Escribir
sobre poesía es como tratar de domesticar a una animal imposible de alcanzar.
Acercarse es, en realidad, girar a su alrededor. Cada palabra que empleas, cada
gesto que utilizas, te aleja cada vez más de un feliz estado de mansedumbre. Un
poema no tiene centro, no tiene un solo corazón hacia el cual debamos ir para
descubrir su elemento nutritivo. Escribir sobre poesía es, en ocasiones, como
despertarse en mitad de la noche buscando un poco de aire que respirar. A veces es tremendamente asfixiante. Y no me
refiero a realizar crítica literaria,
sino a escribir sobre poesía que, a
pesar de lo aparente, no tiene nada que ver. Escribir sobre poesía es algo así
como vivir la escritura del poema en
paralelo. La crítica penetra, la escritura sobre poesía trata de ponerse en
frente, o a su alrededor… Lo impenetrable del poema es la fuerza del poema. La
escritura sobre poesía es como una ampliación de las fronteras del poema. Por
eso, a veces, es tan difícil escribir sobre poesía y, a veces, tan fácil
(demasiado en ocasiones) hacer crítica de poesía. Decía María Zambrano que el
“poeta no toma jamás una decisión, es cierto. El poeta soporta únicamente este
vivir errabundo y como sin asidero”. Escribir
sobre poesía no es hacer crítica sino tratar de comprender ese lugar
sin-decisión que es el poema, es situarse cerca de la palabra del poeta para
comprender la tecnología o, mejor, la economía de ese sin asidero de donde viene el poema.
Volver para
escribir sobre poesía. Y volver después de leer, por ejemplo, Levante de Mircea Cărtărescu.
¿Cómo hablar de esta lógica imposible?
Levante dibuja sin concesiones
una nueva república. O quizá lo justo sea decir que es el poeta capaz de elevar
el poema a Estado Político. Su lenguaje es la imposibilidad misma de lenguaje
como instrumento lógico. En cualquier caso Levante
lo dejo para otro momento. Necesita otro momento. Necesita otra calma. Lo que
quería ahora es hablar de otras cosas. Quería hablar de poemas, de nuevo
poemas.
Escribir, por
ejemplo, sobre Doblez (Ediciones
Liliputienses) un libro en el que Silvia Terrón recoge la intensidad de la
mirada para depositarla en una precisa economía del lenguaje. Economía es la forma del poema. Un poema es
una forma de administrar el hogar, que es el lenguaje y en este sentido, el
poema es una forma de economía. Y el libro de Terrón recoge esta forma de
tensión lingüística. El poema organiza el hogar, el espacio de encuentro entre
el poeta y lo real. Así, la misión del
poeta es saber que el lenguaje es el camino, la forma económica desde la cual adentrarse en lo real para hacerlo estallar (lingüísticamente). La lógica
económica del poema es la forma desde la cual podemos cuestionar la otra lógica
económica, la del lenguaje dominante.
Recuerdo que Mario Perniola, en algún momento escribió la que para mí es,
a día de hoy, una de las mejores formas de entender esta economía que es el
poema: “[el poema] es la idea misma de la comunicación expresada en el contexto
de una estructura social en la cual el único lenguaje real es la mentira”.
Economizar no
es reducir, no es hacer menguar algo y al mismo tiempo obtener beneficio.
Economizar supone dar forma, distribuir espacios y tiempos, ejercer sobre el
lenguaje un orden del que desconocemos el sentido. Leemos a Terrón:
Hay un ruido que suena
por debajo de lo conocido;
La noche se esconde
mordiendo
su círculo de caña,
un chasquido verde
enciende una radio
-bocas desiertas, el respaldo del sillón
marca la misma sombra, indivisible.
Los objetos son siluetas de papel que se quiebran.
Siempre había algo que decir, un olor a piscina
empapaba la lengua de una languidez antigua.
Dentro se secan despacio
herbarios de frases
que giran y se expanden.
[…]
Terrón logra,
a lo largo de los poemas, una certera búsqueda de un lenguaje capaz de asumir
las deudas de lo visible. El poema organiza una forma de comunicación
diferente. No confundamos. Todo poema comunica. No existe la no-comunicación.
No confundamos comunicación con limpia y ordenada (o tramposa) transmisión de información.
Como indicaba Perniola, el poema es la
forma de comunicación que se desdobla, incluso se diluye y cuestiona la
lógica comunicativa que nos habla en nombre de lo racional. “Despojar / No ser el límite de lo certero /
Espacio que se objeta / Desnudar su cualidad / inédita”. Y así cierra el libro:
“Te invade / la elegancia / del paisaje / vacío. // Y abres / los ojos”. El
poema, por tanto, esconde una función ordenadora cuya estructura desconocemos.
Es una economía donde la decisión es invisible. El poeta no decide, señalaba
Zambrano. Quien decide es el lenguaje, el cual se ofrece al poeta no desde la
lógica (de ese lenguaje real de la mentira) sino desde su capacidad infinita de
irradiar sentidos. He ahí su economía a contrapelo. En el prólogo al libro de
Terrón, Mercedes Cebrián escribe con sutileza: “Silvia Terrón ha realizado una
importante intervención en el aquí y el ahora a través de la cantidad exacta de
palabras, de unos versos contundentes que cortan, que buscan –y logran–
abarcarlo todo”. A lo que añade un verso clave: “la expansión / del laberinto
hasta convertirlo / en burbuja”. Laberinto y burbuja como formas de pensar el
acto de conectar el lenguaje y lo real.
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si es por caer
todos hemos caído
las plantas han caído
ha caído mi corazón
hay un momento en esta cama donde caemos del sueño
y somos musgo y masa carnosa
y somos ciruelos –capullos y mermelada
entonces despiertas –caes y despiertas
el sueño es una metáfora de un avión que llueve saltos a la
nada
[…]
Comienzo a
leer Mil novecientos violeta (El
Gaviero ediciones). Este poema abre el libro. Fue escrito por Maximiliano
Andrade, poeta chileno nacido en 1990. Volveré entonces, más tarde, en otro
momento, sobre este libro, donde, de pronto, encuentro poetas de los que es
necesario hablar desde otro horizonte, pero que poseen su particular economía.
Volveré sobre ello. Ahora David Teles
Pereira (Portugal, 1985) lo deja apuntado:
[…] En el fondo, es de esto de lo que la poesía trata,
hacer de la ausencia papel y con ojos de tempestad
trazar las fronteras del horror en la tierra,
vientre hueco que no hereda más que huesos […]
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Escribir,
otra vez, sobre poesía…