En
2005, en el Congreso de los Diputados, escuchábamos esto: “Yo creo que quienes
han redactado este texto pueden comprender que cualquier reforma que pretenda
recortar la libertad de los ciudadanos invocando los presuntos derechos
indefinidos de un pueblo metafísico tropezará con muchas dificultades en esta
Cámara.” Y un par de líneas más tarde: “Porque este es el lenguaje de la
democracia. Todo lo demás es mitología.”
Quien así habla es Mariano Rajoy. En concreto estas líneas forman parte
de su intervención para frenar el ya lejano Plan Ibarreche. Y es cierto: todo lo demás es mitología. Sin embargo,
más de ocho años después, observamos como esa mitología ha cambiado de bando. Es decir, podemos establecer que
nuestro país, la España que vivimos hoy, es un recinto de mitologías. Dicho así, la mitología es, por naturaleza, un modo de
producir relatos, relatos envolventes construidos desde la idea de que el
lenguaje es un modelo de acción y no de significado. Y esto es lo que se ha llamado el activismo de la derecha: separar
constantemente el lenguaje de la realidad para diseñar mayores mitologías. Montoro es un experto mitólogo, por ejemplo. Como Hesiodo ha
desarrollado una extensa cosmogonía,
basada en el relato del origen de la salida de la crisis. Así, la derecha,
desde su activismo lingüístico, se contenta con ofrecernos no futuros
placenteros sino, como buen prestidigitador, presentes invisibles, o, algo tan
extraño como utopías para el presente. Y así continúa el relato y los relatos.
Pero los relatos, al mismo tiempo se expanden o se contraen. La
“prima de riesgo” es ya una narración pasada. “Salida de la recesión” es una
narración reciente. “Emprendedor” es una figura narrativa que sustituye a la
vieja figura narrativa llamada “trabajador” o, incluso “pueblo”. Narrar.
Narrar. Narrar. Eso es lo propio del nuevo mito español.
Y no es casual que aquel lejano Rajoy enfrentase pueblo metafísico a mitología.
Hoy somos todos un pueblo metafísico
enfrentados a los vapores de la mitología
fundamentalista. Pero si somos un ente metafísico
deberíamos ejercer de tal y apropiarnos del lenguaje
de la democracia. Este, quizá, sea
uno de las cuestiones que pueden o deben visualizarse. Desde su saber y hacer
mitología el Partido Popular, desde su activismo de la derecha, ha establecido
un secuestro altamente eficaz del lenguaje de la democracia. Este secuestro del
lenguaje de la democracia ya se atisbaba antes de su llegada al poder. Un
secuestro que funciona en dos movimientos: a) tomo la palabra X y la vacío de
significado otorgándole un nuevo sentido, b) obligo a mi oponente a que acepte
mi nuevo uso del lenguaje. He ahí el secuestro. En el mismo discurso de Rajoy,
de febrero de 2005, leemos: “Si no modifican esos planteamientos o
los guardan en el armario de las ilusiones remotas, como hemos hecho todos en
lo que nos toca, no vamos a poder entendernos. Les diré por qué, señorías: En
primer lugar porque ya no vivimos en el siglo XVIII. Todo el mundo tiene
derecho a cultivar conceptos antiguos pero no se puede pretender que una
democracia moderna los comparta”. Como
hemos hecho todos en lo que nos toca, es decir, guardar ilusiones remotas
(hasta que se cumplan, como pasa hoy). Y entre esas ilusiones remotas estaba la transformación del lenguaje y de su
uso. Ahora la libertad es un deber
(no un derecho) pero dentro de los límites de un nuevo concepto: seguridad. Aceptar su lenguaje es
aceptar su destino. Si antes éramos pueblo, o ciudadano, ahora, por ejemplo,
somos “activo”. Recientemente en Panamá, el presidente ha dicho: "Nuestro
mayor activo son nuestros ciudadanos". Si aceptamos que somos “activo” o
que debemos ser “emprendedores”, aceptamos una mitología que sólo sirve para
crear esa “utopía del presente” que late detrás de todo esto. La mitología
espiritual generada alrededor de la figura del emprendedor (cultura
emprendedora/espíritu emprendedor) destruye
la imagen del sujeto como trabajador (palabra ésta estigmatizada en la
nueva mitología). Oímos también reformar
el derecho de huelga, lo que implica que se trata de una batalla no por
reformar tal derecho sino por vaciar de sentido la palabra “huelga”. “Los
límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, decía Wittgenstein.
En definitiva, Rajoy, ya en el
discurso de investidura en diciembre de 2011 decía: “A la salida de la crisis
no habitaremos el mismo planeta que hemos conocido. Habrán cambiado las reglas,
habrán cambiado las condiciones de vida”, y, añadimos, habrá cambiado el lenguaje y, por extensión, la forma de vida de los
ciudadanos. Sin embargo, si aceptamos que hay una salida de la crisis
aceptamos que la crisis es un accidente temporal y espacial, que tiene entrada
y salida. La crisis no es un territorio sino, quizá, un mapa que no manejamos.
La crisis no es un planeta extraño. Ni Rajoy es Philip K. Dick.
1 comentario:
Preciso y clarificador. Excelente reflexión en voz alta.
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