Dos días en Vàgar. En Vàgar no hay hotel o al menos eso me dijeron. Antes de llegar contraté un par de noches en casa de la familia Torsen, muy cultos y reservados. En dos días apenas les he oído hablar. Me he despedido de ellos. Lo cierto es que en estas islas lo único disponible es tiempo y paisaje. Vàgar fue importante durante la segunda guerra mundial. Por aquí desfilaron buena parte de las tropas inglesas. Fueron las tropas británicas las que construyeron el aeropuerto. Durante la guerra la población militar fue de unos cuatro mil soldados. Hoy la población ronda los tres mil. Según cuentan la isla tiene forma de cabeza de perro, eso me dijo uno de los pocos tipos que balbuceaba español en el bar del aeropueto, el mismo que se enorgullecía de haber matado delfines en la costa, con un gesto viril. Los feroeses son tremendamente reservados con los extranjeros, lo descargan todo, parece, con las ballenas y delfines. En Vàgar hay tres barrios tranquilos, demasiado tranquilos. Aquí todo el mundo es tan serio que es inquietante, como si ocultaran todos un muerto en el sótano o un oscuro secreto necesariamente sanguinario. He alquilado un peugeot 207. Me apetecía sentirme como en casa. Vàgar se conecta con la capital de las islas, Tórshavn, a través de un moderno y claustrofóbico túnel construido bajo el mar, por el que apenas transitan coches, o esa impresión me dio. A los pocos minutos me hallaba ya cerca del hotel Foroyar, donde pasaré los próximos días. Vistas impresionantes. Muy chic. En cualquier caso los feroeses no dejan de parecer extraterrestres. Me voy a dar un paseo. (Aquí algunos hombres llevan unos extraños botines con la punta descubierta, ¿botines sandalia? He de averiguar este hecho)
1 comentario:
Entre las fotos y lo que has escrito y la extraña atracción que esas islas siempre me han producido, creo que tengo que ir planeando un viaje a ese lugar. Me has convencido.
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