Luis Felipe Vivanco (1907-1975) fue un tipo y un poeta con mala suerte. Un poeta desafortunado. Un poeta cuyo primer libro apareció cercano el mes de julio de 1936 y cuya muerte coincidió en día y casi hora con la de Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco y Bahamonde Salgado Pardo (hasta su nombre era feo). Mala suerte, sí, reconozcámoslo. Mala suerte para el poeta, claro. Pero además debemos sumar a ello un error, un pecado de juventud del que se arrepentirá toda su vida: confundir su catolicismo, sano, personal y coherente, con cierto terrible catolicismo castizo, cruel y español. Este error, esta confusión juvenil le llevó durante unos años a tontear con la derecha más chunga y a situarse cerca de la Falange junto a Dionisio Ridruejo y Luis Rosales. Pronto se dará cuenta, al inicio de la década de 1940, de su terrible error. Sin embargo, este hecho, como un virus indestructible lo etiquetará de falangista hasta su muerte, lo que ha impedido la lectura profunda y atenta de su obra. Se trata, sin duda, de un poeta de alto aliento, potente, fuerte, que fue a más, siendo su último libro Prosas propicias (1976), libro publicado póstumamente, una valiente obra de vanguardia que cerraba una impecable trayectoria poética. Hay tres periodos fundamentales en la poesía de Vivanco. Un periodo inicial clasicista, algo frío y en algunos poemas claramente esteticista que comprende los libros Cantos de primavera y Tiempo de dolor (1940). Tras la guerra civil, situado ya en la órbita de la revista Escorial, encontramos a un poeta vivo y dinámico, que escribe algunos de sus mejores libros como Continuación de la vida (1949), donde hallamos poemas verdaderamente importantes como “La embriagada” y El descampado (1957) donde desde una poesía de corte realista explota intensamente la imagen sugerente del descampado como aquel sujeto obligado a vivir fuera de la naturaleza, expulsado, en un estado fronterizo entre la civilización y la naturaleza. Quizá quepa ver esta imagen como metáfora de su propia situación vital ante un régimen dentro del cual se siente perdido. Entre 1949 y 1950 participa activamente en La Escuela de Altamira, unas jornadas de arte contemporáneo llevadas a cabo en Santillana del Mar y donde lo hallamos junto a nombres como Ángel Ferrant o Ricardo Gullón. En 1950 publica en la revista santanderina Proel una interesante poética (“Aproximándome a la poesía temporal y realista”) donde expone su llamado realismo intimista trascendente. Allí proponía una mirada a la realidad pero haciendo que ésta quedara integrada en la imaginación particular del poeta, es decir, tratando de evitar que el poema se tornase simple documento oficial. El año 1958 será, sin embargo, año de transformación. No sólo publica su indispensable Introducción a la poesía española contemporánea, sino que traza un cambio fundamental en su poética con la publicación de
El libro tiene como germen una serie de poemas surrealistas publicados en el lejano 1928, inducidos por su amigo entonces Rafael Alberti. Junto a esos poemas escribe otros nuevos donde la orbita surreal empaña su escritura. Un libro, quizá, de lo más impactante de su producción, pero que apenas fue entendido en una época como aquella de 1958. Traduce y edita entonces al Larrea creacionista y vuelve a proyectar un libro de vanguardia que finalmente no verá publicado en vida como es el ya citado Prosas propicias. Se trata de un poeta que merece la pena ser leído sin los anteojos etiquetadores que nos tiñen de prejuicios.
El pasado año 2007 se cumplieron cien años de su muerte y se pasó sobre él de puntillas. Hoy la vuelta a su Diario, escrito entre 1946 y 1975, es sin duda un ejercicio de historia o de intrahistoria, como gustaba decir. Su diario es un taller de poemas y de reflexiones que no deja a nadie indiferente y que además nos permite descubrir al hombre atormentado, exiliado interior y poco comprendido que fue. Hallamos arrepentimiento y autocrítica: “el daño que me ha hecho [la política] en dos épocas de mi vida FUE y Falange” (1946). Afirmaciones de su catolicismo y críticas al catolicismo español: “soy católico de izquierdas porque creo que la Biblia es un libro maravilloso. (Los católicos de derechas no leen la Biblia)”, o “tal vez nuestros arzobispos sean más franquistas que papistas” (1956). Críticas a la situación cultural y política de España: “Todo lo que tiene calidad en España es antifranquista” o mientras veranea en Loredo apunta en su diario “¡Qué gusto saber que hay en Francia y en Italia juventudes sin estos campamentos, sin 18 de julio!” (1956). Todo esto deriva en una jugosa y compartida, a mi entender, forma de comprender España, y el concepto de patria: “Ser español ocupa un puesto secundario en el orden de importancia de las cosas que soy” o “A mí, que no soy patriota, y que no siento a España como nación o unidad de destino en lo universal, etc., me coge España o el amor a la patria por dos cosas: la geografía, el puro paisaje, y la lengua, el idioma” (1958). Deliciosas palabras de un poeta considerado franquista por muchos que en 1963 escribe en su diario: “entra en mi cuarto de soñador antifranquista el viento frío gallego”. Esto es sólo un ejemplo de un diario, de una vida y de un poeta fascinantes. Lean, traten de hallar y de leer sin prejuicios la obra de Luis Felipe Vivanco y disfruten todo lo que puedan.
(Publicado el día 11 de junio en El diario montañés)
2 comentarios:
Magnífico artículo y justa reivindicación de un poeta grande en todos los sentidos. Gracias y enhorabuena. Habría que hablar con alguno de los popes y popesas locales para reeditar el Cancionero de Loredo, ¿no te parece?
Grande, sí, y muy mal leído. En breve aparecerá una antología que he preparado sobre su obra titulada EL ALMA DE UN OSO BLANCO donde voy a recoger su poesía fundamentalmente de vanguardia. No incluiré Cancionero de Loredo, pero merece reedición, habría que pensarlo y moverlo. Pero desde luego es un poeta que merece la pena y no tiene la prensa que debería merecer. Ocurre con muchos otros, pero en fin...
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