jueves, 30 de julio de 2009

VACACIONES DE MUERTE Y PLAYA (3): CEMENTERIO ALEMÁN


La Cambe es, en apariencia, un pequeño pueblo costero del norte de Francia que vive, fundamentalmente, de la agricultura. Se sitúa en la región de Baja Normandía. Allí se degusta un fantástico licor de Calvados. Es un pueblo tranquilo, con una tranquilidad que roza la tristeza. Una tranquilidad apenas interrumpida por el ruido de un motor lejano. Todo esto en apariencia. La Cambe esconde una especie de secreto, de lugar apartado y reservado. La Cambe vivió en sus carnes la segunda guerra mundial. Muy cerca, a escasos kilómetros, se hallan las conocidas playas de Utah y Omaha. Sin embargo, La Cambe no es conocido por actos de batalla, sino por el resto de esa batalla, por su cementerio. De los cerca de doscientosmil soldados alemanes que murieron por aquella zona, más de diez mil descansan en el cementerio de La Cambe. Un cementerio que ejerce sobre el visitante una extraña sensación. Al entrar en el cementerio, por un pórtico de piedra y metal austero, se accede a un estrecho pasillo, a ambos lados de éste se hallan dos pequeñas salas, en una de ellas hay un par de sillas mientras que en la sala de la derecha encontramos en una de sus paredes la inscripción “Aquí reposan los soldados alemanes”, en la pared de enfrente una mesa y sobre ella un cuaderno abierto para que los visitantes dejen su impresión o su recuerdo. El día que lo visité había algo más. Alguien había colocado un folio plastificado pegado a la pared. En esa hoja había un texto en alemán y una foto de un joven con uniforme militar. El cartel decía así: “¿Alguien sabe dónde está este soldado? Friedrich Hilgenfeldt, caído el 8 de junio de en Anguerny”. ¿Por qué seguir buscando a alguien 65 años después? Tuve la tentación de investigar el asunto, pero desistí. Luego entré en el cementerio, y la imagen era desoladora. Una extraña sensación invade a todo el que entra en él. Uno sabe que son nazis, que era la peor parte de eso que llamamos humanidad, y sin embargo algo sobrecoge. Sobre todo cuando uno observa las tumbas, escuetas cruces sobre la tierra. Sólo el nombre, fecha de nacimiento y de muerte. Apenas unos pocos de los que pude ver pasaban de los veinte años. Toda una generación alemana muerta. Sólo en ese cementerio, diez mil de los doscientos mil muertos. La mayoría de las tumbas coincidía: nacido en 1926 muerto en 1944. Otras, simplemente: “un soldado alemán”.


vista de una pequeña parte del cementerio

vista a ras de suelo

pablo caminando entre las tumbas de los soldados alemanes



¿dónde está Friedrich Hilgenfeldt?

un soldado alemán


jueves, 23 de julio de 2009

VACACIONES DE MUERTE Y PLAYA (2)

En nuestra ruta de muerte y playa, y mientras iba corrigiendo y revisando de hotel en hotel, de playa en playa, el libro, nos detuvimos varios días en Bayeux. Desde esa ciudad pensábamos visitar las playas del desembarco, donde tantos soldados murieron así como los cementerios de La Cambe y Colville sur Mer. Lo curioso fue que no contábamos con que el hotel donde nos quedábamos, un lujoso Chateau a las afueras de Bayeux, incluyese su peculiar historia, de la que nos enteramos cuando ya estábamos deshaciendo las maletas. Este Chateau fue sede militar de los Nazis durante la invasión alemana. La verdad es que un pequeño escalofrío nos entró al adivinar este hecho. Y lo cierto es que estéticamente el lugar delataba su terrible pasado. Al asomarnos por la ventana, gruesos y centenarios árboles nos saludaban, e imaginábamos —según nos contaron— cómo cientos de soldados murieron a sus pies, donde ahora una pareja inglesa se daba el lote.

vista exterior

vista interior


Salimos del hotel y nos fuimos a Arromanches a darnos un baño entre los restos de la batalla, entre los restos de lo que fue el conocido Puerto Prefabricado que los aliados colocaron para llevar a cabo parte del desembarco.

mi hijo Pablo a punto de darse un cahpuzón entre los restos del desembarco, puerto prefabricado, Arromanches. Playa de Gold.


martes, 21 de julio de 2009

VACACIONES DE MUERTE Y PLAYA (1)


Para el otoño, posiblemente, aparezca un nuevo libro. No tengo título aún definitivo (últimamente me pasa) y es un experimento donde mezclo géneros. No es exactamente una novela. No es exactamente un libro de poemas o un poema extenso. No lo tengo claro. Lo publicará una nueva editorial. Bueno, la cosa es que, como en el libro hay un solo tema: la muerte, para darle el toque final al libro decidí ir con la familia de turismo funerario y playero. Es decir, fundir muerte y baños. Después de investigarlo decidimos que el lugar ideal era Bretaña y Normandia. Hace tiempo que aguardaba el deseo de visitar la tumba de unos de esos escritores que leo sabiendo que nunca acabaré de leerlo: Chateaubriand. Sabía que la tumba de Chateaubriand se hallaba en una isla frente a Saint-Malo, llamada Grand-Bé. Esta isla es la que Chateaubriand veía desde su estudio. Bien, a esa isla sólo se accede cuando la marea baja lo suficiente y puedes pasar andando, el resto del tiempo está incomunicada. Estuvimos así esperando el momento adecuado, como piratas al abordaje, que la marea estuviese baja para visitar la tumba de mi admirado Chateaubriand. La tumba, como buen romántico que era, está al borde de un enorme acantilado. Después de ver la tumba, nos desvestimos y nos dimos un buen chapuzón.


inscripción junto a la tumba

la tumba


el camino

jueves, 9 de julio de 2009

DOS DÍAS EN VAGAR Y LOS BOTINES SANDALIA

Dos días en Vàgar. En Vàgar no hay hotel o al menos eso me dijeron. Antes de llegar contraté un par de noches en casa de la familia Torsen, muy cultos y reservados. En dos días apenas les he oído hablar. Me he despedido de ellos. Lo cierto es que en estas islas lo único disponible es tiempo y paisaje. Vàgar fue importante durante la segunda guerra mundial. Por aquí desfilaron buena parte de las tropas inglesas. Fueron las tropas británicas las que construyeron el aeropuerto. Durante la guerra la población militar fue de unos cuatro mil soldados. Hoy la población ronda los tres mil. Según cuentan la isla tiene forma de cabeza de perro, eso me dijo uno de los pocos tipos que balbuceaba español en el bar del aeropueto, el mismo que se enorgullecía de haber matado delfines en la costa, con un gesto viril. Los feroeses son tremendamente reservados con los extranjeros, lo descargan todo, parece, con las ballenas y delfines. En Vàgar hay tres barrios tranquilos, demasiado tranquilos. Aquí todo el mundo es tan serio que es inquietante, como si ocultaran todos un muerto en el sótano o un oscuro secreto necesariamente sanguinario. He alquilado un peugeot 207. Me apetecía sentirme como en casa. Vàgar se conecta con la capital de las islas, Tórshavn, a través de un moderno y claustrofóbico túnel construido bajo el mar, por el que apenas transitan coches, o esa impresión me dio. A los pocos minutos me hallaba ya cerca del hotel Foroyar, donde pasaré los próximos días. Vistas impresionantes. Muy chic. En cualquier caso los feroeses no dejan de parecer extraterrestres. Me voy a dar un paseo. (Aquí algunos hombres llevan unos extraños botines con la punta descubierta, ¿botines sandalia? He de averiguar este hecho)



lunes, 6 de julio de 2009

De viaje. Llegada a Vàgar.

Atlantic Airways es el patrocinador oficial de la selección de fútbol de Islas Feroe. De eso es quizá de lo primero que te enteras cuando accedes al avión que con destino a Vàgar (Islas Feroe) sale desde Londres. En el avión se sienta a mi lado un anciano francés que huele a repollo. Su voz es pastosa y no soy capaz de entenderlo. Hace frío. Despegamos desde Londres a las tres de la tarde. La duración del vuelo es de dos horas, dice en un suave inglés una de las azafatas. A las cinco una enorme bandera de las Islas Feroe nos da la bienvenida en el aeropuerto de Vàgar. Nos avisaron de que el aterrizaje en la isla sería complicado, y así fue. Acabo de aterrizar y escribo desde la cafetería del aeropuerto de Vàgar, pequeño pero lleno de vitalidad. Su disposición cerca del mar me recuerda mucho al aeropuerto de Santander. En unos minutos me darán el coche que he alquilado para estos días. Tengo la cartera con unas cuantas coronas feroesas. En realidad, la corona feoresa es una triste forma de creerse independientes ya que la corona feroesa es igual que la corona danesa, en realidad estas islas dependen directamente de Dinamarca. Según me cuentan un euro son siete con cuarenta y cinco coronas. Al otro lado de la ventana, un tipo rubio, estilizado y tímido, saca el coche que he pedido.


(aterrizando en Vàgar)

(imagen del aeropuerto de Vàgar)