1.
"Transportémonos a una
comarca solitaria; el horizonte es infinito, el cielo aparece sin nubes; ningún
soplo de viento agita los árboles ni las demás plantas; no hay animales, ni
hombres, ni aguas vivas; reina el silencio más profundo; semejante paisaje
invita a lo serio, a la contemplación, al olvido de toda voluntad y de sus
miserias; pero esto da también a aquel paisaje donde dominan la soledad y el
silencio cierto matiz de sublimidad. Pues como la voluntad, ávida siempre de
desear y de adquirir, no encuentra objeto alguno favorable ni desfavorable, no
queda más que el estado de contemplación pura. [...]Este género de sublimidad
es el que caracteriza la belleza bien conocida de las praderas sin fin de la
América del Norte”. De este modo, definía Arthur Schopenhauer la experiencia de lo
sublime en el paisaje americano. Aunque en realidad, más que dar una definición
de ese paisaje, estaba definiendo una actitud determinada hacia el mismo. Así,
ese paisaje a lo que invita es a ser trascendido incitando, a su vez, a la
contemplación, a la seriedad, a la meditación y, por supuesto, al lenguaje. De
un modo altamente sugerente Schopenhauer define no el paisaje americano sino la
actitud del pensador que ha de germinar o que ha de hacer brotar su pensamiento
de esa tierra. Por eso son de tanta importancia los fragmentos que Schopenhauer
brinda al paisaje americano. El paisaje alegoriza el pensamiento. ¿Qué pensador
ha de dar una tierra así? La respuesta la podemos hallar en dos nombres: Ralph
Waldo Emerson y Henry D. Thoreau. En 1837 (año en que se inicia este Diario de Thoreau) pronuncia Emerson una de las
conferencias clave para entender el nuevo pensamiento americano, me refiero a “El intelectual
americano”. El objetivo es claro: es necesario no sólo construir un país nuevo
sino también un nuevo modelo de pensamiento acorde a esa realidad en expansión.
Es necesario diseñar un nuevo campo de batalla para el pensamiento, un nuevo
territorio que mire hacia su presente y hacia el futuro, y no hacia el pasado y
sobre todo que no mire hacia Europa. En cierta medida la apuesta de Emerson es
oponer la figura del intelectual americano al filósofo europeo. En ese texto lanza el mensaje:
“Permítanme recomenzar”. Y ese recomienzo exige tomar distancias con respecto a
Europa y su tradición (o parte de ella, ya que la influencia de Coleridge o
Carlyle es importante). Según Emerson, Estados Unidos “es un poema ante
nuestros ojos, su inmensa geografía deslumbra la imaginación y no puede esperar
más a ser compuesto”. [Aquí he desarrollado más a fondo el tema: http://www.eusal.es/index.phppage=shop.product_details&product_id=14972&option=com_virtuemart&Itemid=78]
2.
Para Emerson es clave entender el
paisaje en clave discursiva. El paisaje es lenguaje y desde él es posible construir
un modelo de pensamiento. Lo tiene claro en cada uno de uno de sus ensayos. En
“El intelectual americano” también señala: “[lo cotidiano, lo humilde, lo vulgar]
que había sido pisoteado descuidadamente por quienes se enjaezaban y
aprovisionaban para largos viajes a países lejanos [...] No pido lo grandioso,
lo remoto, lo romántico; no pregunto por lo que se hace en Italia o Arabia
[...] me siento a los pies de lo
familiar, de lo humilde y lo exploro.” Frente al exotismo del viaje ilustrado,
Emerson considera lo familiar como el territorio para inaugurar el pensamiento. En este
sentido, el libro de Stanley Cavell (uno de los grandes pensadores
norteamericanos actuales) En busca de lo ordinario, sostiene que la apuesta de
Emerson y de Thoreau, a la hora de diseñar una nueva filosofía, es clave para
acercarse a su obra. Para Cavell, Emerson y Thoreau pretenden erigir un nuevo
pensamiento para un nuevo territorio, y para llevar a cabo ese proyecto no
valen las viejas filosofías europeas. No tener en cuenta esto provoca
malentendidos. ¿Por qué nos cuesta tanto en Europa ver a Emerson o Thoreau como
filósofos? Por varios y complejos motivos. Para Cavell la filosofía europea
está empeñada en diseñarse bajo el mapa del sistema y del argumento alejándose
de lo literario. O dicho de otra forma, en Europa hay un tronco común entre
ciencia y filosofía, mientras que en Estados Unidos la filosofía propuesta por
Thoreau y Emerson se emparenta directamente con la literatura. (Aunque esta no
es la única perspectiva. Véase el impresionante El club de los metafísicos de Louis Mennand, para entender el pensamiento americano
desde otra perspectiva). En un momento dado Cavell lo escenifica a la
perfección. Para Cavell, lo que, por ejemplo, supone Hölderlin para Heidegger,
lo representa Thoreau para sí mismo. Y esto es fundamental. Asume Thoreau un
pensamiento marcadamente fundacional, a modo de nuevo Parménides para un nuevo pensamiento, siendo él mismo (para sí mismo)
Parménides y Platón. “Nosotros no tenemos que poner los cimientos de nuestras casas sobre
las cenizas de un civilización anterior”, escribe Thoreau en sus Diarios (idea que reaparecerá, por
ejemplo, en algunos escritos del expresionismo abstracto americano, como en
“The sublime is now”, de Barnett Newman). Es por ello que los Diarios han de entenderse como auténticos
tratados para un nuevo territorio filosófico. Escribe Cavell: “Decir que
Emerson y Thoreau “descubrieron” la filosofía para América es decir, entre
otras cosas, que al enseñar a la nación que la filosofía es, y cómo es que es,
nacer al pensamiento, demuestran cómo ha de ser traído el pensamiento a estas
tierras […] lo que en el libro de Thoreau significa cómo ha de convertirse en
dar cuenta”. Filosofar como dar cuenta, esa es la labor filosófica de Thoreau en estos Diarios. Y ese dar cuenta se aleja de las
pesadas concepciones tales como la necesidad teleológica de crear un argumento. Para Thoreau, y el Diario es una maravilla en este sentido,
es salirse de las líneas marcadas por el concepto de argumentación lo que nos
impulsa a la filosofía (y al paisaje). El paisaje carece de argumento o, mejor,
el paisaje es el argumento de sí mismo, y eso es la filosofía. La filosofía es dar
cuenta de un presente
y de un paisaje, que al mismo tiempo se crea en el lenguaje. Por ello, Cavell
sostiene que para Thoreau “aunque filosofar sea un producto de leer, la lectura
en cuestión no es especialmente de
libros, no es especialmente de lo que entendemos por libros de filosofía. La
lectura lo es de cualquier cosa que esté ante ti”. Y es esta una enseñanza que
Thoreau transmite a una larga tradición de escritores y artistas
norteamericanos de generaciones posteriores. Filosofía es lenguaje y es
paisaje, pero sobre todo es literatura.
Otro caso. Por
ejemplo: N. Hawthorne. Hawthorne, a su modo, trata también de dar cuenta: «Un espacio no muy hondo
—escribe— entre los bosques que lo rodean por todas partes, y que es casi
circular, u oval, de unos doscientos o trescientos metros (quizá cuatrocientos
o quinientos) de diámetro. Esta temporada da una espléndida milpa, bien alta ya
y llena de campanillas, ocupa casi la mitad de la hondanada; y es como el
regalo de una pródiga naturaleza». Este es el tono inicial de su descripción de
Sleepy Hollow,
cercano a una plasmación bucólica del desarrollo del paisaje. Y así prosigue,
detalladamente, estableciendo vínculos precisos y emocionales con el espacio
natural. La delicadeza virgiliana de los sonidos y del paisaje de ese bucólico Sleepy
Hollow se rompe
por un vivo contraste. “He aquí —escribe— el silbido de la locomotora: el largo
grito, áspero entre las demás asperezas, pues la distancia de un kilómetro o
dos no puede moldearlo en armonía. Nos habla de hombres atareados, de ciudadanos,
de la calle cálida, que han venido a pasar un día en un pueblo rural, de
hombres de negocios; en resumen: de todo el desasosiego, y no es extraño que
lance ese grito asombroso, puesto que trae su ruidoso mundo al seno de nuestra
paz tranquila. Y cuando nuestros pensamientos hallan reposo de nuevo, tras esta
interrupción, nos encontramos contemplando las hojas y comparando su aspecto
diferente, la hermosa diversidad de verdes...”
3.
No se puede separar la filosofía de la literatura como
quien separa una tira de celo de aquello a lo que está pegado. No son dos
instancias separadas y estos Diarios dan buena cuenta de ello. Los Diarios, cuyo tema no es el paisaje o la
naturaleza a secas, sino que por detrás y por encima está la necesidad de dar
forma a un pensamiento, no se desenvuelven bajo la forma de un argumento o
deducción que tarde o temprano nos trasladan al clímax de una conclusión o
corolario. No. Más allá de eso puede leerse este Diario como la sucesión de momentos donde
el lenguaje va abriendo espacios, realidades, modos… No hay existen aprioris. Escribe Thoreau: “Me vine aquí
para encontrarme cara a cara con las realidades de la vida, con los hechos
vitales que, como fenómenos o actualidad, los dioses quieren mostrarnos. La
vida, ¿Quién sabe qué es y qué hace? Aunque no esté del todo bien aquí, estoy
menos mal que antes. Y ahora, veamos qué nos trae”. En este sentido, desde mi
punto de vista, lo menos interesante está en tomar al pie de la letra los datos
vitales que deja caer a lo largo de los diarios. Al contrario, creo que esos
datos están para generar nuevos caminos, incluso para confundirnos. ¿Qué es
aquello que nos puede traer la vida? Pongamos un ejemplo, casi al azar. El 31
de diciembre de 1853. Allí nos describe cómo Walden se heló completamente por
la noche, quedando todo el terreno oculto bajo un manto blando. Caminó sobre la
nieve y halló el rastro de una nutria, a la que siguió. “La criatura, a cada
rato, entraba en la nueve un par de pies hasta donde están las hojas. Si no fuera
por la nieve —el gran revelador— nunca habría visto el más mínimo rastro de
este animal”. Como recordaba Cavell, este tipo de fragmentos revelan más sobre
el propio pensamiento de Thoreau que sobre el paisaje. La idea de que lo que
está ahí fuera supone una lectura del interior del que
escribe. Thoreau es esa nutria (he ahí una de las múltiples transferencias que hallamos
en los Diarios),
es quien se deja ver gracias a ese “gran revelador” que es la nieve (imagen de
la vida). Cada parte del paisaje y cada escritura del mismo deja a ver al
propio Thoreau y su pensamiento. “Nunca habría visto el más mínimo rastro de
este animal”, escribe al final del año. Es decir, no se habría visto a sí mismo
si no fuera por esa nevada, por ese paisaje, por el transcurrir azaroso de los
ciclos vitales. Al mismo tiempo, trata de crear un pensamiento excéntrico: “Todos los fenómenos
de la naturaleza deben ser observados desde el punto de vista de la maravilla y
del asombro, como ocurre con el rayo. Y al mismo tiempo, hay que mirar al rayo
con serenidad, como lo hacemos con los fenómenos más familiares e inocentes.
Los hombres están probablemente más cerca de la verdad esencial en sus
supersticiones que en su ciencia”. Y esto es así, porque como él mismo señala,
toda verdad es en sí paradójica. Para Thoreau, por tanto, no es posible un
pensamiento cerrado y excluyente (esto también aparece en sus compañeros de
viaje: Emerson y Whitman).
En definititiva, los
Diarios, cuya
lectura debería ser obligatoria en cualquier clase de filosofía actual, son un
ejercicio monumental de construcción filosófica de una identidad y de un
paisaje, o de un paisaje como identidad, o...
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