[NOTA PREVIA: Este texto fue escrito hace ya varios años, y se perdió en un viejo disquete (sí, disquete) recientemente reecontrado. Y simplemente me apetecía acabar el año con él]
M. H. Abrams expuso en
el ya clásico Natural Supernaturalism la hipótesis central de su concepción del
romanticismo. Esta concepción implicaba, en esencia, que los diversos modelos
románticos se conformaron desde una progresiva secularización de diversos
motivos religiosos, los cuales no quedaban fuera, sino que eran reincorporados
mediante un proceso de “limpieza” intelectual. El trabajo, escribe Abrams, «no
ha consistido en borrar y sustituir las ideas religiosas, sino en asimilarlas y
reinterpretarlas como elementos constitutivos de una visión fundada en premisas
laicas»[1]. En un sentido similar, aunque
menos explicativo, T. E. Hulme afirmaba: «El romanticismo, entonces, y esta es
la mejor definición que puedo dar de él, es religión derramada»[2]. Este modelo de revisión parece útil
a la hora de revisar las derivas de ciertas categorías como es el caso de lo
sublime. Incluso, dicho campo de acción (secularización) alcanza espacios que
parecían quedar fuera de la visión de Abrams. En este sentido, dos autores que expanden este modelo de “rebajamiento”
religioso, llevando la arquitectura renovada de lo sublime a nuevos territorios
son Joseph Tabbi y Jack G. Voller. Ambos, a través de trabajos como Postmodern
Sublime (1995) y «Neuromanticism:
Cyberspace and the Sublime» (1993), han derivado los elementos conceptuales de
lo sublime, relativos al romanticismo (fundamentalmente americano) hasta la
orilla misma de los nuevos estadios sobretecnológicos. Literatura, arte, electrónica
topan con una serie de categorías que han de ser revisadas, que supuran
nuevamente ante los modelos estéticos reincorporados.
Sin embargo, hemos de
detenernos un instante. ¿Cómo entender esta secularización? ¿Es revolución? En realidad,
para hacer más efectiva esta idea es necesario retrotraerse, según la tesis
expuesta más arriba, a los modelos de tránsito norteamericanos. Es decir, esta
posible segunda secularización que se evidencia a la altura de las nuevas
tecnologías, y que Jameson[3] sitúa como eje de esa nueva
otredad más allá
de la naturaleza, puede ser mejor atrincherada —descolocando palabras de Nelson Goodman— a partir de una
serie de modelos previos.
*
La
tensión naturaleza-tecnología-literatura creará un ámbito más fuerte de ficción que a su vez desembocará en su
versión de lo
sublime, en el marco de las nuevas tecnologías. La ficción literaria ofrece líneas
de interpretación acorde con los sentidos fundamentales de la nueva tecnología.
Esa religión derramada no se halla en un escenario delimitado sino en un todas partes, inabarcable, desde el propio
cuerpo hasta el ciberespacio, entre el mito y la ficción.
Por otro lado, la relación y el límite entre la
ficción y el mito (religioso o no), aunque evidente en muchos de sus centros,
sin embargo, invita a matizar sus distancias. El mito implica (lanza a) la adhesión,
y es inmutable tanto en su creencia como en su acción. Por su parte la ficción es
la imaginación de su tiempo. No sólo cambia, sino que se cree en ella a sabiendas de
que es una invención. Wallace Stevens describió de este modo esa línea
divisoria, haciendo hincapié en un modelo concreto de ficción: «La creencia
definitiva es creer en una ficción a sabiendas de que lo es, fuera de la cual no
existe nada más. La verdad exquisita es saber que es una ficción y que uno cree
en ella de buen grado»[4]. E igualmente Frank Kermode
insiste en la necesidad contemporánea de distanciar ambos campos de “realidad”.
Para Kermode, «las ficciones sirven para descubrir cosas y cambian a medida que
cambian las necesidades en cuanto a hallar sentido. Los mitos son los agentes
de la estabilidad y las ficciones los agentes del cambio. Los mitos exigen
aceptación absoluta; las ficciones aceptación condicional»[5]. Toda ficción lo es de su tiempo y espacio, y desde
ella proyecta sus modelos. Más aún, las ficciones sirven para descubrir
cosas. ¿Cuál es
entonces la ficción sublime de estos tiempos? ¿Desde qué nivel de ficción o
posibilidad ha sido re-conectado lo sublime?
*
La afirmación de Jameson según la
cual es posible «atisbar un sublime postmoderno o tecnológico cuyo poder de
autenticidad se manifiesta en la lograda evocación de estas obras de todo un
nuevo espacio postmoderno que surge en torno nuestro», se sitúa “sólo” en los
aledaños de la cuestión a tratar. ¿Qué evocan las obras de este sublime
tecnológico o postmoderno? La evocación
de un nuevo espacio,
donde la palabra evocar guarda el sabor de la versión kantiana del insinuar lo sublime es un primer eje importante.
Dicha evocación
ha evolucionado hasta la saturación del clásico espacio físico. Entones ¿qué
espacio evocar? ¿o deberíamos decir qué tiempo? Este es tal vez el problema (ya
sabemos que) irresoluble ante el que se señala a lo sublime como categoría evocadora
tanto en la
naturaleza (y la moralidad) como en la ciencia y la tecnología. A este respecto
Joseph Tabbi, haciendo hincapié en la importancia de la tradición americana anterior,
acierta al señalar: «lo sublime persiste como una poderosa fuerza emotiva en la
escritura posmoderna, en especial en las obras americanas donde la realidad es
mediada, fundamentalmente, por la ciencia y la tecnología». Y en este sentido
da un paso y absorbe a Kant dejando (no le interesa) a un lado el sentido moralizante
kantiano. Señala
entonces uno de los principios fundamentales de lo sublime tecnológico reapropiado
en las nuevas tecnologías, algo así como un sublime sobretecnológico. Escribe: «El objeto sublime de
Kant, una figura irrepresentable dada su infinita grandeza y su tremendo poder,
parece haber sido reemplazado en la literatura postmoderna por una serie de procesos
tecnológicos»[6]. Reemplazado, recolocado, son las
palabras utilizadas. Por ello, insinúa Tabbi, ahora cuando falla la literatura
a la hora de presentar un objeto como idea de absoluto poder, el fracaso, en
cierto sentido, no es al modo kantiano proveniente de una inadecuación de la
imaginación, sino que se asocia con las estructuras tecnológicas y los sistemas
globales interconectados. Lo sublime se sitúa en un claro ámbito tecnológico, y
la literatura postmoderna forma la bisagra entre su absorción y su ficcionalización,
y en este sentido, como exclama Lyotard, cabe preguntarse por su capacidad de presentación.
Dando un paso más,
Tabbi traza a la perfección el sentido de ese nuevo romanticismo que baña la
literatura norteamericana: Norman Mailer, Thomas Pynchon, Joseph McElroy, Don
DeLillo hasta llegar a sus “sucesores” dentro del cyberpunk[7]. Todos ellos «invocan lo sublime
como un romanticismo nostálgico», y trazan el hilo común de la revisión tecnológica.
Y añade: «participantes de un movimiento contracorriente en la escritura del
siglo XX norteamericano […] estos escritores comparten el interés por empujar
la literatura hasta sus límites, entrando su literatura en contacto con la
realidad tecnológica no-verbalizable»[8]. He ahí el sentido de su otredad
sobretecnológica,
donde los límites saltan hacia una nueva realidad. Más allá, o junto a ello, la
presencia de los autores mencionados, de Pynchon a Burroughs, es fundamental en
tanto que suponen para la reordenación arquitectónica de la ficción tecnológica,
en su versión del sublime tecnológico americano, un modelo fundamental de descolocación, suspensión o desterritorialización.
Sin duda un ejemplo jugoso lo hallamos en Joseph McElroy: «los modelos no son
sencillos sistemas de hipótesis dirigidas a predecir el tiempo o los ataques
nucleares. Conforman más bien anatomías, paradigmas condensados, una huida
hacia una concentración que se convierte ella misma en un modelo de lo que podría
resultar verdadero»[9]. La cibernética, la física, la
lingüística, las matemáticas le ceden sus espacios a una ficción que se apodera
de ellos, encontrando en sus fronteras sistemas con los que reemplazar a los
relatos, campos de fuerzas para sustituir la intriga. A pesar de que su
preocupación en muchos momentos es situada al nivel de visión y reinvención del lenguaje (es
decir, se interrogan acerca de las posibilidades y efectos del conocimiento
científico a través de los estados de la lengua y su límite), conforman un paso
más hacia una resituación de la ficción. Así junto ello es clave una noción
como la de paranoia, que «presta unos servicios indispensables; es dulce, “normal” cuando
recurrimos cotidianamente a ella para com-prender, es afilada y patológica en
sus embestidas contra el des-precio, pero en diversa medida, nos proporciona
unos sistemas que nos permiten organizar lo que percibimos, que, sin un mínimo
sistema, carecería de sentido»[10].
*
Tenemos, pues, una absorción
evolutiva de las formulaciones románticas (y post-románticas) pero situadas a
un nivel distinto. Así, estos escritores, dentro de la tradición norteamericana,
adoptan la tradición romántica de lo sublime, «pero dentro de una cultura
postmoderna que no respeta las oposiciones románticas entre mente y máquina,
naturaleza orgánica y construcción humana»[11]. Ese no respeto responde directamente a los
modelos decimonónicos del idilio interrumpido. La literatura y la filosofía
decimonónicas toman por primera vez, como principio, la ruptura de límites
habitables. Es decir, Whitman o Emerson observaron desde su romanticismo
adoptado la
posibilidad de esa unidad, de ese no respeto a la oposición mente-máquina-naturaleza.
Whitman ya cantó
a esa posible unicidad que, siendo extendida en el marco de las nuevas
realidades tecnológicas, aparece ya no como deseo o posibilidad, sino como
efectividad. El cuerpo eléctrico de Whitman es ahora el cuerpo biónico de la ficción. Es decir, la proyección romántica
decimonónica, esa proyección que toma la idea de que el tren sea igual de
legible que la naturaleza (Thoureau), se cumple en el transcurso de la literatura y la ficción
postmodernas. «La ciencia y la tecnología ofrecen formas que permiten ver
claramente cosas»[12], escribe McElroy. En este ver
claramente cosas
unido a la revisión de la conciencia, hallamos uno de los posos románticos
posteriormente desarrollados. Por eso hablamos de proyecciones románticas (cyberpunk) como puntos utópicos
que tienden a “cumplirse” (escenificarse reticularmente). La narrativa
norteamericana toma su tradición y la extrema[13]. Así, en efecto, lo que Tabbi denomina
perdida de respeto
puede a su vez ser visto como cumplimiento. Un cumplimiento, en este caso, que la literatura de
ciencia-ficción en una especie de viaje iniciático retoma de su pasado. Y, así,
Jameson se permite señalar que «donde mejor se observa hoy este proceso de
figuración es en un tipo de literatura contemporánea de evasión […] en la que
las narraciones despliegan los circuitos y las redes de una supuesta alianza
informática universal. […] Estas narraciones han cristalizado recientemente en
un nuevo tipo de ciencia ficción llamada cyberpunk, que es una expresión de
realidades empresariales transnacionales tanto como de la propia paranoia
global»[14]. Es el ciberpunk el punto extremo
en el desarrollo de una ficción tecnológica que recoge en esencia los motivos
de ese nuevo romanticismo, conformando un modelo abierto y condensador del
llamado sublime tecnológico americano. Si David E. Nye analiza los modelos sublimes de
naturaleza/tecnología, no se acerca a las posibilidades de las nuevas tecnologías,
ni a su mejor expresión en el ámbito de la ficción. La ficción es así útil para
alcanzar un nuevo estadio más allá de los escenarios analizados, e igualmente
son valiosas las ficciones en tanto que permanecen con nosotros, junto a
nosotros, al borde mismo del cambio.
*
Al inicio expusimos el sentido de secularización
que acompaña a
ciertos niveles artísticos e intelectuales desde las orillas temporales del
romanticismo. Evidentemente esta secularización implica o afecta a los
elementos conceptuales y categoriales que sobreviven —en menor o mayor medida—
en el “útero” de los movimientos histórico-culturales. Así, junto a secularización, otra palabra importante en la
altura de las nuevas tecnologías será la de absorción en el sentido revisionista ya señalado. Se absorben, se
retoman las categorías, que ya no son entidades cerradas o sometidas a una única
perspectiva. Así, como es de sospechar, lo sublime sobrevive (otra palabra fundamental)
a las diferentes absorciones o asimilaciones: desde el cómic a la arquitectura,
pasando por la poesía y el cine; y lo hace mutando, zigzagueando y contagiando
su amplitud. Este sentido aplicable a diferentes lugares y perspectivas es el
propio de la revisión norteamericana, tal y como supo ver Elisabeth McKinsey.
Por su parte Rob
Wilson, ciñéndose a elementos poéticos sitúa la sublimidad contemporánea en una
secularización destructora, esto es, en una llamada a su propio cataclismo; y
se pregunta: «Si lo sublime romántico tras la teorización de Kant y Hegel viene
a representar una tensión dialéctica entre alguna “magnitud cuantitativa” de la
naturaleza y la resistencia de la mente para tal prepotencia a través de una
estrategia verbal y cognitiva de auto-trascendencia, ¿cómo puede un “sublime
poético” superar o sobrevivir al sublime nuclear?»[15]. Con esta fórmula sublime
nuclear trata
Wilson de ponernos sobre la pista de una de las posibles (y efectivas)
derivas/mutaciones de lo sublime (en el pórtico de las llamadas nuevas tecnologías).
Es decir, cuando la destrucción total es posible, está ahí (y ejemplos literarios y fílmicos
abundan en este sentido), lo sublime no puede experimentarse del mismo modo natural que acontecía en el mundo romántico
e ilustrado. El concepto de distancia que tanto Burke como Kant esgrimieron como esencial para
lo sublime, se rompe. No es posible la distancia con respecto a la destrucción
dado que ésta puede acontecer en cualquier momento, en cualquier espacio; somos
nosotros. El carácter destructivo de lo sublime no es un aparte, sino que puede
ser. Y el estar
inmerso en un
sublime rebajado/destructivo es la noción esencial que podemos manejar.
La posibilidad de la
destrucción recorrerá entonces las líneas de una sublimidad que tiende las
redes hacia la ficción. Y, como bien señala Frank Kermode, «las ficciones, y en
particular la ficción del Apocalipsis, se convierten fácilmente en mitos»[16]. William Carlos Williams, hacia
1950, hablaba ya de ese final: «La bomba pone fin a todo esto»[17]. Mito y sublimidad, engendran
igualmente la posibilidad de una ficción en la era tecnológica. En el terreno
de la literatura lo sublime recoge el peso de toda la tradición norteamericana.
Un poeta como Allen Ginsberg (curiosamente paisano tanto de William Carlos
Williams como de Robert Smithson) en Oda Plutoniana
reescribe este modelo de sublimidad (ironizando también con el romanticismo
optimista de Whitman[18]).
Escribe: «¡Padre
Whitman celebro una sustancia que convierte al Ser en olvido! / Gran Sujeto que
aniquila manos entintadas creaciones de páginas, inspiradas Inmortalidades de
viejos Oradores. / Inicio vuestro cántico, boquiabierto exhalando al espacioso
cielo sobre silenciosas fábricas en Hanford, Savannah River, Rocky Flats,
Pantex, Burlington, Albuquerque. / Aúllo a través de Washington, Carlonina del
Sur, Colorado, Texas, Iowa, Nuevo Méjico, / donde los reactores nucleares crean
una Cosa nueva bajo el Sol, donde las fábricas de guerra de Rockwell construyen
ese gatillo de materia letal en baños de nitrógeno / Hanger-Silas Mason compone
el aterrorizado secreto del arma por docenas de millares, & donde el Monte
Manzano presume de almacenar / su temible podredumbre a través de doscientos cuarenta
milenios mientras nuestra Galaxia se distiende en espiral en torno a su
nebuloso núcleo»[19]. A través de estos versos
Ginsberg ha revelado el sentido mitológico de la nueva realidad a partir de una
reescritura consciente de su propio padre romántico. De las maravillosas praderas de
Whitman hemos pasado al hedor del fin en la era nuclear, donde el ser se
convierte en olvido.
Lo que en Whitman era optimismo en Ginsberg es posibilidad de fin, pero en esencia posibilidad, de
donde habrá de surgir un nuevo ser. Para los poetas de la era nuclear, como ha apuntado Carolyn Forché,
hay una profunda inadecuación con respecto a su propio lenguaje, en el espacio
de su raíz metafórica o incluso representativa. Hay una imposibilidad (sublime)
para representar poéticamente ese fin; «no hay metáfora para el fin del mundo y
es horrible estar constantemente en su busca»[20].
W. C. Williams en su
libro Paterson desarrolla
una especie de psicobiografía poética cuyo tema central es el átomo, la explosión. Al
inicio del libro cuarto escribe: «No tenías más de 12, hijo mío / 14, quizás,
la edad de bachiller / cuando fuimos, juntos / una primera vez para ambos, / a
una conferencia en el Solarium / en la parte alta del hospital, sobre fisión /
atómica […] / Aplasta el mundo, ¡a lo ancho! / —si pudiera yo hacerlo por ti— /
Aplasta el ancho mundo / un fétido vientre, ¡un sumidero! / ¡Nada de río! nada
de río / sino una ciénaga, un terreno pantanoso / se hunde en la mente o / la
mente en él, un ?»[21].La imagen de la catástrofe como
imagen del aplastamiento se convierte en hito del futuro en la mente del
presente. La imagen postnuclear crea un nuevo paisaje sublime, pero sin distancia,
donde los seres se convierten en olvido.
Tanto W. C. Williams
como Allen Ginsberg parecen retomar, con voz generacional, la expresión
emersoniana: ¿Dónde nos encontramos? Una formulación que a la altura de las nuevas tecnologías
parece resurgir bajo la sensación de tránsito y ficción. Y en este sentido Kermode ya había
señalado: «la ficción de la transición es nuestra manera de registrar el
convencimiento de que el final más que inminente, es inmanente»[22], nos acompaña.
[2] T.E. Hulme: «Romanticism
and Classicism», en Herbert Read: Speculations. Londres, 1936, p. 118. Citado
en M. H. Abrams, El romanticismo: tradición y revolución. Op. cit. p. 55.
[3] «En este sentido, el otro de nuestra sociedad ya no es en absoluto la Naturaleza,
como lo era en las sociedades precapitalistas, sino otra cosa», Teoría de la
postmodernidad. Op. cit., p. 54.
[4] Wallace Stevens, Aforismos
completos. Op. cit., p. 55. En Notas para una ficción suprema cada una de sus
partes responde a una necesidad para el desarrollo de la ficción: deba ser
abstracta, debe dar placer y debe cambiar.
[5] Frank Kermode, El
sentido de un final. Op. cit., p. 46. Kermode al respecto es claro: «Si olvidamos que las ficciones son invenciones
retrocedemos al mito», p. 48.
[6] Joseph Tabbi, Postmodern
Sublime. Technology and American Writing from Mailer to Cyberpunk. Op. cit., p. ix.
[7] Otra versión de la
ficción americana puede verse en Amy J. Elias: Sublime Desire: History and
Post-1960s Fiction. John Hopkins University Press, Baltimore, 2001. Tomando
como eje la obra de Sir Walter Scott, analiza el concepto de ficción e historia
que la novela postmoderna le debe.
[10] Marc Chénetier: Más allá de la sospecha. La nueva ficción americana desde 1960 hasta
nuestros días. Visor, Madrid,
1997, p. 154.
[13] Marc Chénetier: Más allá de la sospecha. La nueva ficción americana desde 1960 hasta
nuestros días. Op. cit., p. 21 y
ss.
[16] Frank Kermode: El
sentido de un final. Estudios sobre la teoría de la ficción. Gedisa,
Barcelona, 2000, p. 111.
[17] «The bomb puts an end / to all that. / I am reminded / that the bomb
/ also / is a flower / dedicated / howbeit / to our destructión».