martes, 2 de abril de 2013

APUNTES CONTRA LA JERGA DE LA CLARIDAD Y OTRAS EXCUSAS A PARTIR DE “QUIEN MANDA UNO” DE PABLO LÓPEZ CARBALLO (COMO EXCUSA)



La alegoría no es más
que un espejo que traslada
Calderón de la Barca

1.
[Formas odiosas de comenzar una entrada de blog (1): “Llevaba un tiempo dándole vueltas a la posibilidad de escribir una entrada”. Sin embargo, formas que uno acaba reproduciendo]

2.
Llevaba un tiempo dándole vueltas a la posibilidad de escribir una entrada en este blog que se titulase “La jerga de la claridad”. El tema empezaría de esta forma: existe una especie de impugnación de totalidad hacia aquello que muestre mínimamente (o máximamente) formas e intereses abstractos, teóricos, complejos… llámese como se quiera. Se dice habitualmente eso de “hay que ser claros” suponiendo que existe una relación directa entre el lenguaje y la realidad; siendo el nombre de esa relación “lo claro”, que sirve de perfecto y omnicomprensivo vaso comunicante. O dicho en otros términos: se viene a suponer que la palabra “mierda” está más cerca de la realidad que la palabra “excremento”, aunque sencillamente no es así. Tan sólo los sujetos, en sus procesos de aceptación de marcos psicológicos de referencia, acercamos esas palabras a la realidad. Si ponemos, por ejemplo, juntos dos poemas, supongamos que uno de David González y otro de Marcos Canteli, en apariencia distantes tanto temática como formalmente, sería poco razonable sostener que uno “habla más” que otro sobre la realidad.  Sería estúpido. En lugar de eso lo que tenemos, según opino, son dos formas de producir sentido y de crear marcos de referencia, es decir, se producen a sí mismos como poemas en tanto que estructuras del lenguaje que pugnan con eso inexpugnablemente idiota que es la realidad. De este modo, la poesía es simplemente un juego de superficies siendo el lenguaje el elemento productor de sentidos. Por lo tanto la jerga de la claridad es como cualquier otra jerga. Decía Barthes que la jerga de la claridad se aprende socialmente como se aprende la jerga de la ciencia o cualquier otra jerga, como se aprende un idioma o a saltar a la comba. No obstante, por costumbre, tendemos a sostener que la claridad es consustancial a lo real, siendo la claridad y su jerga, recuerda Barthes, una construcción burguesa. Llevaba tiempo pensando cómo desarrollar esta idea en el ámbito poético. Ha sido la lectura de un libro de poemas lo que me ha sugerido la siguiente entrada. No quiero decir que este libro sea paradigma de nada sino muestra de un caso.

3.
Quien manda uno es el segundo libro de poemas de Pablo López Carballo tras Sobre unas ruinas encontradas. Las diferencias entre ambos libros son importantes, aunque no es esa diferencia la que aquí nos interese ahora. Si nos centramos en su último libro es evidente que la apuesta es el lenguaje. El lenguaje es el territorio de estos poemas, pero no entendido como una simple disposición para el sentido sino, al contrario, el lenguaje como constatación de su propio sinsentido. Así lo apunta el primer poema del libro:

Tocado y convertido
en lenguaje.
Su distancia sin distancia con las ideas,
agraz espesor del blanco caravana.
El detalle ampliado,
raigón inverso.
Adelante.

Dicho en otros términos: el lenguaje pierde su aspecto referencial para abrirse hacia otros lugares. Podríamos ver esta experiencia del lenguaje como una forma de alegorizar sobre el propio lenguaje, pero sobre todo acerca del concepto mismo de poema. La palabra se vacía por completo de su sentido (he ahí el impulso alegórico) para conformar todo su despliegue hacia una forma de pensar sobre sí misma, sin olvidar su capacidad comunicativa. La poesía de López Carballo (insertándose en cierta línea de tensión dentro de la poesía española reciente donde podríamos ubicar también a poetas como Marcos Canteli o ciertos aspectos poéticos de Mariano Peyrou, por apuntar sólo dos ejemplos) es una poesía que tiende a transformar conceptualmente el marco de referencia del lenguaje poético. Se trata de poemas donde no se pretende descalificar el aspecto comunicativo del lenguaje (consideramos que no es posible no comunicar, y ésa sería la hipótesis de partida) sino cuestionar la concepción racional del lenguaje comunicativo. De esta forma esta poesía —se cuestione o no desde la crítica— está labrando un ejercicio lingüístico de impugnación de las relaciones absolutas y lógicas entre el lenguaje y la realidad. Si la realidad (la realidad de primer orden, es decir: la de los objetos que están ahí afuera) es idiota, como ya señalase Rosset, el sinsentido puede ser una toma de conciencia de esa idiotez de lo real. Pero más allá de eso esta poesía, que algunos poetas desarrollan con sumo interés y con algunos destellos altamente remarcables, está postulando —nos guste más o menos— que cada poema supone en sí mismo una definición de lo que es la poesía. De este modo están tratando de enfrentarse a las propias paradojas de la filosofía del lenguaje, y en concreto podríamos establecer una delirante conexión con la teoría de los tipos lógicos. La paradoja de Russell, en una lectura desviada hacia nuestros intereses metapoéticos, nos dice que “la clase no puede ser miembro de sí misma, ni uno de los miembros puede ser la clase, dado que el término empleado para la clase es de un nivel de abstracción diferente —un tipo lógico diferente— de los términos empleados para sus miembros”. Aunque en la lógica formal se intenta mantener la discontinuidad entre una clase y sus miembros, creo que en la poesía esta discontinuidad se quiebra de manera continua e inevitable. Siguiendo a los lógicos —y perdónenme (o no) los filósofos del lenguaje— tendríamos que decir que “El conjunto de las palabras de un poema” no podría ser un poema dado que violaría el sistema que nos dice que la clase no puede ser miembro de sí misma. O el conjunto “Los poemas escritos en español” no podría ser un poema (escrito en español) en tanto que una clase no puede ser clase y miembro al mismo tiempo. Sin embargo, y he aquí lo importante, en la poesía violamos constantemente esta paradoja, y en los poemas donde el lenguaje se transforma en alegoría de sí mismo la paradoja es el lugar de distribución de sentido de la poesía. El poema tensa el lenguaje porque vive en y de la paradoja comunicativa. El poema (el de estos poetas pero en general, y esto es necesario remarcarlo, el de la poesía que abre sentidos y que es realmente la que aquí nos puede interesar) se construye como comunicación paradójica, cuestionando su propio sentido comunicativo (como acto comunicativo).

4.
 Podríamos citar aquí al Deleuze de la Lógica del sentido cuando afirma: “Lo expresado no existe fuera de su expresión. Por ello, no puede decirse que el sentido exista, sino solamente que insiste o subsiste”. Y en otro momento añade: “La grieta no es ni interior ni exterior, está en la frontera, insensible, incorporal, ideal. Con lo que sucede en el exterior y en el interior tiene relaciones complejas de interferencia y cruce, de conjunción saltarina; un paso aquí, otro paso allí, a dos ritmos diferentes: todo lo que ocurre de ruidoso, ocurre en el borde de la grieta y no existiría sin ella”. Es pues ese borde de la grieta donde se construye el poema y su realidad.

5. 
Desde el instante en que el poeta vive en la paradoja continuada el lenguaje se desata por completo de sus ataduras formales. Un poema que pretenda darse la estructura lógica de la novela se sale del núcleo de la paradoja (se convierte en lógico) en tanto que no se construye como un cuestionamiento de la propia (y supuesta) idea lógica de poema. 

6.
De esta forma, de la poesía de la que hablamos (y Quien manda uno es un ejemplo) nos pone en constante tensión dado que nos sitúa en un triple límite: a) con el lenguaje (en el sentido codificado aprendido), b) con la paradoja de que es un poema que se incluye como clase y miembro, y, por tanto, c) supone la descomposición de un referente cerrado dado que ese referente es construido en su propio sentido paradójico. Esto quiere decir que cada poema crea su propio marco de referencia. Eduardo Milán hablando del libro de López Carballo escribe: “El lenguaje se aleja del no acto en su afuera. Tal vez sea esa la posibilidad de lo imprevisible en su escritura: negarse a cometer un afuera, el salirse, concordar con la negación. […] Misión incumplida, escribir”. Y tiene razón, pero quizá no sea tanto negarse a cometer un afuera como construir paradójicamente un afuera. En definitiva, decir de una realidad que no es lógica no quiere decir que no sea una realidad.



1 comentario:

un genio del montón dijo...

Magnífica reflexión sobre un libro ciertamente interesante.

Un saludo.