Jacques Rancière,
Figuras de la historia. Ed. Eterna
Cadencia, Buenos Aires, 2013.
[Una versión de esta reseña apareció en la revista Arte y Parte, nº 109, febrero-marco, 2014]
Figuras de la historia de
Jacques Rancière fue publicado originalmente en Francia en 2012 y en él se
recogen dos textos: “Lo inolvidable” y “Sentidos y figuras de la historia”.
Ambos textos fueron escritos entre 1996 y 1997 y pensados como textos para dos
exposiciones de ese momento. Esto hace que este libro pueda verse como un libro
marginal, que quizá no llega a la altura de textos como El espectador emancipado o El
destino de las imágenes y es cierto. Sin embargo, este libro, sus dos
textos, no dejan de contener apreciaciones interesantes y modos de pensar la
relación historia e imagen que él mismo analizará posteriormente en profundidad
en otros trabajos de mayor voltaje. Así que Figuras
de la historia habría de leerse desde la posición de una obra periférica dentro de su trabajo pero que desgrana puntos clave de su pensamiento. Y en
este doble movimiento reside el interés de este trabajo. La pregunta que empuja
el libro es cómo hacer historia desde las
imágenes, más aún, ¿es posible?
El
primero de los textos lleva por título “Lo inolvidable”. En éste, el tema
central es el modo desde el cual el cine es capaz de producir modos de ver y, por lo tanto, producir Historia. Esta tesis es, sin duda, una vía muy productiva
para Rancière. Parte de una imagen del trabajo de Chris Marker La tumba de Alejandro para apuntar una de sus ideas clave. La
relación historia y cine se funda en la posibilidad de decir esto ha sido. La cuestión siguiente es:
¿cómo decirlo? ¿Cómo ponerlo en imágenes? Con respecto a la película de Marker
señala: “Nos dice menos y más: que esto ha sido, que pertenece a una historia,
que es historia”. Sin duda es interesante su lectura –aunque sea rápida- del
problema del negacionismo. Señala que la historia es el modo a través del cual se configuran y
se entrelazan los hechos, es decir, el modo de irradiar narrativas. No se
trata, creo, de una defensa del historicismo, sino de ver la historia como un
proceso de múltiples causalidades. ¿Qué ocurre con los negacionistas? Suprimen
esa multiplicidad. Escribe: “Porque para negar lo que ha sido, como hasta hoy
nos lo muestran los negacionistas, ni siquiera hace falta suprimir demasiados
hechos. Basta con retirar el lazo que los vincula y los transforma en
historia”. Dicho esto la imagen recoge en su modo de hacer un registro tan
amplio dentro del cual esa multiplicidad mencionada puede darse como narrativa.
De hecho, el mismo Rancière escribe: “La historia es el tiempo en el que
aquellos que no tienen derecho a ocupar el mismo lugar pueden ocupar la misma
imagen”. “La máquina –ha dicho pocas líneas antes- no hace diferencias”. Y más adelante confirma
esta idea: “El privilegio de la imagen cinematográfica es que depende
“naturalmente” de esa significancia indeterminada que, en la edad de la
historia y de la estética, en la edad romántica para decirlo con una sola
palabra, convierte a cualquier vida sin importancia en materia del arte
absoluto”. En cualquier caso, para
Rancière las imágenes no hacen historia a partir de su modo de darse sino por
su propio proceso de desplazamiento.
Hablando de la película Listen to Britain
escribe: “La película no muestra ni bombardeos ni destrucciones. […] ¿Qué
hace esta película militante para certificar la misión histórica de un pueblo
resistente? Nos presenta lo extraordinario de la guerra como algo exactamente
semejante a lo ordinario de su existencia pacífica”. El efecto comprometedor de
esta película reside en darse como un territorio de nadie entre lo ordinario y
lo extraordinario. En este desplazamiento narrativo la película muta como
documento histórico bajo la forma de construir o desvelar una forma diferente
de mirar. En este sentido el historiador debería aprender del cine la forma de
producir heterogeneidad. “Hoy en día la capacidad del cine para hacer historia
aparece ligada a otra manera de ficcionalizar: la que interroga la historia del
siglo a través de la historia del cine y esta historia misma a través de la
cuestión de la historia que organizan los signos del arte”. A lo que añade: “si
la historia no atestigua sin la construcción de una ficción heterogénea, es que
ella misma está hecho de tiempos heterogéneos, hecha de anacronismos”.
La segunda parte, “Sentidos y
figuras de la historia”, podría leerse como una ejercitación de los
presupuestos anteriores, como su extensión pictórica. La historia se desplaza
(e incluso se cuestiona a sí misma) en función de sus sentidos y figuras.
“Historia se dice en varios sentidos”, escribe al inicio. En concreto destaca
cuatro formas de decir: “colección de ejemplos, arreglo de la fábula, potencia
historial de destino necesario y común, entramado historizado de lo sensible”.
En el primer caso, asistimos a una visión de la historia entendida como archivo
de una memoria determinada, es decir,
“la colección de lo que es digno de ser convertido en memoria”. A ello responde
Rancière: “Aquellos que nos dicen que miremos bien la representación de las
abominaciones de nuestro siglo y que meditemos bien sus causas profundas para
evitar su retorno se olvidan de una sola cosa: los tiempos de la
historia/memoria no son los de la historia/verdad”. En segundo lugar nos habla
de historia entendida en función del cumplimiento de una imagen ejemplar que
irradia sentido en una dirección concreta. El caso modélico sería la pintura de
historia, la cual pretende erigirse como caso real de la historia. Escribe: “La historia que construyen la composición de las partes y la
disposición de las formas en la tela afirma su exacta coincidencia con la
función memorial y ejemplar de la historia”. En tercer lugar Rancière destaca
la concepción de la historia entendida como forma de cumplir un destino
necesario (pero también prefigurado). Así, “la historia como movimiento
orientado hacia un cumplimiento, definiendo las condiciones y las tareas del
momento, promesas de futuro pero también amenazas para quien desconoce el
encadenamiento de las condiciones y las promesas”. El cuarto modo de decir
señala hacia la sensibilización histórica de las pequeñas historias. Por ello
señala que el “tiempo de la historia no es solamente el de los grandes destino
colectivos. Es aquel en el que cualquiera y cualquier cosa hacen historia y dan
testimonio de la historia”. Es para Rancière el entralazamiento e incluso la
tensión oposicional entre estas formas de decir la historia lo que provoca
diferentes maneras de producir “relaciones entre los géneros pictóricos y los
poderes de la figuración”. Según señala Rancière es fundamental complejizar
esta relación entre historia y representación, y sobre todo señalar que el
“sistema representativo no es lo [opuesta a] lo irrepresentable”. Y es aquí
donde desarrolla tres poéticas o tres formas de desarrollar formas de hacer esa historia. La primera de ellas tendría a
Barnett Newman (pintor fetiche para otros teóricos como Lyotard o Didi
Huberman) como modelo. La pintura de historia como un ejercicio de desplazamientos. Escribe: “La pintura
posterior a las dos grandes guerras mundiales ya no puede, nos dice [Barnett
Newman] pintar como si no pasara nada flores, desnudos, recostados o
violoncelistas. pero tampoco puede entregarse al puro juego de las formas de
significación que supondría consentir al
desorden americano del mundo”. ¿Qué queda entonces? Para Newman lo que queda es “la posibilidad de concebir
la tela como la organización de la idea en elementos plásticos que son también
los elementos de un ritual religioso”.
Una segunda manera de representar la historia sería aquella que juega “con la
permanente remisión de la gran historia, con sus retratos, sus emblemas y sus
discursos, a la pequeña con sus puestos
de mercancías o de desechos, sus retratos de familia o la exhibición de sus
fantasmas.” En este caso las referencias que esgrime, entre otras, son los
nombres de Mimo Rotella o Jacques Villéglé. La tercera poética o forma de decir
o hacer la historia a través de la pintura es la que señala hacia la tradición
de Giorgio de Chirico, donde es la
ausencia de historia lo que desemboca en una mayor profundización sobre el
problema de la historia. Igualmente, sostiene que no “pinta los horrores de la
guerra o de las dictaduras, no las olvida en provecho de las fruteras o de las
meras formas coloridas. Pinta lo que no provoca ni horror ni indiferencia: el
devenir-inhumano del sujeto. “Ausencia humana en el hombre” […] Pintar lo
“inhumano” es disponer los lugares y las
figuras de una pintura de historia que
se recusa a sí misma”.
Así Rancière apunta hacia un modo de
pensar la historia a través de imágenes que cuestionan su propio sentido como
historia. “La historia no ha terminado de contarse en historias”, así concluye.
Para Rancière la imagen es siempre imagen de conflicto y por tanto cada imagen
irradia un sentido de historia que, en cierto sentido, tiende a cuestionar su
propio sentido como historia. Es este cuestionamiento, o mejor, la forma en que
Rancière plantea la potencialidad de este cuestionamiento, el elemento
vertebrador (y de mayor voltaje) de este libro. Un libro, sin duda, altamente
recomendable.
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