martes, 24 de agosto de 2010

“SOBRE UNAS RUINAS ENCONTRADAS” (La garúa libros), DE PABLO LÓPEZ CARBALLO

Las palabras tienen algo de tectónico, de movimiento contagioso capaz de hacer saltar por los aires eso-que-estaba-ahí. Ésta podría ser la lección que extraemos del primer libro de Pablo López Carballo titulado, muy acertadamente, Sobre unas ruinas encontradas. Porque, ¿cuáles son esas ruinas con las que el poeta se encuentra o sobre las que el poeta se nos presenta? En primer lugar podríamos decir que se trata del lenguaje. El proceso de construcción poético que nos presenta es el siguiente: la aceptación de la ruina del lenguaje, pero una ruina que no es fin de nada sino punto de partida. Esa ruina del lenguaje no es la destrucción del sentido, sino la búsqueda de un sentido siempre inalcanzable. Podríamos decir que recupera aquella idea del narrador John Cheever quien consideraba la destrucción como el punto de partida de la imaginación. Ahora bien, la destrucción, la ruina que hallamos en este libro nada tiene que ver con un nihilismo estético inútil ni con una melancolía sensiblera por lo perdido. Muy al contrario, estas ruinas son siempre indagadoras. De ahí que si el lenguaje es la ruina desde la que construye, ese mismo lenguaje se anuda hábilmente con una mirada capaz de hacer ver de nuevo. El acto de mirar, de buscar incansablemente, sería uno de los personajes protagonistas del libro. “Pretexto del ojo” se titula la primera sección del libro. El ojo es el que percibe e intuye la realidad antes de darle una cerrada forma racional. El ojo como animal que trata de someterse sólo a sus instintos. Así lo vemos en versos como “Mirar hacia dentro del poema / hacerlo tropezar eso es vertical / o casi”. Ésta era una vieja pretensión romántica: ver por vez primera, con los ojos del niño. Sin embargo, la inocencia de esta pretensión ya no es asumible. No es posible ni recomendable el retorno a lo adánico. Lo suyo, por el contrario, es un romanticismo manchado de realidad, de pretextos. Curiosamente acude a nombres como Wallace Stevens y su poema “Lo sublime americano”. Stevens fue un maestro en la reinvención de lo romántico. Escribía Wallace Stevens: “El poeta romántico hoy día es alguien que vive en una torre de marfil”, pero esta torre tiene “singulares vistas a vertederos públicos y a los letreros luminosos de las Salsas Snider, del Jabón Ivory y de los coches Chevrolet; es un ermitaño que vive solo, en compañía del sol y de las estrellas, pero que reclama que le sirvan el infecto periódico”. Así el poeta no se encierra en la mirada sino que, como dibuja en la segunda sección, “Lo glacial”, el paisaje y la posibilidad de su captación plena, son los protagonistas. Mirar hacia fuera. En esta segunda sección la mirada, el ojo como herramienta sale de caza. La tercera sección, “Corriente”, como si de un proceso dialéctico se tratase, nos vuelve a situar en la órbita del ojo. Se trataría como de un efecto boomerang. Pero el retorno del viaje ha transformado al sujeto que mira. Por ello, el poema que abre esta tercera sección dice así: “Mirarse de nuevo crear / hacia el exterior desconocerse / en aparente principio /continuar abandonarlo salir / volver a entrar recibir al viento / cambiar de piel y de ojos / otro color otra espesura / el rastro: así nacen los desiertos”. Podría leerse este libro de Pablo López Carballo como un libro de viajes, donde no hallamos anécdotas sino indagaciones sobre la mirada y construcción de la realidad desde el lenguaje. Y, claro está, el lenguaje como protagonista obliga al poeta a establecer con él un diálogo diferente, tratando de hallar en cada poema esa frontera entre el decir y el ocultar. Un libro repleto de hallazgos, de un delicioso ritmo sincopado, de situaciones donde el lenguaje se mueve como un ojo pero no para reproducir lo que ve sino para dibujarnos el propio acto de mirar.

(publicado aquí)

sábado, 7 de agosto de 2010

GIROS CRÍTICOS Y LIRISMO


Hace ya algunas semanas Laura Revuelta, crítica de arte del ABC, para hablar del cambio sufrido por el MUSAC en los últimos tiempos, y queriendo poner como ejemplo el proyecto Proforma realizado en dicha institución, afirmaba lo siguiente: “Como ejemplo, valga el proyecto que marca este giro de trescientos sesenta grados, Proforma, que ocupó sus salas en los primeros meses de este año” (http://www.abc.es/20100701/cultura/culturalarte-201007011708.html). ¿Cómo? ¿Un giro de trescientos sesenta grados? ¿Quería decirnos que el MUSAC hace lo mismo que siempre? Dar un giro de 360º, tal y como se suele aprender en la escuela, es quedarse uno como estaba. Es sólo un ejemplo. Pero en muchos sentidos ese giro de 360º lo vemos cada semana en los suplementos culturales. Decir lo mismo, sin decir nada. Volver sobre lo mismo, con las mismas palabras. Insisto, es sólo un ejemplo. Veamos otro. Recientemente (ABC cultural, 31 de julio de 2010, p. 27), de nuevo, Laura Revuelta ha hablado de uno de los espacios, recién clausurados, de la última edición de Artesantander, una feria que comienza a desprenderse de cierta aura de ranciedad que teñía, como una gruesa capa de caspa, ediciones anteriores. El espacio del que ha hablado Laura Revuleta es el comisariado por otro crítico, Oscar Alonso Molina, dentro de la feria. Bajo el título Contar historias, el crítico tratar de empastar una serie de proyectos de diferente interés. Se trata de piezas de Regina de Miguel, Anne Lisse Coste, Juan Carlos Bracho, Jesús Zurita, Nati Bermejo, Philipp Fröhlich y Kristoffer Ardeña. Lo más curioso es cuando habla de la obra de este último (con la galería Oliva Arauna). Su trabajo Walk in My Shoes muestra una serie de zapatillas deportivas esparcidas caóticamente por el suelo. Supuestamente se trata de las zapatillas con las cuales el artista “ha tirado millas”. En su interior ha plantado semillas de soja con el deseo de que florezcan. En realidad me parece un trabajo bastante poco interesante y una forma más de establecer discursos vacuos sobre soportes bastante kitsch. Lo curioso no es la obra sino la adjudicación de valores líricos por parte de la crítica. Escribe: “La lírica de Kristoffer Ardeña (este artista siempre es lírico aunque cueste pillarle el discurso que él se empeña en no querer contar) se resume en un montón de zapatillas con las que el artista ha tirado millas y en cuyo interior ha plantado unas semillas de soja”. Analicemos el concepto de lirismo. ¿Lo lírico y lo poético de esta pieza reside en que “cuesta pillarle el discurso”? ¿Cómo es eso? Más aún, su lirismo, nos dice, reside en unas zapatillas utilizadas como maceta. Eso es la poesía y el lirismo según la crítica. ¿El lirismo es cuando uno habla de sí mismo y no da las pistas? Demasiado simple y demasiado tramposo, creo. ¿El no tener ni idea de la obra es su factor lírico? Parece que cuando la crítica de arte no sabe qué decir de una obra o si en esa obra aparecen algunos símbolos o elementos telúricos, tierra, una planta, o alguna frase de resonancias misteriosas (o cursis, que es lo habitual, o trágicas o enigmáticas tipo Celan) enseguida surge la expresión “poético”, “lírico”, como si con ese giro se rellenase algún tipo de vacío existente tanto en lo artístico como en la crítica. O lo que es peor, se salvase la obra. Es decir, la ausencia de conceptos parece afectar, cada vez más, tanto a la crítica como a la creación, aunque en la primera el tema sea ya acuciante e irrisorio, en algunos casos.