Un pequeño texto de mi admirado George Perec lleva por título Tentativas de agotar un lugar parisino. Perec se sienta en un café de la plaza de Saint- Sulpice y se propone anotar todo lo que ve, como si tuviese una larga y pegajosa lengua de reptil que se alimentase de los pequeños sucesos que pudiesen aparecer ante él. Su objetivo es volcar esos sucesos sobre la página. Escribe: “Mi objetivo en las páginas que siguen ha sido más bien describir el resto: lo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes”. Hoy imito a Perec, sentado en el café de una plaza de mi ciudad. Vale, no es París, y quizá por eso sea aún más infraordinario. El camarero lleva un pin. Pasa el 12 camino de un centro comercial. Una niña camina con los cordones desatados. Una bolsa se arrastra por el suelo como un animal moribundo. Pasa el 5. Ha llovido. Nadie en esta ciudad sabe coger los bajos del pantalón, dice una señora a otra. Son feas y sin gracia. El músico eslavo se coloca la solapa de su chaqueta. Con desgana extrae de su funda un viejo saxofón. Alguien corre con un maletín en la mano. Una pareja se sienta a mi lado. Una paloma gris y coja picotea el suelo como si alguien pudiese responder al otro lado. La sociedad de medicina estética previene contra el botox coreano, leo en el periódico abierto que tiene una chica en la mesa de al lado. Otro autobús circula lleno de turistas con viseras amarillas. La segunda peor frase que un amigo le puede decir a otro, dicen dos en la mesa de al lado, es “me he tirado a tu madre”, y ¿la primera?, sin duda: “me he tirado a tu padre”. Proctólogos sin licencia, leo en otro periódico. Una chica se levanta y se va. Dos jóvenes, bobas y distraídas, se buscan en el reflejo del escaparate mientras caminan. Un viejo se sienta a mi lado. Pide café. Su aliento es de un espesor gaseoso poco definible. Se le riza el pelo sobre las orejas. Un cabello de un blanco enfermo que amarillea en las puntas. Su nariz es gorda y pesada, de un feo grosor borbónico, como si la nariz roja de un payaso estuviese a punto de estallar. El viejo de nariz borbónica me pregunta qué escribo. Son las dos menos cinco. Las palomas reposan sobre la cornisa del edificio, tristes y monógamas. Un claxon. Levantan el vuelo todas al mismo tiempo.
(Publicado el 27 de diciembre en el diario El Mundo, ed. Cantabria)
3 comentarios:
Creo que voy a tener que intentar mirarme en los escaparates, parece mejor opción que reconocerse en las miradas de los desconocidos. Eso sí, también se puede aprender a mirar. Muy bueno ;)
para una metamorfosis de Pérec...
http://miscelaneadefresa.blogspot.com/2008/12/yo-si-respiro-es-porque-me-apetece.html
feliz 2009
Me recuerda, en cierta medida, a "El libro de los Pasajes", de Walter Benjamin. No obstante, he de confesar que sobre éste tan sólo me he aproximado a hurtadillas en alguna librería, debido a su elevadísimo precio. Un tomo imposible de camuflar bajo las gabardinas otoñales.
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