(Publicado originalmente aquí)
Gilles Deleuze: Michel Foucault
y el poder. Viajes iniciáticos I. Errata Naturae, Madrid, 2014. Trad.
Javier Palacio Tauste.
Como en algunas grandes novelas, de pronto el narrador interrumpe la
escena y nos habla, y nos mira y nos empuja. Y lo curioso en este caso es que
ese narrador tiene un nombre y un apellido altamente reconocido: Gilles
Deleuze. En mitad de su narración hace una pausa inesperada, observa
detenidamente a sus oyentes, y dice: “un ruego: no fumen, ¿de acuerdo? No fumen
hoy, salgan si quieren a fumar y luego
vuelven… Eh, porque… bueno, es una petición”. Puede parecer un momento banal,
estúpido incluso, pero me parece que contiene una profundidad sobrecogedora.
Deleuze ha fracturado su discurso, lo ha dejado todo en el aire para pedir que
no fumen. La mesa, frente a él, está repleta de grabadoras pesadas y ruidosas.
Ha escenificado esta ruptura en medio de una clase, pero no de una clase
cualquiera sino de una clase cuyo tema es, ni más ni menos, Michel Foucault. Michel Foucault y el poder, que publica
estos días Errata Naturae recoge estas clases que Gilles Deleuze impartió sobre
el pensamiento de Foucualt durante el curso de 1985-1986. He recurrido al
ejemplo del fumar para comenzar esto, y espero volver sobre ello. O no. ¿Por
qué volver a Deleuze? O mejor ¿por qué volver a Foucault a través de Deleuze?
Creo que esa, así planteada, no es la cuestión. La pregunta quizá sea:
¿necesitamos volver a pensar el poder? Y si así es, ¿no deberíamos volver a
Foucault y a Deleuze, por ejemplo? ¿No deberíamos volver a ellos, ponerlos boca
abajo? ¿Agitarlos? Y ahí está el acierto de este libro. Necesitamos volver a
pensar el poder, la violencia, el lenguaje, las relaciones de poder, etc., y
ambos filósofos nos ofrecen varios
caminos. Por ese lado está claro, pero por otro lado, este libro es un
documento literario inmejorable. En efecto, si por un lado tenemos el problema
del poder como marco filosófico, como superficie sería mejor decir, por otro
lado, al enfrentarnos a este libro, hay un segundo eje: la amistad. Así, en un
diagrama matemático tendríamos, por una parte, el peso del pensamiento (un
pensamiento en constante colisión) y, por otro, el peso de la amistad. Y si no
me equivoco ésa es la mejor manera de enfrentarse a este asombroso relato,
altamente recomendable, que bien podría verse (sumemos una perspectiva más)
como una novela de la Francia filosófica post-68, una novela que atraviesa
generaciones y que tiene algo, por qué no, de novela de formación. Empecemos
por lo último, por el soporte de este libro, por la amistad. Es cierto. La
palabra amistad quizá no sea la correcta. Quizá habría que hablar de espacio de
relación o de atmósfera. Ambos filósofos se conocieron en la década de 1950.
Deleuze era un año mayor que Foucault. Ninguno alcanzaba los treinta años, pero
como comentará Deleuze, se conocieron realmente
demasiado tarde. La relación entre ellos es de difícil catalogación. Si
bien no fue la clase de amistad que mantuvo con Guattari o la que desarrolló
con Chatelet, fue, sin embargo, una amistad profunda, una amistad con momentos
difusos y extraños, pero siempre marcada por una atmósfera de mutua necesidad.
Atmósfera, ésa es la palabra. Deleuze le dedicó muchas páginas y discusiones,
como este curso del año 1985, pero Foucault, en igual medida, admiró
profundamente a Deleuze. En una ocasión dijo aquello de “un día, el siglo será
deleuziano”. Pero más allá de lo anecdótico, le dedicó páginas de admiración al
escribir sobre Diferencia y repetición o
sobre Lógica del sentido. Asimismo no
debemos olvidar que entre los dos, a cuatro manos, escribieron la introducción
general a las obras completas de Nietzsche para Gallimard, en 1967 (desconozco
si está traducida dicha introducción). Antes, en 1962, Foucault propuso a
Deleuze para una plaza en la Universidad de Clemont-Ferrand; plaza que
finalmente no le fue concedida. Será en 1968 cuando comiencen a trabajar más de
cerca. Ese año, en verano, se le encarga a Foucault que ponga en marcha un
departamento de Filosofía, dentro de ese proyecto que fue la Universidad París
VIII. Se trataba de “algo” experimental. No habría certificados. No habría
exámenes. Foucault recluta, entre otros, a Jean François Lyotard y a su viejo
amigo Deleuze, que comienza sus clases en 1969. De hecho se dedicará a la
docencia en Paris VIII hasta su jubilación en 1987. Al mismo tiempo Deleuze se
unirá al Grupo de Investigación sobre Prisiones (GIP), creado o desarrollado
por el propio Foucault. Bien. Es cierto que su amistad se dibuja a lo largo del
tiempo, y en un marco no sólo de evolución de su pensamiento, sino también de
transformaciones político-sociales, y al mismo tiempo, plena de éxitos (si eso existe
en la filosofía) y desencantos (políticos, fundamentalmente). Si rastreamos un
poco encontramos un video en la red que es sintomático y que define
perfectamente la relación. Le preguntan a Deleuze por su amistad con Foucault,
muerto pocos años antes, y el estoico Deleuze se estremece un poco. Sus
declaraciones no nos pueden dejar indiferentes, declaraciones que pueden,
además, ser la puerta de entrada a esta edición de sus clases. Le preguntan por
Foucault, o más bien por su amistad. Deleuze entrecruza los dedos, se mueve en
la silla: “Sin duda era el más misterioso para mí. […] Es uno de esos raros
casos de ser humano que entraba en una habitación y cambiaba la atmósfera.
Foucault no es sólo una persona, por otra parte ninguno de nosotros es una persona,
era verdaderamente como si entrara otro aire… como si llegara una corriente de
aire especial, las cosas cambiaban, era verdaderamente atmosférico, había una
especie de emanación con Foucault, […] una irradiación, bueno, dicho esto, él
responde a lo que decía antes, es decir, que no había ninguna necesidad de
hablar con él, no hablábamos más que de las cosas que nos hacían reír, casi
como si ser amigos fuera ver reír a alguien y pensar (incluso sin tener que
decírselo) ¿qué es lo que nos va a hacer reír hoy?, y al fin y al cabo, pase lo
que pase nos podemos reír de todas esas catástrofes. para mí Foucault era y es
el recuerdo de alguien que… cuando hablo de los gestos de alguien, los gestos
de Foucault eran asombrosos, en cierto modo eran gestos de metal y madera seca,
eran gestos muy extraños, eran gestos fascinantes, eran gestos muy hermosos.
[…] Si no captas la pequeña raíz o el pequeño grano de locura de alguien, no
puedes amarlo… todos somos un poco dementes, ¿no?”. La risa, la atmósfera, la
locura…
En este punto podemos dar el salto. Porque en
realidad es algo así como un salto. No es sólo esa atmósfera lo que atrae a
Deleuze de Foucault sino ese pequeño
grano de locura. Y aquí entran, orbitan, estas lecciones sobre el poder.
Ese “poco de demencia” necesario para entablar un golpe, un enfrentamiento con
el poder. Deleuze así, pocos meses
después de asistir al entierro de su amigo Michel Foucualt, decide impartir un
curso sobre el poder (que, insisto, esconde una lectura del mismo concepto de
amistad). Quizá incluso fuese durante el entierro donde se le ocurrió la idea.
Deleuze expone en este libro las líneas que vertebran la relación entre el
saber (entendido como algo estratificado, medido, formado) y el poder basado no
en la violencia sino en las relaciones de fuerza y, por lo tanto, como algo que
no se posee sino que se ejerce y, por ello, algo estratégico. Partiendo de
esto, el interés del libro se centra en el modo en que el pensamiento de ambos,
de Deleuze y Foucault, adquiere voltaje al entremezclarse. Lo que, por ejemplo,
en otro momento Deleuze había denominado transformaciones
incorporales (el modo en el que ahora soy profesor, luego soy padre, luego
vecino y devengo todo esto en formas concretas) se conecta con las formas
disciplinares del saber y como este saber se conecta con el poder. Y ¿cómo
entender el poder? Deleuze juega con Foucualt, es cierto. En ocasiones lo
disfraza, o incluso lo llama tramposo (así define su conocido concepto de
“formaciones discursivas”), con el objetivo, no declarado, de hacer trampas
igualmente. He ahí otro de los juegos novelescos del libro. Es así una bella
novela donde el poder no es sólo el tema sino también lo que discurre en el
diálogo entre ambos. El poder es una relación de fuerzas, dice Deleuze, y eso es
lo que hay entre ellos, entre nosotros. Pero, vayamos al tema. Poder no es una
palabra que tenga que ver directamente ni con represión ni con ideología, ni,
mucho menos, con violencia. Oímos a Deleuze: “El poder procede de otra manera.
Es represivo en última instancia, sí, cuando no puede recurrir a otra cosa,
pero entretanto se las arregla muy bien sin necesidad de ser represivo”. Poder
es la distribución invisible de espacios, de normas, de tiempos. Y por eso creo
importante este libro hoy. Necesitamos volver a pensar el poder. El poder se ejerce, por ejemplo, a través de una nueva
transformación incorporal, el emprendedor, por ejemplo. El poder se ejerce
cuando Botín nos dice qué es ser creativo, etc. El saber y el poder son también
formas de ordenar la realidad. “Encerrar, cuadricular, alinear, seriar. Son
relaciones de la fuerza con mi propia fuerza”, escuchamos decir a Deleuze. He
ahí el poder. No en la violencia sino en su invisibilidad ejecutante. ¿Y el
papel del intelectual? Frente al universalismo humanista de los viejos
intelectuales se sitúa un modo basado en “no hablar por nadie”, sino en dar la voz a través de lo micro, de la acción, de la afección
directa. Se trata de luchar contra el poder, y para ello es necesario hacerlo
aparecer allí donde se invisibiliza y herirlo de muerte. “Ha terminado la época
–dice Deleuze a sus alumnos, que también somos ahora nosotros- en que el
intelectual se consideraba el defensor de los valores”. Eso le sirve para
enmarcar datos sobre la propia vida de Foucault (maravillosas páginas) donde
narra los problemas a los que se tuvo que enfrentar en los setenta para poder
trabajar y hacer visible la voz de los presos. Describe Deleuze cómo Foucault
recorría cárceles, cómo hablaba con familiares, cómo hacía cola, cómo contactó
con Genet o con los Panteras Negras. El poder, por tanto, y ésa es la metáfora
que va dibujando hasta el final Deleuze, entendido como el mar, como ese
espacio que todo lo tiñe y empapa y que circula entre todos nosotros y que
nadie puede llegar a poseer, pero sí a gestionar. Y ahí está el problema, los
problemas a los que (hoy) podríamos hacer frente.
Leer Michel
Foucault y el poder es la mejor manera hoy de entrar en el interior de una
lavadora intelectual y ver desde el interior las formas que operan y
desequilibran el mundo. Volver a Foucault. Volver a Deleuze, y volver para
darles la vuelta podría ser una interesante tarea filosófica para volver
también a pensar el poder. De momento, esta novela, porque creo realmente que
puede leerse como una novela, puede leerse como la extraña historia del Dr.
Foucault y Mr. Deleuze (o a la inversa, como quieran).
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