UNO. La poesía es
una cuestión de superficies. O dicho con otras palabras: la poesía traba su
sentido en la grieta entre el lenguaje y los acontecimientos del mundo. Más
allá de la posesión de un tema, es en la cubierta, en la superficie del
lenguaje, donde el poeta dispersa los
múltiples sentidos del texto. No se trata de ser profundo sino de irradiar
sentidos en muchos y diferentes niveles. Así el poeta se puede situar encima del subsuelo, transformándose a
sí mismo en un rastreador de superficies. De nada sirve ser profundo si la
profundidad no entra en conflicto con la superficie. En la palabra poética,
decía Maurice Blanchot, “el mundo se calla”, pero es en ella donde “se expresa
lo que los seres se callan”.
DOS. Y nada
acontece en la superficie con mayor sentido que la muerte. La muerte se muestra en los poemas de Kostas
Vrachnos como aquello que vertebra y produce todo sentido. La muerte como la
grieta o el espacio que se abre entre la escritura y la propia experiencia del
mundo. Y por tanto será ese doble estar sobre la escritura y la muerte lo que done sentido a estos poemas. Pero —y en este pero reside la potencia y el
interés de la poesía de Vrachnos— el sentido de la muerte se apoya, a su vez,
en su propio sinsentido y es aquí donde la poesía de Vrachnos adquiere, como
digo, su fuerza. Escribe: “Nuestra dificultad para morir habrá pasado dentro de
poco”. Pero el habrá pasado
acontecerá sin nosotros y por eso se hace necesario recogerlo en el lenguaje.
En otro poema: “Y lo que grita en mis
adentros,/ ay, no es tranquilizable. / Y lo peor está por venir y a partir de
un momento / no habrá ya buenas noches. Ni los gritos se oirán / aunque griten
con más fuerza. / Ni la tristeza bastará para la tristeza. / Vendrá a
levantarse en medio de la cama / una desproporción negra e invisible”. La
muerte dota de sentido al mundo al mismo tiempo que deshace toda posibilidad de
sentido. En este marco, la presencia de la muerte nos hace patente la
imbecilidad de lo real. Así, el lenguaje puede hacer brotar todo su esplendor
produciendo el sentido paradójico de
su propia realidad.
TRES. La
comunicación paradójica. Es decir: el poema como su propia imposibilidad. Dicho
de otro modo: la construcción de la identidad como una descomposición del yo y
de sus aventuras. Paul Watzalawick habla de la comunicación paradójica como una
de las herramientas inevitables del ser
humano. “Es imposible comportarse de una
manera congruente y lógica dentro de un contexto incongruente e ilógico”, dice
Watzalawick. Lo que quiero señalar es el hecho fundamental de que una realidad
puede ser ilógica o paradójica, pero no por ello deja de ser una realidad. La
realidad es por principio idiota, simple, un afuera sin dobleces, algo
puramente yerto. Es en la representación que nos hacemos de ella donde surge nuestra realidad. En el poema Vrachnos
proyecta un sentido personal del mundo y de su experiencia del mismo. Un poema
como “La casa de mis padres” es ejemplo perfecto de este modo delirante de
construir (y experimentar lingüísticamente) lo real así como la experiencia que
tiene el poeta de esa realidad (producida en el poema). Leemos: “Cómo,
entonces, olvidar el olor a mi madre —¿o era a quemado?— / en la cocina, con la
nevera que asustaba a la gata negra, / la nevera que como todas las neveras /
estaba caliente por detrás. / Y, al fin, cómo olvidar el parvulario de
enfrente, / ¿o era un cementerio?”. Y en otro momento escribe: “Vamos con o sin frac, / con nuestras sombras-perros,
desaconsejados, / bajo la conocida, familiar, luna”.
CUATRO. Todo este
desarrollo lleva implícita la pregunta por el yo del poeta. ¿Quién nos habla en
estos poemas? ¿Dónde o desde dónde se sitúa su lengua? La imposibilidad de decir
“aquí, en este lugar preciso, está el poeta y desde ahí nos hable” es otro de los ejercicios que de modo
fascinante maneja Vrachnos. Siguiendo a Blanchot, parece decirnos el poeta que
la “palabra poética ya no es palabra de una persona: en ella nadie habla y lo
que habla no es nadie, pero parece que la palabra sola se habla”. Ante esta
situación el lector es la a vez atraído y despistado, en un doble juego que
hace crecer la intensidad de su poesía. Ahora es Vrachnos. Ahora no lo es. Ahora es otro
Vrachnos. Ahora no lo es. ¿O quizá ahora lo es y antes no lo era? He ahí la
felicidad y el magnífico misterio de su poesía. Veamos algún caso: “Quiero que
me llaméis limón podrido / o lombriz de tierra y encima impaciente”. Y: “Qué
soy? ¿Una ruta? ¿Una rata / que roe la cama del motel de la ruta? / Una nada.
Una nada entristecida. / Una rata que se comerán los gusanos / en cuanto se
acabe por ahora / el rompecabezas del corazón”. Entre uno y otro poema
desarrolla Vrachnos una fuerza poética insólita, capaz de construir
poéticamente su destrucción y camino hacia la muerte. Eso sí, haciendo de la
ironía —palabra fetiche— lugar de acción del lenguaje. Un poema, por ejemplo,
“Nenúfar de la vaguedad”. El título ya escenifica una situación. El poeta a la
deriva. Leemos: “Lo peor es ser comparsa y tener / que actuar estrictamente /
todo el día toda la vida toda la
eternidad, / pero ante el espejo del salón / hacer una cosa y que aquel haga
otra, / estar en el mar fresco / pero no prestar juramento sobre el agua. […] /
Pero luego empeora mi sombra, / tintinea el esqueleto por entro, se profundiza
el peso / y el espejo del salón se empaña de repente de muy mala manera.” La
descomposición del yo y del sentido van de la mano en su poesía: “Conócete a ti
mismo aunque no existas exactamente / o alguien esté serrando tu rama en pleno
mediodía. / Sin embargo, yo o nosotros seguiré mirando en plena noche, /
opinando y orinándome a mi antojo en la cama”.
CINCO. Volvamos a
la muerte. La muerte es también su propia descomposición irónica, como decíamos
antes. En su magnífica “Oda a la elegía” se puede leer: “¿Quién de entre los
que han llorado / saca la lengua a su exterminador desconocido? […] / ¿Te
peinas en la guillotina? Me peino en la guillotina. / Eres al final un
sustantivo / que presume de la memoria de la que carece”. La ironía que pone en
circulación Vrachnos es una ironía de corte romántico. Para Friedrich Schlegel,
“la ironía es la forma de lo paradójico”, y asimismo supone “una parábasis
permanente”. La ironía romántica es una
constante toma de conciencia de la disolución del sentido como totalidad en la
misma medida que supone la aceptación del fragmento como nuevo lugar para el
descubrimiento. De esta forma el poeta estará siempre en constante devenir,
siendo y no siendo el mismo a cada instante. Leemos: “Yo, o llámalo como
quieras, cumplo mi regalo, / en un centro o rincón de un único problema / o
malentendido”. Vrachnos asume perfectamente esta lección romántica y la ajusta
a una nueva tradición: la tradición invisible y fluídica del presente. La
ironía y la paradoja como forma de discurso que no destruyen (al contrario) el
poder filosófico y escrutador del lenguaje. Prueba de ello es el poema “Nunca
mariposas”, que esconde secuencias barrocas (pero igualmente baudelerianas ya
que este poema podría entrar en diálogo con un poema como “La carroña”, por
ejemplo): “Salvo que las momias las larvas / que sembramos entre los cipreses /
a lo mejor jamás se vuelven mariposas / sino cada vez más gusanos. / A nuestros
ojos / parece que no existe un más allá
seguro, / pero lo primero que se comerán / los gusanos serán nuestros ojos. //
Y yo, a los ojos de mi amor, los besaba, los besaba”.
SEIS. La poesía
de Vrachnos se forja desde un complejo contramisticismo o misticismo a la contra.
Wittgenstein señalaba que “lo inexpresable existe, se muestra, es lo místico” (Tractatus:
§ 6.522). Vrachnos propone el camino inverso: es lo expresable lo que es puesto
en duda y es en ese poner en duda lo expresable, y por tanto su sentido, donde
reside la intensa fuerza de estos poemas. Algo así como: “lo místico existe, se
oculta, es lo expresable”. Es en este misterio paradójico de existir y no existir
donde la poesía de Vrachnos se eleva hasta darnos una bofetada: “Porque la existencia es respuesta sin pregunta, / Porque
la existencia es infortunio sin problema.“
SIETE. En definitiva, leer la poesía de Kostas Vrachnos es aventurarnos en
un territorio incierto y por ello asombroso. En este lugar todo es posible. El poeta muta, llora, le pide “algo” al Dios
todopoderoso, se retuerce de dolor, masculla lo improbable, llora de nuevo,
ríe, vive en lo imposible, se pregunta usando sus propias respuestas, es el
enigma y al mismo tiempo el interrogado, es un etcétera, es todos nosotros, y
es nadie… No me cabe duda: la poesía de Vrachnos es hipnótica.
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