señalaba ante el auge de la cultura de masas, a lo que denomina kitsch. Señalaba lo siguiente: “La alternativa a Picasso no es Miguel Ángel, sino el kitsch. En segundo lugar, ni en la atrasada Rusia ni en el avanzado Occidente prefieren las masas el kitsch simplemente porque sus gobiernos los empujen a ello. Cuando los sistemas educativos estatales se toman la molestia de hablar de arte, mencionan a los viejos maestros, no al kitsch, y, sin embargo, nosotros colgamos de nuestras paredes un Maxfield Parrish o su equivalente, en lugar de un Rembrandt o un Miguel Ángel. Además, como señala el mismo Macdonald, hacia 1925, cuando el régimen soviético alentaba un cine de vanguardia, las masas rusas seguían prefiriendo las películas de Hollywood. Ningún “condicionamiento” explica la potencia del kitsch”. Es decir, que la culpa no reside, creo, en el sistema educativo. Sería necesario un cambio radical en nuestro universo material para que se diera un cambio de conciencia. Y esto es imposible. Por mucho que enseñemos poesía en las escuelas en la mayoría de las ocasiones la gente al llegar a casa preferirá cualquier otra cosa. Y no hay nada malo en ello, al contrario, eso es señal de libertad. Digamos que sólo el azar (un hecho x) puede provocar que alguien se acerque a la poesía: ni la educación, ni el sistema gubernamental, ni a polipoesía, ni siquiera los propios autores pueden hacer más de lo que hacen. Y mejor que sea así.

lunes, 24 de mayo de 2010

NO ME MOLA TU TEATRILLO


Hace ya casi treinta años el filósofo Jean Francois Lyotard escribía lo siguiente: «el secreto de un éxito artístico, lo mismo que el de un éxito comercial, radica en una dosificación entre lo sorprendente y lo “bien conocido”, entre la información y el código. Tal es la innovación en las artes: se retoman fórmulas confirmadas por éxitos precedentes, se las desequilibra por medio de combinaciones con otras fórmulas en principio incompatibles y de amalgamas de citas, ornamentaciones, pastiches. [...] De tal modo, se cree expresar el espíritu del tiempo, cuando no se hace sino reflejar el del mercado. La sublimidad ya no está en el arte, sino en la especulación sobre el arte». Por su simplicidad esta afirmación no deja indiferente. Pero cuando Lyoatrd hablaba de innovación en las artes ¿a qué artes se refería? Evidentemente a las artes visuales y si tiramos y deformamos lo dicho, incluso a la novela. De este modo observamos que la poesía caía fuera de su territorio. ¿Poesía y mercado? Parece evidente que no concuerda. Pero no es tan sencillo. La poesía –la poesía española en concreto- parece no haber aprendido la lección, y lo refleja con un retraso sorprendente. ¿Cómo puede la poesía ser reflejo del mercado? Es sencillo, despojando a la poesía de su elemento fundamental: el lenguaje. La innovación no viene por el lado del lenguaje sino por el lado del soporte, y esto, evidentemente, tiene que ver con el aspecto mercantil del hecho poético. Ahora se habla de espectáculos poéticos, de spoken word, y ¿por qué? Porque el mercado no quiere poesía ni lenguaje poético. Un ejemplo: en Nueva York se empezó a utilizar la expresión spoken word debido al hecho del rechazo social, pero sobre todo mercantil, hacia la palabra poesía. Por lo tanto, sacar a la poesía de los libros, que es el modo en el que autores de muy escaso interés en el aspecto literario, en la escritura misma, se torna el objetivo para poder acceder al mercado. Muchos son los poetas y las poetas –o lo que sea- que parecen haber descubierto ayer el cabaret Voltaire, pero ignoran que, como dijo Breton, el dada acabó y que “hace ya mucho tiempo el riesgo está en otra parte y no en el griterío”. Pero claro, la cosa no es que imiten una especie de cabaret Voltaire sino que afirman que es necesario eliminar la opacidad de la poesía, sea eso lo que sea, y que el modo de hacer accesible la poesía al gran público es hacerla regresar a las jarchas y a los trovadores. Alucinante. E incluso se afirma que “vamos a sacar la poesía fuera de los libros para devolverla a la gente, que es a quien le pertenece”. ¿Es así? Pongamos un contraejemplo: imaginen que a un artista visual se le dice que para que su obra abandone la opacidad tiene que regresar a la pintura del siglo XVI. Evidentemente sería una locura. O que a un científico se le diga: mira, la mecánica cuántica, la teoría de cuerdas y demás es muy complicado, ¿por qué no pasamos de todo y regresamos a cuando todo era más simple?

En fin, en estos espectáculos poéticos, como en una perfecta táctica de distracción, se tiende a incidir más en el soporte que en el lenguaje. Parece que poco importan lo que digan sino a través de lo que lo dicen. Así podemos observar verdaderas atrocidades pasadas de moda, verdaderas ridiculeces cursis que, filtradas a través de una pantalla, gritadas a pleno pulmón, u ocultas bajo una guitarra eléctrica, disimulan su escaso interés literario. Holopoesía, perfopoesía, polipoesía, micropoesía, no son más que fórmulas de sometimiento al mercado desde la idea -vaga y ridícula- de querer reflejar lo contrario. El peso cae en el prefijo y es entonces cuando estamos perdidos. Creen reflejar el espíritu del tiempo pero en realidad reflejan el espíritu del mercado.